Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 22 – La llama que no muere
La luz brotó de Nyra como una explosión sin sonido. Ardía sin quemar, como un fuego hecho de recuerdos y revelaciones. Todo lo que había sido Elaria, todo lo que era Nyra, convergía ahora en su cuerpo, extendiéndose por la piedra agrietada del templo subterráneo como raíces imposibles.
Cassian retrocedió un paso, con la sombra de una duda cruzándole los ojos.
—No es posible —murmuró—. No puedes haber despertado del todo. No aún.
Nyra se irguió. Ya no temblaba. Ya no se escondía. Su cabello flotaba como si el aire mismo la obedeciera, y los cristales que quedaban se encendieron con un fulgor dorado.
—Tú no me conoces, Cassian —dijo, su voz más grave, más firme—. Ni siquiera yo lo hacía.
Alzó una mano.
La magia acudió a su gesto como una ola que reconociera su luna. El círculo de protección que separaba a Varkhan se deshizo con un crujido. Él se lanzó hacia ella al instante, pero se detuvo a pocos pasos. Algo en su mirada decía que no sabía si abrazarla… o inclinar la cabeza.
—¿Estás… bien? —murmuró.
—Estoy despierta.
Cassian levantó ambos brazos, invocando un torbellino de oscuridad que brotó del suelo. El templo tembló con un gemido que parecía el rugido de la propia montaña. Figuras deformes surgieron de las grietas, sombras encapuchadas con garras en lugar de manos, ojos vacíos y bocas abiertas sin sonido.
—No lo entiendes, Nyra —gruñó él—. Este poder no se trata de elección. Es herencia. Es destino. ¡Yo soy tu reflejo!
—No —susurró ella, avanzando—. Eres mi error.
Y alzó ambas manos.
La energía brotó en forma de espinas de luz, como raíces de un árbol antiguo. Las sombras se retorcieron al contacto, desintegrándose en la nada. Varkhan corrió hacia Cassian, convertido en lobo, veloz como el rayo. Pero Cassian ya no estaba solo. Una criatura gigantesca, hecha de huesos flotantes y humo negro, emergió del fondo del templo, alzándose como una aberración de tiempos olvidados.
—¡Nyra! —gritó Varkhan, justo antes de ser lanzado por el aire como un muñeco de trapo.
Ella gritó su nombre, pero no corrió a él. No esta vez.
Se quedó firme.
De su pecho emergió una runa ardiente, como una marca que siempre había estado bajo la piel. La runa giró sobre sí misma, y la criatura dio un alarido. La estructura del templo comenzó a ceder. Rocas caían a su alrededor como si el tiempo reclamara el lugar.
—¡Samuel! ¡Kate! —gritó Varkhan desde el suelo, incorporándose con dificultad.
—¡Aquí! —respondió la voz de Kate desde un túnel lateral. Samuel apareció tras ella con dos cuchillas curvadas y los ojos brillando como antorchas.
—¡Proteged la salida! —ordenó Varkhan.
Pero Nyra no se movió.
Cassian se acercaba otra vez, riendo.
—Eres fuerte, sí. Pero no lo suficiente para destruirme. ¿Lo harás de nuevo, Nyra? ¿Lo harás como Elaria?
Ella bajó la mirada. Por un instante, pareció dudar. Pero entonces alzó la vista, y sus ojos eran verde fuego.
—No voy a matarte, Cassian.
Él sonrió.
—¿Entonces vas a dejarme vivir?
—No. Yo no. Pero ella sí.
La runa del pecho de Nyra estalló en luz. Y en ese instante, el altar del fondo se abrió como un corazón latiendo.
De su interior surgió Mairen.
La verdadera.
Envuelta en una túnica blanca ahora rasgada, los ojos cubiertos por una venda oscura, avanzó con pasos lentos, como si caminara sobre las propias venas del templo.
—Cassian del linaje roto —dijo con voz profunda—. Has perturbado los sellos. Has intentado quebrar el equilibrio. Por tanto, serás juzgado.
