DRAGÓN DORADO

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Aria se despertó; estaba en la habitación y se quedó pensando cómo había llegado ahí.

—Tomé demasiado… —suspiró, frotándose los ojos. Se levantó para darse un baño.

El agua caliente la envolvió como un calmante. Se quedó un rato dentro de la bañera; el vapor había invadido los vidrios del castillo.

Limpió el espejo con los dedos, se lavó los dientes, se secó el cabello y el cuerpo, cuando notó un reflejo en su espalda.

«¿Qué…? ¿Es un dragón?»

Corrió su cabello, y en su espalda tenía un tatuaje de líneas finas doradas: la imagen de un dragón con las alas abiertas.

—Eso sí que es un tatuaje —balbuceó—. El primero. Me encanta.

Se vistió y mientras se peinaba, Ely entró en la habitación.

—Buen día, diosa del amor —dijo sonriente.

Aria rodó los ojos entre risas.

—Mírate… vuelan mariposas a tu alrededor, Ely. —La miró pícaramente—. ¿Acaso ya le diste tu capullito a…?

Ely le tapó la boca a Aria, roja como un tomate mientras reía.

—Ari… ¿cómo puedes decirlo tan directo?

Aria abrió los ojos de golpe.

—¡Elyyyy! —gritó—. ¿Lo hicieron? ¡Ahhhh!

Ely se tapaba la cara mientras Aria saltaba para abrazarla.

—Ay por dios… ¡contame con detalles! —Aria se sentó, lista para escuchar su narración pasional.

Ely empezó a contarle y Aria reía, gritaba y la animaba, haciendo que Ely también riera emocionada.

—Mírate… me ganaste.

—Ay, cállate, que vos tenés tres. Podés elegir —le levantó una ceja.

—Ahhh, Ely, no te conté —Aria cerró la puerta con llave; Ely quedó sin entender.

Aria le contó lo del bosque, la espada, y le mostró su tatuaje.

—Ari… es increíble. ¿El oráculo entonces nació con vos? —preguntó Ely.

—Sí… ¿Querés conocerlo? Va, es el que estuvo junto a Kael mirando la pelea.

—¿Quéee? No puede ser, pensé que era algún príncipe de un valle vecino.

—Ja, ja, ja. Frederick, ¿estás ahí?

—Mi reina… —dijo una nube negra que tomó forma. Frederick apareció de rodillas.

—Increíble… —balbuceó Ely.

—Princesa Ely. —Hizo una reverencia.

Ely lo observó intrigada, lo rodeó y Frederick quedó quieto, como mirando un punto fijo.

—¿Él puede verme? —susurró ella.

—Puedo sentirla, Princesa, pero su rostro no lo veo. Sé que es usted, dónde está, su palpitar, su respiración… —respondió Frederick.

Ambas lo miraron; él tenía una leve sonrisa.

—Debe tocarte el rostro si lo permitís —explicó Aria, guiando la mano de Frederick. Él sonrió.

—No haga eso, Majestad… mis manos no pueden tocar tal pureza sin su permiso —dijo apenado.

—No me molesta, Frederick —lo tranquilizó Aria, soltándolo suavemente.

A Ely le pareció hermoso ese momento.

—¿Puedo? —preguntó Ely a Frederick.

—Tendría que ser yo quien pidiera permiso, Princesa. Un sirviente no tiene derecho a tal honor.

Aria negó con la cabeza. «Se toma muy en serio lo de sirviente.»

—¿Siempre sos así? Sos una persona después de todo —dijo Ely, tomando su mano y llevándola a su rostro.

Frederick movió sus dedos sobre su piel, bajando apenas la cabeza, como memorizando cada detalle.

—No puedo estar más que extasiado por tener el honor de tocar los dos rostros más hermosos en todas mis vidas —dijo con un tono melancólico.

Ely sonrió. Aria se sentó en la cama.

—Frederick, tenemos un plan para hoy. ¿Podrías ayudarnos?

—Soy todo oídos, mi reina —respondió, apoyando una rodilla en el piso.

Aria le contó lo que sospechaban sobre Darío y el Rey, y que necesitaban un pelo de cada uno. Querían que él encontrara al hombre que Aria había visto.

—No hace falta que me lo muestre o me lleve con él; perderíamos tiempo. Si me lo permite, puedo verlo en su mente —dijo Frederick al ponerse de pie.

—¿Podés hacer eso? —Aria abrió los ojos; Ely también estaba sorprendida—. Bueno… pero solo eso. Mi mente no es muy linda que digamos —rió con picardía.

—Ari —protestó Ely.

—No sería capaz de invadir su mente sin permiso, mi reina —dijo Frederick.

Aria se acercó. Él apoyó su frente contra la de ella. En un instante se separó.

