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Idealizado

Idealizado

Status: Terminada
Genre:Elección equivocada / Completas
Popularitas:1.4k
Nilai: 5
nombre de autor: criis jara

Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.

NovelToon tiene autorización de criis jara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

La luz después de la tormenta

Habían pasado meses desde aquella noche. Desde el juicio, las declaraciones, las miradas de asombro cuando salió a la luz todo lo que Elena había vivido… y todo lo que había hecho para obtener justicia.

Su padre, condenado.

La historia, contada.

El capítulo más oscuro, cerrado.

Y sin embargo, el dolor seguía. No igual. No ardiente. Sino profundo. Como una cicatriz que ya no sangra, pero que nunca se borra del todo.

Elena caminaba por el parque, el mismo que solía visitar con su mamá cuando era más chica. Llevaba auriculares, pero la música no sonaba. Solo caminaba. Respirando. Viviendo.

El sol acariciaba su rostro. El viento jugaba con su cabello.

Sonrió.

Una sonrisa real.

—¿Lista? —preguntó Carla, que se había sentado en un banco cercano, esperando su llegada.

—Más que nunca —respondió Elena, mientras se sentaba junto a ella.

—No puedo creer todo lo que pasó… y lo que sobreviviste.

—Yo tampoco —dijo con calma—. Pero estoy acá.

Las dos se miraron. La complicidad entre ellas era indestructible. No hacía falta decirlo, pero se sabían hermanas de la vida. Y del dolor.

—¿Y ahora? —preguntó Carla, levantando las cejas con una sonrisa.

—Ahora… vivir. Empezar otra vez. Pero a mi manera.

Volvieron caminando hacia casa. Elena vivía sola ahora. Había heredado la casa, y aunque los primeros meses fueron difíciles, ahora era su refugio.

Había pintado las paredes, cambiado los muebles. Cada rincón hablaba de ella y de su mamá. Un hogar nuevo… con raíces antiguas.

Esa noche, frente al espejo, se miró con atención. Ya no era la misma.

—Gracias, mamá —susurró—. Por enseñarme a no rendirme. Por protegerme hasta el último día.

Te extraño. Pero estoy bien. Y voy a estar bien.

Miró la foto de ambas, sonriendo, enmarcada junto a la cama.

Y por primera vez, lloró en paz.

Al día siguiente, volvió al colegio. Esta vez con otra energía. Ya no con miedo. Ni con rabia. Sino con propósito. Con una calma que solo conocen quienes ya atravesaron el infierno.

Los pasillos murmuraban su nombre. Alumnos de distintos cursos la saludaban con respeto, algunos incluso con admiración. No era la misma chica de antes… y todos lo sabían.

Esa semana, casi todos los chicos de último año la invitaron al baile de egreso. Cada uno con su estilo, algunos con flores, otros con notas dejadas en su casillero.

Pero Elena los rechazó a todos con amabilidad.

—Ya tengo con quién ir —respondía con una sonrisa.

Su elección había sido clara desde el principio: iría con su única compañía real. Carla.

Esa misma tarde, al salir del colegio, Elena pidió al chofer que tomara otra ruta. Llegaron a una institución gris, de muros altos y ambiente frío.

Era el penal donde su padre cumplía condena.

Cuando lo vio, sentado tras el vidrio, no sintió rabia. Solo un peso que ya no le pertenecía.

—Hola, papi —dijo, al tomar el teléfono.

Su padre parecía otra persona. Ojeroso. Doblado por el tiempo y la culpa. Apenas la vio, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Perdóname, hija… por favor. Perdóname por todo lo que te hice pasar.

Elena sonrió, pero no con ternura. Con dignidad.

—Ay, papi… aún no pasaste lo peor. Esto que estás viviendo ahora… es mínimo comparado con lo que nos hiciste a mamá y a mí.

Él bajó la mirada, vencido.

—Solo vine a decirte algo —dijo, poniéndose de pie—. Hoy es el último día que me vas a ver. No vuelvas a buscarme, ni en sueños.

Colgó el teléfono. No necesitaba escucharlo más.

Se alejó sin mirar atrás.

Afuera, el cielo estaba despejado. Por primera vez en mucho tiempo, no había tormenta en el aire.

