Faltan once minutos para la media noche, Alejandra con el teléfono en mano espera ansiosamente que pasen esos sesenta segundos que la separan del "Hola" de su confidente desconocido. Con él puede ser ella misma, sin la máscara de estoica que desde su infancia se colocó.
Franco está en su habitación, ya ha escrito su acostumbrado Hola y cuenta regresivamente los 25 segundos para pulsar enviar. Él es un ser sensible sin saberlo, su oculta pasión por las artes lo llevó a ella, a esa mujer de la que no conoce ni su nombre, ni su rostro, ni su edad, pero que lo sensibiliza al extremo de sentir sus caricias en el alma.
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Veintidós
Totalmente desnuda, parada frente al gran espejo del baño, Alejandra admira en su reflejo los casi imperceptibles cambios que el embarazo hace en su cuerpo, examina sus oscurecidos pezones y el aumento gradual de su busto, apenas una pequeña protuberancia de poco más de tres meses, se le asoma en el vientre que acaricia con un brillo especial en sus ojos. No se ha dado cuenta de que el padre de su hijo se encuentra apoyado en el marco de la puerta y la está mirando con adoración.
—Te llamarás Franco, como tu papá— le habla a su hijo mientras los brazos de su hombre la rodean desde la espalda.
—¿Y si es niña?— le pregunta susurrándole al oído.
—Franca, pero será varón, ya lo verás— dice convencida girándose para colocar los brazos alrededor del cuello de él y fundirse en un apasionado beso que no pueden llevar más allá, hasta no recibir el visto bueno del médico.
En estos casi tres meses de reposo, Alejandra se siente totalmente recuperada, poco a poco logró que Franco retomara parte de su trabajo, algo en ella la hace desconfiar de su cuñada. Carlos Alcázar regresó junto a su esposa a Toronto para hacerse cargo de la sede en Canadá, ya que Julieta se ofreció a ayudarlo junto a Henry en Nueva York.
Por el lado de la familia Smith, Marta dejó de insistir en que regrese al apartamento; Pedro sigue al pendiente de su hermana, pero ella no se siente cómoda con las atenciones que le brinda, tantos años de menosprecio trajeron como consecuencia que dude de la sinceridad de sus muestras de afecto, al igual que las de sus otros dos hermanos.
—¿Te gustaría vivir aquí o en Canadá?— pregunta Franco en el momento que salen del consultorio, donde el médico le ha dado el alta definitiva a Alejandra.
—Aquí— responde tocándole el pecho, con la mano abierta, del lado del corazón.
—Ahí llevas más de un año mi Galatea— afirma mirándola fijamente a los ojos, tomando su mano y besando su palma...
Después de unas largas negociaciones, dónde Alejandra quería esperar dar a luz para que se casaran y Franco hacerlo antes del nacimiento de su hijo, acordaron que primero lo harán ante el registro civil y después del alumbramiento le dará una gran boda religiosa...
—Mañana es nuestra boda y merecemos una buena despedida de solteros— dice Franco acorralando seductoramente a su mujer contra la pared, los deseos reprimidos por las semanas de abstinencia, hacen estragos en el cuerpo de ambos. Sin preámbulos, Alejandra ataca sedienta los labios de Franco, los deseos la sobrepasan, con manos desesperadas abre de un tirón su camisa y los botones salen disparados por la habitación. Él no está menos urgido, sus pupilas dilatadas son un claro indicio de su excitación, abre el cierre de su pantalón para con una mano sacar su hombría mientras con la otra recorre a su mujer aún con el vestido puesto, la gira de espalda, levanta la falda a la vez que va acariciando sus muslos, aparta a un lado su ropa interior y se hunde en ella, la humedad con la que es recibido le confirma que no hacían falta juegos previos, los gemidos de ambos es el único sonido que se escucha, las contracciones de las paredes vaginales de su mujer le anuncia que está a punto y se deja ir junto a ella.
Con la respiración aún agitada, la toma en brazos y la lleva hasta el baño, ahora con calma cada uno desviste al otro entre besos, caricias y promesas de amor. Él atenúa la luz, enciende las velas y en penumbra, entre las aguas con esencias aromáticas, en la bañera continúan amándose.
El día ha llegado, será una celebración familiar donde únicamente los allegados estarán presentes.
Belkis está ayudando a arreglar a la novia cuando después de tocar la puerta, Julieta entra a la habitación con una taza en la mano.
—Toma, te traje un té para calmar los nervios— habla extendiéndole la bebida y Alejandra alarga su mano para agarrarla, pero es interceptada por su amiga.
—Gracias, ella se lo bebe después — dice Belkis y coloca el brebaje a un lado en la mesa de noche. Ella actuó de esa manera al ver las señas de Mayra desde la puerta para que no lo bebiera.
Julieta Alcázar no insiste en que lo tome para no delatarse, pero lo cierto es que el té contiene unas hierbas altamente abortivas y la muchacha, únicamente porque no confía en la sinceridad de la hermana de su patrón, actuó de esa manera. Luego Belkis confirmará sus sospechas, le daría mucho pesar tener la certeza de que su mejor amiga se esté enfrentando a un enemigo rastrero y sin escrúpulos; no obstante, todo indica que Alejandra y Franco en este momento deben la vida de su hijo a la empleada...
El novio desciende de la limusina, extiende su mano para ayudar a bajar a su novia, a sus ojos no podría estar más hermosa, luciendo su vestido blanco corte imperio bordado en cristal de Swarovski, con escote en V que resaltan sus hinchados pechos, un maquillaje suave y el cabello con un moño trenzado alto.
Alejandra también admira la belleza de su prometido ataviado con un traje de tres piezas azul marengo al igual que la corbata que lleva diminutas pintas color perla combinando perfectamente con el claro chaleco y la camisa blanca, pero lo que más la atrae es esa sonrisa que no se le ha borrado y el brillo especial en sus ojos.
Tomados de la mano entran juntos al salón dónde se llevará a cabo la ceremonia, al hacer el recorrido, a ella una lagrima rebelde le rueda por la mejilla, ¡Cuánta falta le hace en este momento la bendición de Alejandro Smith!.