Luego de una decepción amorosa Lila viaja a Londres buscando la contención de su padre pero en el camino encuentra algo más que solo amor y contención familia. Una nueva historia da comienzo en medio de toda su crisis sentimental.
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capítulo 5
Lila caminaba por los pasillos de la mansión Facchini con paso firme, aunque por dentro sentía que su mundo se desmoronaba. Había mantenido una fachada de calma desde su llegada, pero sabía que ya no podía postergar más la conversación con su padre. Había venido en busca de refugio, un lugar donde no fuera blanco de cámaras ni titulares despiadados. Pero, en el fondo, también necesitaba el abrazo silencioso de alguien que, a pesar de su dureza, siempre la había amado a su manera: Sergei Facchini.
Golpeó suavemente la puerta de su oficina y, al recibir el permiso, entró. Sergei estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos. Al verla, dejó todo a un lado.
—¿Puedo hablar contigo un momento, papá? —preguntó con voz baja.
—Siempre, hija —respondió él con expresión serena, aunque su mirada se endureció ligeramente al notar la tristeza en los ojos de Lila.
Ella se sentó frente a él. Durante unos segundos, ninguno habló. Luego, Lila inspiró hondo, obligándose a comenzar.
—Vine porque necesitaba alejarme de todo. Solo por unos días… hasta que la prensa se calme un poco. Todo se está saliendo de control allá afuera.
Sergei asintió en silencio. Sabía lo que era estar bajo el ojo público. Conocía los estragos de un escándalo y lo que implicaba para alguien con el apellido Facchini.
—¿Esto tiene que ver con ese prometido del que nunca quisiste contarme mucho? —preguntó con voz grave, sin rodeos.
Lila bajó la mirada, dudando. Pero ya no tenía sentido ocultarlo.
—Erick… me engañó, papá.
Silencio.
El rostro de Sergei no se alteró. Solo sus dedos se crisparon sobre el reposabrazos del sillón de cuero. Su mandíbula se tensó, pero su voz, cuando habló, fue tan fría y contenida que parecía venir de otro hombre.
—¿Se atrevió a traicionar tu confianza?
—Sí —susurró ella—. Quise sorprenderlo con una cena para dos, algo íntimo antes de la boda. Él me había dicho que trabajaría hasta tarde con su equipo, pero cuando llegué a su oficina… estaba vacía. Solo su despacho tenía luces encendidas. Entré… y lo encontré con su secretaria. Infraganti.
— Maldito infeliz...—masculló Sergei en voz apenas audible.
—No fue un desliz —continuó Lila, ignorando el nudo en su garganta—. Llevaban semanas. Fingía frente a mí como si nada.
Los ojos de Sergei ardían, pero no permitió que su furia se desbordara. Respiró profundo, una y otra vez.
—¿Piensas volver con él?
Lila negó de inmediato.
—No. Creo que verte sufrir todos esos años junto a madre, me enseñó que cuando alguien rompe su promesa… tarde o temprano lo volverá a hacer. Amo a mamá, pero sé cuánto la amaste y lo mucho que te hirió. No quiero repetir su historia, papá.
Sergei se levantó con calma y se acercó a su hija. Posó una mano firme y cálida sobre su hombro. La ternura de ese gesto contrastaba con la tormenta que lo devoraba por dentro.
—Puedes quedarte todo el tiempo que necesites, Lila. Esta es tu casa. Nadie va a molestarte aquí —dijo con voz firme—. Y me aseguraré de que tu hermano se mantenga a raya. No quiero que convierta esto en un espectáculo.
Ella esbozó una pequeña sonrisa triste.
—Gracias, papá.
Sin decir más, se levantó y salió de la oficina. Afuera, Elena la esperaba para llevarla a la habitación que le habían preparado. Caminó con la cabeza baja, y fue entonces cuando Dimitri, que venía desde el ala este, la vio pasar. Al verla, notó el brillo apagado en sus ojos. Supo, de inmediato, que algo estaba mal.