Cassian se volvió hacia ella con una expresión de horror.
—No… ¡no es posible! ¡Yo los dominé!
—No —respondió Mairen—. Solo creíste hacerlo.
Del suelo brotaron raíces plateadas que lo sujetaron por los tobillos, por las muñecas, por la garganta.
Cassian gritó. No como un guerrero. Como un niño.
—¡Nyraaaa!
Ella cerró los ojos.
Y cuando los abrió, el templo ya no era el mismo.
Todo se desmoronó.
El techo colapsó sobre sí mismo. Las piedras cayeron como lluvia de castigo. Varkhan corrió hacia ella, la tomó entre los brazos y se lanzó con ella hacia la salida, seguido por Kate, Samuel y Mairen.
Una vez fuera, el último vestigio del templo se hundió con un estruendo sordo.
La montaña enmudeció.
Pasaron tres días antes de que Nyra hablara de nuevo.
Se habían instalado en una cabaña abandonada al pie de las colinas de Ekkar. El fuego ardía en la chimenea. Fuera, la nieve lo cubría todo con una pátina de silencio.
Varkhan la observaba desde el otro lado de la habitación, apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.
—No tenías que salvarme —murmuró ella por fin—. Esta vez, yo podía hacerlo sola.
—Lo sé —respondió él, sin moverse—. Pero eso no significa que vaya a dejar de intentarlo.
Ella se giró hacia él. Las sombras en sus ojos aún no se habían disipado del todo, pero la luz comenzaba a regresar. Se incorporó lentamente y cruzó la habitación hasta él.
—Lo sentí todo —susurró, apoyando una mano en su pecho—. La daga. La última noche. Tu miedo. Tu rabia. La muerte.
—No lo habría hecho si no…
—…si no te lo hubiese suplicado —terminó ella por él—. Lo sé.
Se miraron. La tensión entre ellos era espesa, pero no violenta. Era un hilo vibrando con todo lo que aún no se habían dicho.
—¿Me odias? —preguntó ella.
—Te amo tanto que no sé si podría —dijo él.
Ella lo besó.
No fue un beso suave. Fue urgente, crudo. Cargado de memoria, de redención, de deseo contenido demasiado tiempo. Varkhan la empujó contra la pared con un gruñido contenido, y sus labios se buscaron con fiereza. Pero cuando sus manos descendieron por la cintura de Nyra, ella se detuvo.
El cuerpo se le tensó.
Varkhan se apartó de inmediato.
—¿Te duele? —preguntó, con voz ronca.
—No. Solo… aún lo siento —murmuró—. A Cassian. Sus manos. No dentro de mí. Pero cerca. A veces lo recuerdo y… no puedo.
Varkhan la abrazó. Solo eso. Ninguna palabra más.
Ella apoyó la frente en su pecho, y el silencio entre ambos fue más sanador que cualquier promesa.
Al día siguiente, Mairen los reunió a todos al amanecer.
—Cassian ha sido sellado —dijo, con tono solemne—. Pero su poder no desaparece. Solo dormita. Lo que ha despertado en Nyra ha roto los ciclos. La luna ya no puede fingir ignorancia. Los clanes deben reunirse. El Consejo debe convocarse.
—¿Qué consejo? —preguntó Kate.
—El de las lunas antiguas —respondió Mairen—. Aquellos que recuerdan. Aquellos que saben que ella ha vuelto.
Todos miraron a Nyra.
Varkhan dio un paso al frente y tomó su mano.
—Entonces convocadlos. Que todos vean lo que he visto. Que la escuchen. Que la teman si deben… pero que no la subestimen nunca más.
Esa noche, mientras dormían juntos, Nyra soñó.
No con Elaria. No con muerte.
Soñó con una niña, en un campo de amapolas. Soñó con una luna partida y un lobo de pelaje blanco que la cuidaba desde las sombras.
Y en medio del campo, de espaldas, una figura femenina. La misma voz. El mismo canto.
—Nyra… despierta. El ciclo apenas empieza.