—Lo tengo. ¿Quiere que tome un cabello de él?

—Sí… aunque sería mejor una gota de sangre. Pero no sé… —balbuceó Ely.

—No hay problema. Puedo conseguirlo sin que se dé cuenta y no lo mataré —aseguró Frederick.

—Eso suena bien —asintió Aria.

—Sí, poné la sangre en este frasco. Que no toque nada más. Sé muy cuidadoso —indicó Ely.

—Sí, Princesa.

—Gracias, Frederick. Cuando tengamos lo demás, te llamaré —dijo Aria.

Él asintió y se desvaneció.

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Después de eso, desayunaron. Kael ya estaba listo, esperándolas en el carruaje.

—Buen día, Príncipe —saludó Aria.

—Buen día, guerrera Aria —sonrió Kael—. ¿Nos vamos?

Ellas asintieron. El viaje fue tranquilo. Aria miraba el paisaje; estaba más cálido que antes, pero esa sensación de oscuridad le picaba en la espalda, poniéndola ansiosa.

Al llegar, caminaron por la gran sala de tronos. Aria observó las paredes grises y las imágenes de guerras y dragones.

—Este dragón negro… ¿es de Darío? —preguntó.

—No. Ese dragón negro es el compañero del Dragón Dorado —respondió Kael.

Aria frunció el ceño.

—¿Compañero?

—Según la leyenda, el Dragón Dorado completa su máximo poder cuando encuentra a su pareja. El último dragón negro fue de un elfo —explicó.

—¿Puede tener cualquier compañero? No entiendo.

—Lo que su corazón anhele… eso dijo el oráculo. Mirá. —Apuntó a otras imágenes—. Cada compañero fue diferente.

Aria miró con más atención: en cada imagen, la pareja pertenecía a clanes distintos. Era como si el Dragón Dorado los uniera a todos sin importar origen o raza.

—Ya veo… y si no encuentra a su compañero, ¿qué pasaría? —preguntó.

—No lo sé. Creo que seguiría con parte de su poder, pero su corazón estaría a la mitad —suspiró Kael.

Aria quedó pensando. Si no sabía quién era su pareja… ¿cómo lo encontraría?

¿Y si ya no existía?

Sus dudas se acumulaban. Ely tomó su brazo.

—Ari… —la llamó—. Tenemos que entrar. ¿Estás bien?

—Sí… estaba perdida en otra cosa —asintió, poniéndose seria.

Kael abrió las puertas. León estaba con su hermano dormido en brazos. Darío estaba sentado junto a su padre, quien miraba por la ventana, perdido.

Los miraron al verlos entrar.

—Mucho gusto, Rey, príncipes —dijo Aria, haciendo una reverencia. De reojo vio a Lucas y a los chicos junto a Crow y su equipo en una mesa lejana.

《Están acá…》

—Así que… la gran guerrera —dijo Dario con burla—. Increíble.

Intentó tocar su rostro, pero Aria se corrió al instante.

—Príncipe —respondió seria. Dario frunció el ceño al ver que evitó su agarre.

—Señorita Aria, muchas felicidades —intervino León, cortando ese mal momento que todos notaron.

—Gracias, príncipe León —dijo Aria, mirando al niño en sus brazos, que comenzaba a despertarse—. Hola… ¿te desperté, príncipe?

El pequeño sonrió al verla.

—¡Es usted! La ganadora de la competencia —dijo emocionado—. Estuvo increíble.

Se bajó de los brazos de su hermano y comenzó a imitar los golpes que Aria le había dado a Crow, haciendo reír a ella y a los demás.

Aria se agachó a su altura.

—Después te enseño ese golpe cuando quieras —sonrió.

—¿Puedo tocar su trenza? —preguntó él, animado.

—Isaack, tu distancia —lo reprendió León, al verlo tan cerca de Aria.

—No me molesta, príncipe León —dijo Aria, tomando la mano del niño y guiándola a su cabello.

—¡Wow! ¿Le dolió mucho esos golpes? —preguntó mirando a Crow, que sonrió pícaro.

—Para nada. Fue como un pinchazo de hormiguita —susurró Aria, haciéndole cosquillas. Isaack estalló en risas.

En ese momento el Rey se acercó.

—Mucho gusto, señorita Aria. Le doy mis felicitaciones —dijo con una presencia tan débil que parecía una estatua viviente.

—Muchas gracias, Rey Pablo —respondió Aria, notando algo inquietante en él: su semblante era apagado, vacío, como si su vida estuviera siendo drenada.

《El pobre está más para cajón que fruta… no me sorprende con ese hijo inútil y su mujer infiel.》

Los príncipes se sentaron. Aria saludó a los demás mientras intentaba entender por qué estaban todos reunidos. Ely aprovechó para escabullirse y conseguir un cabello del Rey.