Esperó unos minutos y luego se dirigió a la oficina de su padre.
—¿Está libre? —preguntó, asomándose.
Sergei estaba de pie junto al ventanal, de espaldas, contemplando el jardín. No respondió de inmediato. Cuando se giró, sus ojos aún chispeaban de rabia contenida.
—Entra.
Dimitri avanzó con decisión, cruzándose de brazos.
—¿Qué pasó? Vi a Lila. Parecía destrozada.
Sergei lo observó un momento, sopesando si debía contárselo. Pero Dimitri era su hijo. Su mano derecha en los negocios. Y su aliado más implacable cuando se trataba de proteger a los suyos.
—Ese cabrón al que llamaba prometido… la engañó. Y la humilló públicamente.
Dimitri se quedó en silencio. Sus facciones se endurecieron como mármol.
—¿Qué?
—Lo pilló con su secretaria. Llevaban semanas viéndose. Él fingía. Mentía. Jugaba con ella.
El rostro de Dimitri se contrajo, y de pronto, su puño se estrelló contra la pared más cercana. El estruendo fue seco. Sergei no se inmutó.
—Voy a matar a ese desgraciado —gruñó entre dientes, con los ojos ardiendo de furia.
—Sí… —Sergei murmuró, pero luego sacudió la cabeza—. No. No, Dimitri. Deja que tu hermana lo arregle a su manera. No podemos meternos si ella no lo pide.
—Me importa un carajo —espetó Dimitri, dando un paso al frente—. Ese imbécil creyó que mi hermana estaba sola. Voy a demostrarle que con los Facchini nadie se mete. Nadie juega con mi hermana y se va de rositas.
Sergei cerró los ojos un momento. Entendía esa rabia. Él también quería hacerlo pedazos. Pero había algo más importante.
—Tengo tantas ganas como tú de partirle la cara —dijo con voz gélida—, pero apenas estamos recuperando a tu hermana. No quiero que huya otra vez. No quiero perderla.
Dimitri apretó la mandíbula. Respiraba con dificultad. Finalmente, bajó la mirada, luchando contra sus impulsos.
—¿Y qué propones? ¿Esperar?
—No —dijo Sergei. Una leve sonrisa torcida curvó sus labios—. Pero por ahora no haremos nada. Más adelante… bueno, los accidentes ocurren todo el tiempo. Un resbalón. Un freno que falla. Algo leve, simbólico. Lo suficiente para que no olvide con quién se metió.
Dimitri lo observó. Comprendió al instante las implicaciones. Asintió despacio.
—¿Movilizo a los hombres en Nueva York?
—Sí. Que lo vigilen de cerca. Quiero saber cada paso que dé. A quién ve. Qué dice. Qué oculta. Si vuelve a cruzar la línea… no habrá advertencia.
—De acuerdo, padre.
Dimitri se giró y salió de la oficina. Sus pasos eran pesados, pero no vacilaban. Su mirada seguía cargada de furia, aunque ahora tenía una dirección. Una estrategia.
Porque en la familia Facchini, la venganza no era una reacción impulsiva.
Era un arte.
Un acto quirúrgico.
Una sentencia ejecutada en el momento más inesperado.
Y, sobre todo, un platillo que siempre se servía frío.
dañó a su familia por un desliz que ni siquiera fue seguro.
Su madre se merecía eso por dañar todo.
Pero Lila no
Básicamente ellos dañaron la relación de sus hijos.
TODO.
Ella traicionó a su familia, y luego hizo escoger a sus hijos, más que nada el hecho de que el otro se enteró de la peor forma, no fue capaz de nada.
le segunda el padre al no ser fuerte y dejarla a tiempo, que dañó a sus hijos.
y para colmo ella se descarga con su hermano que no tiene culpa, no es obligación querer hablar con su madre
Que fastidio cuando dices algo y no cumplen, yo me largaba de ahí 🙄🙄
dos hermanos y ahora con quién. dioooooos que dilema