Un giro inesperado en el destino de Elean, creía tener su vida resuelta, con amistades sólidas y un camino claro.
Sin embargo, el destino, caprichoso y enigmático estaba a punto de desvelar que redefiniria su existencia. Lo que parecían lazos inquebrantables de amistad pronto revelarian una fina línea difuminada con el amor, un cruce que Elean nunca anticipo.
La decisión de Elean de emprender un nuevo rumbo y transformar su vida desencadenó una serie de eventos que desenmascararon la fachada de su realidad.
Los celos, los engaños, las mentiras cuidadosamente guardadas y los secretos más profundos comenzaron a emerger de las sombras.
Cada paso hacia su nueva vida lo alejaba del espejismo en el que había vivido, acercándolo a una verdad demoledora que amenazaba con desmoronar todo lo que consideraba real.
El amor y la amistad, conceptos que una vez le parecieron tan claros, se entrelazan en una completa red de emociones y revelaciones.
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Confrontación de un alma desgarrada.
"¿Para qué viniste? Te dije que no lo hicieras". La voz de Carter era un hilo que apenas se oía, ahogada por una tristeza que no podía nombrar y una molestia tan profunda que me helaba la sangre.
"Eres mi invitada", respondí, la frase sonando vacía, patética, un intento inútil de coser la tensión que rajaba el aire del auto. Pero el silencio de Carter era un abismo entre nosotros, un muro que se alzaba, inquebrantable.
"Ella no suele ser así, no sé por qué actuó de esa forma". La justificación de Elean sonaba tan hueca, incluso para mis propios oídos, una mentira piadosa que no convencía a nadie. Y menos a Carter, cuya inocencia había sido profanada.
"Oh, descuida, en realidad es tan parecida a ti, que por un momento creí que eras tú el que hablaba". Su tono era plano, una superficie pulida que no dejaba ver nada, como si cada emoción hubiera sido drenada de su voz, dejando solo una armadura impuesta.
"En verdad que estás molesta, no creí que te afectarían tanto sus estupideces."
"No soy una niña, sé perfectamente que lo hace para molestar". Había un cansancio en su voz que me heló el alma, una madurez que no le pertenecía, una inocencia forzada a morir antes de tiempo.
"No tienes que aparentar conmigo".
"Tengo 20 años y no 8". La frase fue un muro levantado con prisa, una declaración de guerra que remarcaba la brecha, el océano de incomprensión que se abría entre su percepción y la mía.
"¿Desde cuándo dejaste de ser la chiquilla soñadora?". La pregunta se deslizó de mis labios sin control, un eco de mi propia confusión, la nostalgia amarga por una inocencia que no sabía cuándo había perdido.
"Supongo que el tiempo cambió algunas cosas". Su mirada se aferró a la calle, el paisaje urbano desfilando como un borrón sin sentido, un reflejo de su propia huida, de su desesperado deseo de desaparecer de la escena.
"Eso parece". La derrota se posó en mi garganta, pesada y amarga. "Aun así, no hagas caso a las tonterías que dijo".
"Está celosa, es completamente normal que actúe así". Sus palabras fueron un latigazo helado, una revelación que me dejó sin aliento, como si me hubieran golpeado en el estómago.
"¿Celosa?", mi incredulidad era un gemido silencioso. "No la conoces, no puede sentir celos, a decir verdad, ella solo jugaba, no deberías tomarlo personal".
"A mí tampoco me conoces por lo que veo", refutó, y en sus ojos vi un destello de fuego, una verdad incómoda.
"No, y eso me aterra". La honestidad me tomó por sorpresa, una confesión desnuda de mi miedo a lo desconocido, a esa extraña que ahora me miraba desde el asiento del copiloto.
"Por cierto, sobre lo que hablamos", su voz cambió de repente, ligera, casi alegre, una máscara que ocultaba un dolor insoportable. "Acabo de recordar, hoy quedé con Maia, debe estar muy preocupada con todo lo que pasó anoche". Volteé a mirarla, y ella dirigió su vista hacia la calle, evitando mi mirada como si yo fuera un incendio, su evasión era una daga que se clavaba en mi pecho.
"¿Qué? ¿Tu amiga?". Dije riendo. Mi incredulidad era palpable, cruda.
"Así es, acaba de mandar un mensaje confirmando nuestra salida."
"Eso es infantil, no tienes por qué mentir", la acusación brotó sin pensarlo, afilada e incontrolable.
"¿Por qué mentiría?". Sus ojos, por fin, se encontraron con los míos, pero no había vulnerabilidad, solo un brillo desafiante, una determinación fría como el acero.
"No lo sé, dímelo tú."
"No tengo la costumbre de mentir, eso es algo que solo se les da a ustedes". Su tono se endureció, una barrera infranqueable que levantaba para protegerse de mí, de todo.
"¿Y yo qué tengo que ver?".
"Tú fuiste el que decidió por mí, jamás debiste llevarme a tu casa". Su voz se alzó un poco, un hilo tenso de furia contenida.
"De acuerdo, señorita adulta que no conozco". El sarcasmo era un escudo patético contra el dolor, una punzada de resignación que me atravesó.
"Déjame en la siguiente calle, no quiero que me vean contigo, mis padres podrían malinterpretar las palabras de los vecinos".
"Será un placer", respondí, restándole importancia con un cinismo que me dolía.
"Lamento no poder salir contigo."
"No esperaba que lo hicieras. No me malentiendas, solo fui cortés."
El rostro de Carter se volvió aún más rígido, una máscara de piedra.
El silencio se volvió un ente vivo en el auto, denso y cargado, cada segundo una eternidad que nos ahogaba. Al llegar a la esquina que me indicó, ella continuaba distante, un fantasma a mi lado.
"Cuídate mucho, Elean, y gracias por traerme de vuelta a casa." Se despidió sin más, bajando del auto con una rapidez desesperada, como si huyera de un incendio, de mí, de la situación misma.
"Car."
Ella cerró la puerta sin responder, el sonido seco resonando en el aire como un disparo final.
"Car. ¡Carter!". Mi voz se quebró.
"¿Qué quieres ahora?". Su cabeza se asomó por la ventana, sus ojos irritados, llenos de un dolor tan crudo que apenas podía contenerse, un reflejo de la tormenta que vivía en su interior.
"Tu vestido se atoró en la puerta".
Ella observó el vestido con una mueca de molestia y humillación, abrió la puerta para liberarlo mientras la miraba de reojo, la vergüenza aún palpable en su rostro.
"Nuevamente eres de mucha ayuda". Su voz era un hilo, apenas audible, una disculpa por existir.
"Eso parece". Mi intento de ligereza cayó en saco roto, sin eco.
"Adiós". Se despidió, cerrando la puerta del coche con un golpe seco que selló el final de algo.
Carter se alejó, su figura encorvada y distraída, como un espectro, su inocencia pisoteada. Avancé lento en el auto, cuidando de no despertar la curiosidad de los vecinos, y regresé a casa. Las palabras de Carter, su repentino cambio, me sorprendieron, pero no lo suficiente como para apagar la furia que ardía en mi interior.
"¡Qué demonios hiciste, Nelly!", golpeé el volante con ambas manos, la frustración hirviendo en mis venas, una rabia ciega que buscaba un culpable.