—Te ves muy hermosa hoy… más que ayer, mejor dicho —susurró Crow cerca de su oído.

Aria sonrió, sintiendo un escalofrío cálido ante su voz.

—Gracias, potrillo… tú no estás nada mal —le guiñó un ojo. Crow sonrió.

—¿Sabes por qué estamos todos?

—No, solo nos fueron a buscar —respondió.

—A nosotros igual —dijeron los chicos.

—¿Cómo durmieron? Tay, se nota que la pasaste bien, todavía no te despabilás —bromeó Aria al verlo adolorido.

—Mi cabeza me está matando… —se quejó. Los demás rieron.

—Pero la pasé increíble. Tenemos que hacerlo más seguido.

—Por mí está bien —dijeron Tyron, Tay, Samuel e Ian.

—Por mí suena bien —agregó Lucas—. ¿Qué otras delicias sabés hacer, Aria?

Todos la miraron.

《Eso sonó MUY doble sentido para mí…》

—Muchas. La próxima podemos hacer lasaña… o pastel de papa… o no, mejor… —Aria empezó a enumerar platos con emoción, mientras Crow la miraba como si estuviera viendo una joya recién descubierta.

—No sé por qué esos nombres son tan raros, pero me sumo a hacerlos todos —rió Felix.

Mientras charlaban, Ely volvió junto a Kael. Tomaron asiento con León y Dario.

Ely levantó el pulgar hacia Aria.

《Consiguió el cabello… Bien, Dario, sos mío.》

Los príncipes se pusieron firmes y Kael habló:

—Los solicitamos hoy para informarles que algunos de ustedes serán los guardias elegidos para el reino.

Los chicos se miraron ansiosos. Kael nombró al grupo de Lucas como guardias de segundo rango para el reino de Kvalir.

—Aunque perdiste, Crow, eres muy útil —soltó Dario con burla.

Aria levantó una ceja. A los demás tampoco les gustó. Puede que Crow haya perdido, pero eso no le quitaba lo increíble guerrero que era.

Dario carraspeó al notar el enojo general.

—Tu grupo seguirá en primera línea del reino de Osckor —dijo sin interés.

—Señorita Aria —continuó Kael—, usted ganó el primer rango como guardia de primera línea en el reino de Kvalir…

Pero hablamos y quisiéramos saber si desearía ser algo más.

León le entregó un pergamino dorado.

—¿Protectora de Nørhaven…? ¿Eso existe? —preguntó Aria sorprendida.

—Increíble… —murmuró Lucas.

—Algo demasiado importante no puede ser dado a una mujer —resopló Dario.

Las miradas que recibió fueron tan filosas que se encogió en su asiento.

—Existe —dijo León con firmeza—. Es el honor más grande del valle.

El último Protector está en camino, ya fue avisado. Y déjeme decirle… que está más que de acuerdo con dárselo.

—¡Aria, felicidades! —dijeron los chicos abrazándola.

Ella todavía no entendía nada, pero sonrió igual.

Entonces las puertas se abrieron, y entró un hombre de piel clara, cabellos rojos y presencia imponente.

Todos lo miraron. Aria sintió un aura roja alrededor de él.

—Les presento al Protector del Valle de Nørhaven, Griffiths Elyndor —anunció León.

—Por los dioses… es uno de los descendientes del antiguo Dragón Negro. Compañero del antiguo Dragón Dorado… proviene de la línea de los elfos más poderosos —decía Javier, sorprendido.

—Pensé que no existían más… —susurró Lucas.

—Un linaje puro no muere tan fácilmente —respondió Crow.

«Él… conoció al antiguo dragón… pero… no entiendo.»

—Mucho gusto, señorita Aria. Su pelea fue muy valiente, poderosa… y la más inteligente que he visto —Griffiths le extendió la mano.

—Muchas gracias, señor Elyndor —Aria tomó su mano.

En ese instante, una serie de imágenes cortas atravesaron su mente: una mujer muerta entre sus brazos, una guerra envuelta en fuego, demasiado sufrimiento. Aria se agitó y soltó su mano con discreción. Griffiths también había sentido su poder; la observó con detenimiento.

«No puede ser… él fue su pareja. Eso significa que alguien mató al antiguo Dragón Dorado.»

Aria quedó atrapada en un torbellino; fue como si la reunión entera se congelara.

«Mi reina… respire. Está entrando en crisis. Todo será aclarado… respire.»

La voz de Frederick resonó en su mente.

«Necesito que me cuentes todo… no omitas nada.»

«Sus dudas serán aclaradas, Majestad… esperaré su llamado.»

Griffiths sonrió de lado.

«No tengo dudas… sentí su presencia.»

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