Cuando Marion se muda al complejo de departamentos de su familia, se encuentra con su vecino, el playboy Adrián, quien constantemente necesita su ayuda para alejar a sus conquistas de una noche. A medida que su vecindad se desarrolla, la tensión sexual entre ellos aumenta y el juego de ayudar a Adrián se vuelve cada vez más complicado y emocionante. Aunque Marion está decidida a independizarse y enfocarse en su carrera como contadora y en sus pasantías en la empresa de su padre, se descubre a sí misma cada vez más atraída hacia Adrián, y la línea entre la amistad y algo más comienza a difuminarse. Hay mucho en juego para ambos y puede que estén a punto de descubrir que la conexión entre ellos va más allá de la simple vecindad, pero ¿serán capaces de manejar las consecuencias de sus acciones? Sigue a Marion y Adrián en esta emocionante historia llena de romance, risas y intrigas.
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conviviendo con mi gigolo
Sábado ¿Qué debería hacer? Mi mente esta entre salir de estas sabanas, prepara el desayuno para mí y mi gigolo, me reusó a llamarlo novio, luego del desayuno ponerme a limpiar mi apartamento y hacer todas las tareas domésticas que tengo acumuladas. Pero al parecer las ideas van a quedar en mi mente suspendidas por un momento.
—A... —gimo. Mis manos se dirigen a los cabellos de mi vecino que se ha despertado con ganas de perderse entre mis piernas. Mi espalda se curva al sentir la maestría de su lengua recorrer mi piel de manera tan exquisita que no quiero que salga nunca más de ahí— ¡Hay Jesús! —exclamo y arrugo las sábanas, levanto las caderas, mi sensibilidad está al límite.
—Buenos días —dice mi gigolo relamiendo sus labios, suelto un bufido de frustración al dejarme latente y con ganas de más.
—¡Adrián! —grite cargada de deseo y frustración por igual.
—¿Qué pasa, princesa? —pregunta levantando una de mis piernas y cuando pienso al que fin me va a dar lo que quiero se queda suspendido, mirándome con una sonrisa en la cara.
—Te juro que si me sigues haciendo esperar te castro —gruño moviéndome para que deje de torturarme.
El me aprisiona con su cuerpo, tomando mis manos con una de ellas, y con la otra sostiene mi cadera para que no me mueva, logrando tenerme como él quiere. Quiero gritar, pero como siempre me sorprende con una gran envestida que solo logra dejarme algo desvanecida por el placer y luego como un loco me besa, me enviste y me toca desenfrenadamente logrando que pierda la cordura y me deje amar apasionadamente por mi vecino.
—Ponedle más azúcar, mujer —dice mi vecino, luego se ese despertar maravilloso, el hambre hizo acto de presencia y ahora tratamos de hacer el desayuno.
—Le voy agregar miel, eso reemplaza la azúcar —digo tomando una cuchara para verterle unas cucharadas a la mescla.
—¿Tienes chispas de chocolate? —pregunta mirando mi heladera en busca del dulce.
—No, pero tengo pasas —indico como nueva opción.
—No puedes reemplazar un delicioso chocolate por una pasa —debate, cerrando mi heladera—. En mi departamento tengo, iré a buscar —dice y lo miro marchar hasta la puerta.
—¿Iras así? —pregunto mirando su hermoso trasero enfundado solo con su bóxer, descalzo.
—Si —simplemente dijo para salir y volver al rato con una bolsa de chispas de chocolates, un tarro de crema chantillí, merengues, fresas. Lo miro sorprendida.
—¿Vienes preparado para la guerra? —pregunto al ver todas las municiones que lleva en sus manos.
—Si, una guerra de sabores y también algo de placer.... al paladar —remarca la última palabra dándole doble sentido. Mis piernas tiemblan al vislumbrar su imaginación.
Se acerca a mí y dejando todo sobre la mesada, agarra la bolsa con las chispas y le agrega un puñado a la mescla. Coloco en la cocino una sartén con manteca y hecho un poco de mescla para hacer las tortitas.
Mientras yo cocino mi vecino prepara el café y tararea una canción que no alcanzo a adivinar cual es, pero estoy segura que es de los Guns and roses. Terminando de cocinar y mi gigolo saca dos platos y comienza a combinar las tortitas con la fruta y la crema chantillí.
Relamo mis labios y nos sentamos en la mesa para desayunar como una pareja normal. Mientras como el no deja de hablarme de su proyecto y cada tanto roza mis piernas, besa mis mejillas o los nudillos de mis manos, es como si no pudiera dejar de estar encima mío.
Terminamos y meto todo al lavavajilla. Mi vecino busca su celular y busca una lista de reproducción que comienza a sonar y tiene su mano.
—Baila conmigo, hermosa princesa —pide y yo como una tonta enamorada tomo su mano para danzar junto a él.
—Debo limpiar mi departamento, gigolo —digo al sentir sus manos inquietas sobre mi piel.
—Te ayudo si me ayudas luego con el mío —propone mordiendo mi hombro.
—Ok, pero manen tus manos quietas —pido alejándome levemente de él, él sonríe, pero luego asiente y deja un beso suave en mis labios.
Nos ponemos manos a la obra, cargo el lavarropa con la ropa sucia que se ha amontonado, separando los colores.
