Cuando el hermano mayor de Reachel, Elliot, desaparece en un trágico accidente, ella deberá tomar la presidencia de la empresa familiar, pero esta viene con una condición, casarse. El mejor amigo de su hermano, Santos, le ofrece casarse con ella para ayudarla, pero hay un problema, ella lo ha amado desde niña.
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¿QUE SUCEDIÓ EN DOS HORAS?
...Santos:...
Cuando desperté, estaba desnudo sobre la cama. Reachel tenía su cabeza en mi pecho; mientras dormía, me abrazaba.
El dolor de cabeza me abrumó.
Me moví un poco y ella se despertó.
—¿Qué pasó? —Coloqué mi mano en la frente, tratando de aliviar el dolor. Me senté.
—¿Cómo te sientes? —dijo incorporándose también.
—Siento que me va a explotar la cabeza —me quejé.
—¿Te acuerdas de lo que pasó anoche?
Lo último que recordaba bien era haber dejado el restaurante con Ceren.
Me giré para observarla.
—No… no mucho —la miré confundido. Había un moretón en uno de sus brazos, era visible—. ¿Qué te pasó? —le pregunté preocupado.
—Creo que estuviste un poco rudo anoche —dijo risueña, con brillo en los ojos.
—¿Yo te hice eso?
Asintió sonriéndome.
—Y me gustó mucho —susurró en mi boca.
Una emoción creció en mí. No imaginaba que a Reachel pudiese gustarle ese tipo de cosas en la intimidad.
—Me tomaste de manera descontrolada, me ahorcaste, tiraste de mi cabello y me hablaste sucio —decía mientras se colocaba sobre mí—. El solo recordarlo me enciende el cuerpo.
Yo ya estaba más que listo para cumplir sus exigencias, por lo que no la hice esperar. Del dolor de cabeza no supe nada después de eso.
...****************...
— ¿Así que te peleaste con Ceren?
—La muy desgraciada te drogó, ¿qué esperabas que hiciera? —Estaba evidentemente molesta, pero también dolida—. Solo de imaginarte con otra mujer me hierve la sangre.
—Ya, tranquila. Lo bueno es que no pasó nada.
—¿Y si no hubiese llegado a tiempo, qué habrías hecho? —me preguntó molesta.
—Nada, Reachel. Estoy seguro de que, aun con todo el afrodisíaco en mi cuerpo, preferiría morir antes que traicionarte —me defendí.
Se convenció, pero aún permanecía molesta al parecer.
—No sé a qué fuiste a ver a Ceren tú solo.
—Ella dijo que quería hablar de ti. Yo pensé que le habías contado algo de nuestra pequeña discusión. Quería ser un buen esposo, ver si le habías comentado tu punto de vista, pero no era nada de eso.
—Desgraciada infeliz… Nunca fue mi amiga —observó furiosa por la ventana—. Debemos cambiar al personal de seguridad. Aún no entiendo cómo no se dieron cuenta de que te llevaban en ese estado.
—Hablaré con ellos.
—Son unos ineptos o de plano están sobornados. Si no los despides tú, lo haré yo —sentenció.
Elliot y Reachel tenían algo en común: si algo no les parecía, despedían a las personas sin piedad.
Llegamos a la empresa.
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—¿Convocaste otra junta?
—Así es.
—¿Por qué? —Estaba confundido.
—Ya que crees que asociarnos con Bolat es un error, lo expondremos a la junta y se hará lo que la mayoría de votos diga.
—Reachel…
—Tú tienes una opinión, y yo la mía. No quiero que esto genere una discusión entre nosotros. Aunque mi puesto me permite tomar esta decisión, no quiero ignorar la opinión de nadie.
Resoplé frustrado. Acepté, aunque ya sabía el resultado de aquella votación.
Cuatro votos a favor y dos en contra: Romina y yo contra Fuentes, Ortiz, Aurora y Reachel.
Por lo que no me quedó más que aceptar la asociación.
—¿Estamos bien? —me preguntó.
—Sí, claro.
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—Señor, no encontramos a su esposa.
Las palabras del guardaespaldas resonaron como eco en mi mente. Se alojaron sin permiso, dando paso a un oscuro frío que me recorrió el cuerpo.
—¿Qué dices?
—No encontramos a la señorita.
Yo había estado tratando de comunicarme con ella, pero no respondía.
—No entiendo cómo pudieron perder a mi esposa. Cuatro hombres entrenados para ello.