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Esa noche, Elena se vistió como nunca. El vestido caía con elegancia sobre su figura y su cabello brillaba bajo la luz cálida de su habitación. Frente al espejo, por fin se vio a sí misma… no como una víctima, sino como una sobreviviente.

Hermosa, sí, pero con un fuego distinto. No era una princesa de cuento. No necesitaba a un príncipe para brillar. Brillaba sola, por lo que había vivido, por lo que había superado.

Cuando entró al salón, las miradas se volvieron hacia ella. Un murmullo recorrió la sala. Todos hablaban de lo bien que se veía, de su fuerza, de lo que había cambiado.

Pero ella solo buscaba a una persona.

Y ahí estaba Carla, riendo, hablando con varios compañeros, como la chica extrovertida y alegre de antes. Cuando la vio, corrió a abrazarla con fuerza.

—¡Estás increíble! —exclamó Carla, girándola— Te juro que pareces una reina.

—Gracias —sonrió Elena—. Pero no quiero una corona. Solo bailar y disfrutar.

Ambas rieron.

Carla la tomó del brazo mientras caminaban hacia la pista.

—No puedo creer que el año que viene egresamos —dijo emocionada—. Aunque… ¡me da un poco de miedo! Es el último año… se nos va todo.

Elena la miró con dulzura y serenidad.

—A veces lo que se va… deja espacio para algo mucho mejor.

Y esa noche, por fin, bailaron sin sombras detrás.

Y rieron con el alma liviana.

Y aunque el pasado no se borra… el futuro, por primera vez, no daba miedo.

Mientras el salón seguía vibrando con música y risas, Lucas se acercó con paso inseguro. Su traje algo desalineado, sus ojos buscándola entre la multitud, hasta que por fin la encontró.

—¿Podemos hablar? —preguntó, deteniéndose frente a ella.

Elena lo miró de reojo y sonrió apenas.

—¿Todavía? Ya fue, Lucas… —respondió con calma, no con enojo, sino con esa firmeza que dan las cicatrices cerradas.

—Lo sé… lo sé —dijo él, bajando la mirada—. Pero necesito decirte algo.

Ella lo observó en silencio. Después de todo, cerrar bien también es crecer.

Caminaron unos pasos hasta un rincón más tranquilo. Lucas respiró hondo.

—Yo me acerqué a vos… por las razones equivocadas. Quería... estar con vos —confesó, avergonzado—. Pero después… me enamoré. De verdad. Y sé que fui un imbécil. Solo quería pedirte perdón.

Elena lo escuchó sin interrumpir. Luego, asintió despacio.

—Gracias por decirlo. Y te perdono —dijo con sinceridad—. Aunque… quiero que sepas algo.

Lucas levantó la mirada.

—Yo no te amaba, Lucas. —Sus palabras no fueron crueles, sino reales—. Solo te idealicé. Pensé que podías sacarme del infierno que era mi casa, que ibas a ser el salvador de mi historia. Pero no hizo falta. Aprendí que podía salvarme sola.

Lucas tragó saliva, pero asintió. No había reproche, solo verdad.

—Te felicito por el egreso —dijo ella con una sonrisa leve—. De verdad. Espero que te vaya bien.

—Gracias, Elena —susurró él—. Vos también… te merecés todo lo bueno.

Ambos se miraron un segundo más. Sin odio. Sin rencores. Solo dos personas que aprendieron algo el uno del otro.

Luego, se despidieron con un gesto, y cada uno volvió a su lugar.

Elena caminó hacia Carla, y sin decir nada, volvió a sonreír.

Esa noche, no necesitaba cerrar heridas. Solo seguir bailando.

La noche pasó entre luces, risas, bailes y emociones. El salón vibraba con una energía especial, esa mezcla única de nostalgia por lo vivido y emoción por lo que vendrá. Cuando llegó el momento más esperado, todos guardaron silencio.

—Y los elegidos como rey y reina del baile son… ¡Lucas y Daiana! —anunció la directora, sonriendo.

Los aplausos estallaron de inmediato. Elena fue una de las primeras en aplaudir, sin rencor, con una sonrisa genuina. Las luces enfocaron a Lucas y Daiana mientras subían al pequeño escenario decorado con flores y luces tenues.

Lucas tomó el micrófono primero. Su discurso fue breve, cálido, deseando a todos un gran cierre de año y animándolos a seguir sus sueños, sin importar los obstáculos.

