Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#22
—Rápido, abran la caja trasera de la camioneta — dijo una voz imponente.
El cuerpo cansado de Anne comenzó a temblar. De repente, alguien corrió la lona que descendía del techo y bajó la compuerta trasera, revelando el cargamento que viajaba en la parte de atrás: entre bolsas de estiércol bien apiladas, estaba acurrucada Anne, pálida como un papel, mirando al hombre de ojos dorados que la esperaba del otro lado.
“No, ¿por qué, Dios mío, por qué…?”, se quejó Anne por dentro, viendo la cara enojada de Renzo.
—Ya, sal de ahí, mujer torpe… — dijo Renzo en voz baja, como si no quisiera que su enojo fuera notorio entre sus hombres. Anne Hill había golpeado su orgullo al escapar. Sin embargo, no se atrevía a castigarla delante de todos, como lo habría hecho con otras personas.
Anne se quedó congelada y tardó unos segundos en reaccionar. Sin embargo, poco a poco se puso de pie, inclinando la cabeza por lo bajo que era el techo de la caja trasera de aquella vieja camioneta. La pobre se fue acercando a Renzo, rengueando y apestando a estiércol.
Se sentía débil, triste, derrotada. Cuando estuvo al borde de la caja a punto de bajar, un viejo recuerdo golpeó su cabeza…
“Annie, no tengas miedo. Yo te atrapo”, le decía Justin, una tarde de verano. Anne estaba en la rama de un árbol y tenía miedo de bajar…
“¿Por qué tengo que recordar eso justo ahora?”, pensó Anne, lamentándose. Aquella vez, Justin la había atrapado y ella se había sentido tan segura en sus brazos…
Pero Justin era un traidor, le había mentido. Él ya no era un “lugar seguro” y afectuoso como antes.
Anne se sostuvo como pudo, intentando juntar fuerzas y mantener la templanza. Sin embargo, en un momento trastabilló y su pie resbaló cerca del parachoques.
—Ven aquí, te tengo — le dijo Renzo, atrapando a Anne entre sus brazos, evitando que caiga — Eres realmente tonta…
Anne se sorprendió por el tono de Renzo, pues no parecía molesto con ella. Además, sin importarle el olor y la mugre que traía encima, él la cargó hasta el auto. Sin entender porqué, dejó caer la cabeza sobre su hombro; se sentía tan triste y cansada pero, irónicamente, el hombre que tanto odiaba fue lo más gentil que se había topado hasta el momento.
Del otro lado, los hombres de Renzo tenían al conductor de rodillas. La policía había llegado y lo habían esposado, a pesar de las súplicas del pobre hombre.
—Yo no hice nada —gritaba desconcertado y asustado —¡No sabía que ella estaba ahí!
—¡Si, claro! — le respondió irónico uno de los gorilas de los Mancini, el matón más ancho y alto — Es la prometida de Renzo Mancini, ¿me estás diciendo que ella viajaría en tu camioneta de mierda solo por placer?
Anne se sorprendió al entender lo que estaba ocurriendo: le estaban adjudicando la culpa a ese hombre. Y no pudo evitar lamentarse por su situación; el conductor parecía tan solo un campesino de la zona y, por lo que cargaba en su camioneta, tendría alguna pequeña hectárea que abonar. Era un hombre común y corriente.
Renzo depositó a Anne en el asiento trasero del bugatti y se sentó a su lado. Mientras, a través de la ventanilla, la joven veía como Guido les daba órdenes a los hombres de Renzo y dialogaba con la policía.
Sin poder contenerse, Anne por fin se atrevió a hablar:
—¿Por qué lo tratan así? Ese hombre no ha…
Anne quiso decir “No ha hecho nada”, pero Renzo la interrumpió:
—Él te secuestró. La pena es de ocho años de cárcel.
—¿Qué?
La joven miró a Renzo, nerviosa. No podía creer que estaban cometiendo esa clase de injusticia con un inocente.
—Pero ¡fue mi culpa! Por favor: ¡no le hagan daño! —lanzó Anne sin pensar.
—¿Acaso vas a decirme que escapaste? — inquirió Renzo, irónico. La miró a los ojos, conteniendo su ira, haciendo que Anne se estremezca — ¿Piensas que alguien te creería? Ninguna mujer me rechazaría de esa manera. No tienes idea, Anne Hill… No deberías ser tan buena con ese tipo.
En el fondo, Renzo sabía que Anne había escapado y que el conductor no tenía nada que ver: lo había visto en el móvil de Guido. Sin embargo, su orgullo jamás le permitiría aceptar esa verdad.
Anne se sintió impotente ¿Tanto poder tenía ese tipo ante la ley, como para hacer y deshacer a su antojo?. Tomando valor, replicó:
—Sé que me estuvieron filmando en la carretera, es obvio que algo de esto se difundió en las redes — y recordó lo que le habían gritado los del descapotable —Estoy segura que fue así como me encontraste. Tú sabes la verdad y, de todas maneras…Tu… ¡Actúas de manera egoísta!
Anne supo que con eso último que dijo se había pasado de la raya; la expresión tiesa de Renzo Mancini lo decía todo. Sin embargo, no podía dejar que encierren a ese hombre por su culpa.