—¿Qué te parece si en tu lavarropa colocamos lo blanco de ambos y en el mío lo de color, de ambos y así nos ahorramos tiempo? —pregunta colocando sus manos en su cintura.
—¿Para qué quieres ahorrar tiempo? —pregunto, aunque su idea me parece genial.
—Para follar, obvio —responde y ruedo los ojos, como si cargar la lavadora nos llevara mucho tiempo.
—Ve por tu ropa, pervertido —indico tirándole el montón de ropa de color mía.
—¿Me puedo quedar con estas? —pregunta levantando una de mis tangas.
—Eres todo un caso —digo serrando la lavadora y marcando el programa de lavado.
—Un caso que te gusta mucho —murmura acercándose a mí de manera insinuante, pero sin dejar mi montón de ropa, lo freno por su pecho.
—Tranquilo tigre, luego volvemos a los roces cachondos, primero a limpiar —digo matando su momento apasionado.
—Iré a colocar la lavadora, ya vuelvo —dice dejando besos en mis mejillas y se aleja.
Dios este hombre me desequilibra.
Voy a mi dormitorio y comiendo haciendo la cama, luego voy al baño y me lleno de espuma lavando todo. Termino con el baño, toda sudada, sintiendo que el sudor recorre mi piel. Salgo para encontrarme a mi vecino limpiando los muebles, el piso ya barrido.
Que imagen más sexi, dan ganas de premiarlo, pero debo contenerme. Llevo las cosas que utilice para lavar el baño al lavadero y justo veo como la lavadora está centrifugando la ropa. Justo en ese momento entra mi vecino y al ver lo mismo que yo su mirada pervertida me enciende adivinando su idea.
Sin perder tiempo, me sienta sobre la lavadora y hace a un lado mi ropa interior y liberando su anaconda me enviste.
Que decir, el movimiento de la lavadora más el sentirlo dentro de mí es algo mágico, los gemidos míos se mesclan con sus gruñidos y así pasamos los próximos cinco minutos hasta llegar al clímax de forma magistral.
Bendita seas entre todas las lavadoras, pienso agitada. Me ayuda a bajar, así como llegamos al lavadero, seguimos limpiando mi departamento. Al terminar, así como estábamos nos cruzamos al suyo y cuando ya teníamos todo limpio, nos metimos a su ducha, estábamos sudados.
Pero las ideas de mi vecino con nuestro baño eran muy diferentes a las mías, bueno no tanto. Aprisionada contra los fríos azulejos recibía una buena cantidad de caricias, caricias placenteras.
—Deberíamos vivir juntos —dice mientras seca mi cabello, yo me quedo helada.
—¿Qué? —pregunto y lo miro atreves del espejo de su baño— Es muy pronto —digo usando la lógica.
—Lo sé, pero este día que pasamos juntos me ha gustado y si así serian todos, me gusta —dice buscando mi mirada en el espejo. Me volteo para tenerlo de frente.
—A mí también me ha gustado, pero por el momento sigamos así, quien se muda con su pareja llevando un solo día de noviazgo por no decir horas —digo sonriéndole.
—Acepto solo porque has dejado de llamarme gigolo para llamarme novio —dice ajustando sus manos en mi cintura, acercándome a su boca y besando mis labios—, pero no quita la idea que en un futuro muy sercano no podamos vivir juntos.
—Ok, tigre. Aunque siempre serás mi gigolo —murmuro separándome un poco de él, mi estomago gruñe junto con el de él. Nos miramos y rompemos a reír—. Hora de vestirnos he ir por algo de comida.
—¿Panchos en la plaza? —propone y su idea me fascina.
Envuelta en una de sus batas salgo de su departamento para quedarme quieta al ver la espalda de mi madre frente a la puerta de mi departamento.
—Princesa unas de tus tangas blancas se mesclo con la ropa oscura y quedo matizada —escucho decir a mi vecino, acercándose a mí.
Mi madre voltea u me encuentra parada en el umbral del departamento de mi vecino, llevando una de sus batas y mi vecino solo llevando una toalla en su cintura dejando ver su sexi pecho al descubierto. Mis mejillas arden.
—Hija... —dice mi madre recorriendo mi cuerpo con la mirada, pasando a ver a mi vecino y luego sonríe para volver a fijar la mirada en mi—. Veo que tu vecino no es tan gay como dijiste.
—¿Que? —dice mi vecino a mi lado clavando su mirada en mí, yo quiero que la tierra me trague.
—Mmm... ¿No? —susurro.
—¡Que bueno conocer, al fin, el novio de mi hija! —dice en cambio mi madre para abalanzarse a mi vecino como si no estuviera prácticamente desnudo y besarlo en la mejilla como si lo conociera de toda la vida.
Mi vecino se queda de piedra, sosteniendo su toalla para que no caiga por lo impulsivo de mi madre, yo no sé si reírme por su cara o llorar por la forma en la que nos encontró mi madre. Planeaba disfrutar un poco más de mi nuevo estado amoroso antes de que mi madre nos atosigue y comience a planear la boda, porque desde acá veo que hasta ya tiene fecha fijada.
Felicidades
me encantó
me encantó
bien escrita candente sin enredos