Luego, fue el turno de Daiana.

La misma Daiana que meses atrás había sido su sombra, su tormento, su enemiga. Pero ahora algo había cambiado.

—Quiero usar este momento para decir algo —dijo con la voz un poco temblorosa—. No solo es un honor estar acá… sino también una oportunidad. Esta noche quiero reconocer a alguien más.

El salón se quedó en silencio.

—A Elena —dijo mirando hacia donde ella estaba sentada—. Fuiste valiente, fuerte, y caminaste por el infierno sin perder tu luz. Me equivoqué contigo. Fui cruel, fui injusta… y aunque sé que no merezco tu perdón, quiero pedirlo. Gracias por enseñarme con tu ejemplo. Sos una reina sin corona, pero con un alma gigante.

El aplauso fue unánime. Todos se giraron hacia Elena, quien no pudo evitar emocionarse. Aplaudió también, y con una sonrisa llena de paz, le mandó un beso a Daiana desde su asiento.

Por fin… todo iba bien.

Esa niña que alguna vez estuvo enferma de venganza y sin alma… de a poco, iba volviendo a ser lo que fue.

Una chica fuerte, luminosa… pero ahora también en paz.

Porque no solo había cerrado su ciclo. Había empezado uno nuevo.

Uno donde el dolor ya no guiaba sus pasos, sino la esperanza.

A la mañana siguiente

El cielo estaba cubierto por nubes suaves, como si incluso el día respetara el momento. Elena caminaba despacio entre las lápidas, con un ramo de flores en la mano. Las mismas flores que su madre amaba. Vestía sencillo, pero su porte era firme. Su mirada tranquila.

Se detuvo frente a la tumba.

Se agachó. Pasó la mano con cuidado sobre el mármol y dejó las flores justo al pie.

—Hola, má —susurró, con una sonrisa tenue—. Ayer fue el baile… sí, ya sé que no estoy en último año, pero me invitaron igual. Me vestí como vos querías. No sabés lo linda que me sentí. Carla me acompañó. No, no fui con Lucas. Ya no.

Hizo una pausa. Respiró hondo.

—¿Sabés? Me di cuenta de algo. Todo este tiempo pensé que necesitaba justicia… pero lo que más necesitaba… era cerrar heridas. Y lo hice. Fuiste vos la que me enseñó a ser fuerte, a no dejar que el miedo me paralice. Y cuando más perdida me sentía, ahí estabas… en cada recuerdo, en cada palabra que me dejaste marcada.

Sus ojos se humedecieron, pero no lloró. Esta vez no. Esta vez su voz no tembló.

—Ya está, má. Lo logré. Me salvaste… aunque no pudiste quedarte, me diste todo lo que necesitaba para seguir.

Se levantó. Acarició una vez más la lápida.

—Ahora, descansá. Que yo… voy a vivir. Por vos. Por mí.

Se dio media vuelta y comenzó a caminar. El viento acariciaba su pelo, y aunque se iba sola… no se la veía sola.

Iba acompañada de todo lo que había superado.

Y con cada paso, la historia de Elena dejaba de ser una herida… para convertirse en una cicatriz que ya no dolía. Solo recordaba que sobrevivió.

Mensaje final

Elena alguna vez buscó el amor en los lugares equivocados. Idealizó a quienes creyó que vendrían a salvarla… cuando en realidad, siempre estuvo a salvo en el único amor que jamás le falló: el de su madre.

No esperes a perder a alguien para darte cuenta de cuánto significaba. Valorá, abrazá, decí lo que sentís. Porque no sabemos cuántas mañanas nos quedan juntos, y a veces, el “después” nunca llega.

Y si alguna vez alguien te hace sentir menos, si alguien te grita, te humilla, te rompe… no lo llames amor. Eso no es amor.

Jamás permitas que un hombre —ni nadie— te haga creer que no valés.

Tu vida, tu paz y tu dignidad valen más que cualquier relación.

Y sí, es posible salir del infierno.

Con fuerza, con ayuda, con amor propio… se puede.

Porque las cicatrices no te hacen débil.

Te recuerdan que sobreviviste.

1
Blanca Ordaz
muy buena trama hermoso mensaje de amo y supervivencia felicidades por esta hermosa novela de aprendizaje
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