—Señor, la seguimos, pero se adelantó y, de la nada, desapareció… como si el edificio mismo se la hubiese tragado.
—¿Edificio? ¿Qué edificio?
—Bolat Industries.
Mis dedos casi destrozaron el teléfono.
—Búscala. Búscala y más te vale que la encuentres —dije en tono tenso.
—Señor, hacemos todo lo posible. Entiendo su desesperación.
—No, no lo entiendes. Pero lo entenderás si no encuentran a mi esposa. Porque si no la encuentran, el infierno les parecerá lindo comparado conmigo.
Colgué la llamada y me fui directo al edificio de Bolat. Ese malnacido iba a decirme dónde estaba mi esposa.
—¿Dónde está? —azoté la puerta.
—Qué forma tan poco elegante de saludar… ¿Algún problema?— Tenía una actitud fanfarrona.
—No juegues conmigo. Sabes por qué estoy aquí… ¿Dónde está Reachel? —lo tomé del cuello.
—¿Cómo voy a saberlo? ¿No se supone que tú debes cuidarla? Ella se fue de aquí hace una hora. No me culpes por tu ineptitud.
—Si le has puesto un dedo encima… si la estás escondiendo… juro que no importa cuántos hombres tengas ni qué tan alto hayas construido tu trono, yo voy a tumbarte piedra por piedra. Y más te vale que tengas cuidado de estar solo, sin seguridad… porque te haré desear que la muerte te llegue rápido.
Lo aventé sobre su escritorio y empecé a rastrear a mi esposa. Rodeado por los guardaespaldas.
—¿Qué hacen aquí? ¡Búsquenla! —grité.
Después de un tiempo:
—Señor, los videos de seguridad nos indican que la señora salió del edificio y tomó un taxi.
—¿Reachel?
En el video se la veía extraña. Aunque eran su cabello y su ropa, su caminar era distinto.
Se ve claramente cómo toma el taxi.
Comenzamos a peinar la manzana, pero mi esposa no aparecía.
Estaba empezando a desesperarme.
Solo me quedaba rezar para que aparezca con bien.
...****************...
—Señor, la encontramos.
—¿Dónde?
—A cuatro cuadras. Dentro de su auto. Estacionado en un callejón, junto a una tienda cerrada.El motor apagado. Las puertas cerradas desde dentro.
—¿Está bien? —pregunté preocupado.
—Físicamente, sí. No tiene heridas. Pero… está confundida. Desorientada. No sabe cómo llegó ahí. Dice que no recuerda haberse subido al coche. Que lo último que recuerda es haber estado con el señor Bolat. De ahí… nada.
—¿Nada?
—Ni la calle. Ni la hora.
Ni siquiera por qué salió sola. Estaba sentada en el asiento del conductor. Las llaves en la mano, mirando al frente.
—¿Alguien más la vio?
—No. Ni cámaras. Ni testigos.
No hay rastro de que alguien la siguiera.
Pero tampoco hay forma de que el auto haya estado allí todo el día. Esa calle… la pasamos tres veces.
—Entonces alguien la devolvió… ¿pero, en su auto?
Como era el edificio de Bolat, no podía tener acceso a sus cámaras.
El video donde vimos a Reachel tomar el taxi era del edificio de enfrente.
—¿Señor, qué hacemos?
—Iré con ella. La llevaré a casa.
Reachel estaba desorientada.
Al llegar a casa, pedí que un médico la revisara y atendiera.
—La señora se encuentra bien. Algo que pudo haber ingerido pudo haberle provocado ese estado de desorientación, pero no es nada de qué preocuparse. Solo hay que dejarla descansar.
—Entiendo. Muchas gracias.— Me acerqué a ella. —¿Dónde estuviste? ¿Qué te pasó?
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Reachel:
Tenía una cita con Bolat para discutir los términos de la asociación.
No le informé a Santos. Sé que estuvo mal, pero iba a querer acompañarme, y no quería que ellos se encontraran y tuvieran una confrontación.
Al llegar, Bolat me saludó de forma muy efusiva.
—Mi niña.
—Señor —me abrazó y besó mi mejilla.
—Me alegra mucho que hayas aceptado mi propuesta. Créeme, no podrías haber encontrado a alguien mejor que yo.
Asentí con la cabeza.
Comenzamos a discutir los términos de la asociación.
Esta nos beneficiaba mucho más de lo esperado.
