CADA DÍA

...[La Salida]...

El día amaneció con un peso extraño en el aire. Como si el universo supiera algo que yo aún no comprendía.

Me desperté con la sensación de que todo estaba a punto de cambiar, aunque, siendo sincera, mi vida ya no era la misma desde que Areu había entrado en ella.

Nos preparábamos para ver a mi papá. Finalmente. Después de días de incertidumbre, miedo y preguntas sin respuesta.

Areu me había prometido que estaría bien. Que estaba a salvo. Que su gente lo cuidaba. Pero algo dentro de mí seguía sintiendo una punzada de inquietud.

Cuando subimos al auto, la tensión entre nosotros era palpable. No por discusiones, no por distancias invisibles, sino por la sombra del peligro que nos acechaba.

Areu estaba más callado de lo normal. Su mandíbula tensa, su mirada enfocada en la carretera como si esperara que en cualquier momento algo pudiera suceder.

—¿Pasa algo? —pregunté, rompiendo el silencio.

—Siempre pasa algo, piccola —respondió sin apartar la vista del camino.

Rodé los ojos, pero mi estómago se apretó.

Llevábamos apenas veinte minutos en carretera cuando lo sentí.

Ese vacío en el pecho.

Esa sensación de que algo iba mal.

Un segundo después, todo explotó.

Un ruido ensordecedor, vidrio estallando, metal doblándose.

El auto dio un giro brusco cuando Areu giró el volante con precisión, esquivando lo que parecía ser un impacto directo.

—¡Areu! —grité, aferrándome al asiento mientras sentía cómo el vehículo se deslizaba peligrosamente.

—Aguanta, Katherine —dijo con voz tensa, sus manos firmes sobre el volante.

Disparos.

No sabía de dónde venían, pero estaban ahí. Golpeando el auto, haciendo que el sonido de las balas rebotara en mi cabeza.

Areu pisó el acelerador.

El mundo pasó como un borrón a mi alrededor mientras él conducía a toda velocidad, zigzagueando entre los autos, esquivando lo que parecían ser dos motocicletas siguiéndonos de cerca.

—¿Quiénes son? —pregunté, con el corazón en la garganta.

—No importa —respondió—. No van a lograrlo.

Su confianza me asustaba, pero al mismo tiempo me aferré a ella.

Uno de los motociclistas se adelantó y sacó un arma.

—¡Agáchate! —ordenó Areu.

Y sin pensarlo, lo hice.

El disparo atravesó el parabrisas, justo donde mi cabeza había estado segundos antes.

—¡Mierda! —Areu gruñó, girando bruscamente el volante.

El auto golpeó la moto, haciendo que el hombre saliera despedido.

El segundo motociclista aún nos seguía.

Areu presionó un botón en el tablero y, de repente, algo se activó en la parte trasera del auto.

No supe qué fue, pero en cuestión de segundos, la motocicleta perdió el control y se estrelló contra el pavimento.

Mi respiración era errática cuando Areu finalmente se desvió hacia una carretera menos transitada.

—¿Estás bien? —preguntó, girando su rostro apenas un segundo para verme.

Asentí, aunque no estaba segura.

El auto estaba destrozado, pero seguía en movimiento.

Y lo más importante… seguíamos vivos.

Pero esto no iba a parar.

Sabía que no.

Areu tampoco lo creía.

Cuando finalmente detuvo el auto en un lugar seguro, se quedó en silencio por varios segundos, con las manos aún firmes sobre el volante.

Yo no podía dejar de temblar.

—Vamos a Italia —dijo finalmente, con voz firme.

—¿Qué? No, Areu… mi papá…

—Tu papá está a salvo, Katherine. Pero si tú te quedas aquí, no lo estarás por mucho tiempo.

Mi estómago se hundió.

—Pero…

—No hay peros. —Su tono no admitía discusión—. Ya tomé la decisión.

Sus ojos encontraron los míos, y por un momento vi algo más que preocupación en ellos. Vi miedo.

No miedo por él.

Miedo por mí.

—¿Y mi papá? —pregunté, sintiendo que mi voz se rompía.

—Se quedará. Es policía. No podemos sacarlo de la ciudad sin levantar sospechas. Pero estará bien, lo prometo.

Quería discutir, quería decirle que no podía simplemente llevarme lejos como si fuera una muñeca que podía mover a su antojo.

Pero la verdad era que no tenía opción.

Si me quedaba, más personas iban a morir.

Yo no podía permitirlo.

Areu se giró hacia mí y tomó mi rostro entre sus manos.

—Confía en mí, piccola —susurró.

Y aunque el miedo me devoraba por dentro, lo hice.

Regresamos a la casa a la espera de más hombres de Areu, cuando Alexander llegó nos dio todo lo necesario para viajar. Parece que no era muy complicado lo del papeleo al viajar en avión privado.

El vuelo a Italia fue silencioso.

Areu no dejó de estar alerta ni un solo segundo.

Yo tampoco.

Mi mente estaba con mi padre, con todo lo que estaba dejando atrás.

Pero lo que más me aterraba…

Era que una parte de mí sabía que, al llegar a Italia, todo cambiaría aún más.

Y ya no habría marcha atrás.