Algo en mí me hizo dudar: Bolat no estaba obteniendo ningún tipo de beneficio. Aunque decía que lo hacía por ayudar, prácticamente estaría perdiendo dinero, tal como lo planteaba.
—Es muy amable al querer ayudarnos, pero no quiero abusar de su buena disposición. Me parece que la balanza está desproporcionada a nuestro favor.
—No te preocupes, te aseguro que todo va a estar bien.
Los términos quedaron listos, por lo que comencé a despedirme.
El abogado del señor Bolat se encargaría del papeleo para que estuviese todo listo mañana.
—Nos vemos mañana, entonces —me despedí.
—Yo paso a tu oficina, así no debes moverte de nuevo hasta acá.
—Gracias, pero deseo evitar confrontaciones con Santos.
—Una vez socios, tendrá que aprender a lidiar conmigo. Cuanto antes lo haga, mejor.
—Tiene razón.
Me puse de pie… y me mareé.
Traté de caminar, pero todo se volvió negro.
Y no supe más de mí.
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La luz del sol, a través del parabrisas, me golpeó. Estaba atardeciendo y el sol me pegaba de frente.
Los ruidos de la calle jugaban a entrar por los bordes, tímidos, lejanos.
No reconocía el lugar.
Una calle estrecha. Una tienda con rejas bajadas.
Un árbol torcido que parecía inclinarse hacia mí, como si supiera algo.
No sabía la hora. No sabía cuánto tiempo llevaba allí.
Ni cómo había llegado.
Mi cuerpo estaba intacto, pero una pregunta me golpeó:
¿Qué hacía ahí, y cómo había llegado?
Miré hacia la puerta.
Las cerraduras estaban abajo. Cerradas desde dentro.
Tenía la llave en la mano, como si acabara de llegar… o como si nunca me hubiese ido.
Y entonces… los pasos.
Fuertes. Medidos. Profesionales.
Un golpe suave con los nudillos contra el vidrio.
Mi nombre, dicho en voz baja.
—Señora…
El hombre que había sido asignado como mi sombra me llamaba.
Giré el rostro con lentitud. Mis ojos ardían.
Lo vi allí, de pie. No se alarmó. No gritó.
Solo me miró, como si no supiera si debía hablarme.
Abrió la puerta.
Una bocanada de aire fresco entró al auto.
Y entonces sentí… el mundo. Volviendo.
La gravedad. El miedo.
—¿Está bien? —preguntó.
La pregunta era sencilla.
Mi respuesta no lo fue.
—No sé dónde estuve. No sé con quién.—
No sé si fue un sueño o si alguien me arrancó del tiempo.
Me llevó con mi esposo. La única persona con la que sabía que encontraría un poco de paz.
Él me miró en silencio. Me cubrió con una manta. No preguntó más. Porque sabía, como yo empezaba a sospechar, que las respuestas no iban a venir rápido, ni limpias, ni completas.
Quizá alguien me había dejado allí. Quizá ese alguien me había estado observando.
Y se había marchado apenas segundos antes.
Como si todo estuviera planeado para que me encontraran justo a tiempo.
Justo cuando todavía no podía hablar.
...****************...
El doctor terminó de revisarme.
Mi esposo, tan amoroso como siempre, se acercó a mí.
—Reachel, ¿donde estuviste? ¿Que te pasó?
Yo me encontraba mejor.
Sin duda, mi cuerpo había recuperado su fuerza y mi mente era consciente.
—No lo sé.
Por más que trataba de recordar, no podía hacerlo.
—Por más que traté de localizarte no pude. Llamé a tu madre, a Elena, a Romina —suspiró frustrado—. ¿Qué fuiste a hacer con Bolat?
—Fui a tratar los términos de la asociación. No te dije nada porque no quería otra confrontación entre ustedes.
—¿Y qué pasó?
—Cuando iba a marcharme me sentí mareada. Después no supe de mí.
—Las cámaras te captaron saliendo del edificio, Reachel, burlando la seguridad y tomando un taxi —sus pupilas temblaban de preocupación—. Después apareciste en tu auto, a unas cuadras. Estuviste desaparecida dos horas o más.
—Yo no iba manejando cuando llegué con Bolat. Uno de los guardaespaldas era quien conducía.
Él notó mi rostro de confusión y detuvo las preguntas.
Por la ventana podía verse que la noche estaba a punto de caer.
—Descansa. Mañana averiguaremos qué pasó.
Me dio un beso en la frente y me recosté.