Que Empiece Mi Reinado.

El camino hacia Bórico tomó una semana entera. A pesar de la fatiga acumulada y las noches al raso, el grupo mantuvo un ánimo constante. Lara, especialmente, se sorprendía con cada paso al observar la convivencia entre los hermanos Valemont. A pesar de su linaje real, su comportamiento era más cercano al de aldeanos que al de miembros de la realeza. Eran alegres, sencillos y naturales. Diana cantaba mientras cabalgaba, Oriana hacía bromas que hacían reír hasta al serio Nicolás, y Samanta no tenía reparos en ensuciarse las manos ayudando a preparar la comida. Incluso Aron, con su sarcasmo y comentarios despreocupados, rompía todo estereotipo de nobleza.

A decir verdad, Lara, que había crecido aislada en la torre, conocía más de modales y etiqueta que las propias princesas. Era extraño, pero reconfortante.

Jackson, por otro lado, no podía disimular su tensión. Aunque reía con sus hermanos y participaba de las charlas nocturnas, se notaba en su mirada la preocupación latente. Él era el único que había vivido tiempo en la corte y sabía bien cómo pensaban los nobles. No le preocupaba lo que dijeran de él, sino lo que podrían llegar a decir de sus hermanos. No todos en la realeza aceptaban bien la espontaneidad, y mucho menos la naturalidad de una familia que no parecía tomarse demasiado en serio su linaje.

A medida que se acercaban a los límites del Reino de Bórico, el ambiente cambiaba. Las casas, aunque sencillas, estaban mejor conservadas. La gente se veía más animada, más viva. Era como si los fantasmas de miseria y abandono que plagaban Vorlon se hubieran desvanecido al cruzar una línea invisible.

—Es... diferente —comentó Santiago, mirando a su alrededor mientras pasaban por un pequeño pueblo.

—Muy diferente —murmuró Lara, impresionada por la limpieza de las calles, el olor a pan recién horneado, los niños jugando sin temor—. Parece otro mundo.

—Un mundo donde la miseria no se siente en la piel —agregó Nicolás en voz baja, casi con pesar.

Cuando llegaron a los límites formales del reino, un grupo de soldados los detuvo en el camino. Vestían armaduras de un tono azulado, con emblemas en forma de alas y espadas cruzadas. Eran jóvenes, pero su postura era firme. No sonreían. Uno de ellos levantó la mano para que detuvieran sus caballos.

—Buenos días, forasteros. ¿Cuál es su propósito en el Reino de Bórico?

La pregunta fue directa, sin rodeos, y todos se miraron, ligeramente desconcertados. Lara, sin embargo, no mostró nerviosismo alguno. Dio un paso al frente, bajó ligeramente la capucha que le cubría el rostro y habló con tono claro:

—Venimos de paso. Escuchamos que aquí hay dragones… y queríamos verlos. Nos dijeron que viven en este reino.

El soldado la observó con detenimiento, como si intentara detectar una mentira, pero algo en el entusiasmo de sus ojos —o quizás la inocencia en su sonrisa— lo hizo relajarse. Asintió levemente.

—Así es, señorita. Hay dragones en Bórico. Pero le aconsejo que no se acerque demasiado... Los guardianes reales no suelen ser amables con los desconocidos. Sin embargo, tendrán la oportunidad de verlos en el Festival del Dragón. Se celebrará en dos días en la capital.

Lara sonrió más abiertamente.

—Sí… justo por eso hemos venido. Queríamos presenciar el festival.

El soldado intercambió una mirada con sus compañeros y luego sacó de una pequeña bolsa varios papeles sellados.

—Muy bien. Este es un pase temporal. Podrán permanecer en el reino por cinco días. Si desean quedarse más, deberán pagar un impuesto por estadía. No lo tomen a mal —añadió, notando que algunos en el grupo se incomodaban—, pero Bórico es un reino pequeño y sus recursos están destinados, ante todo, a su propia gente. Con el estado actual del Imperio de Vorlon, muchos de sus ciudadanos intentan emigrar aquí, y lamentablemente, no todos vienen con buenas intenciones. El rey ha debido tomar medidas estrictas para protegernos.

Santiago y Lara se miraron brevemente, sin responder de inmediato. Aunque entendían la lógica detrás de aquellas leyes, también sentían cierta incomodidad. No era fácil escuchar que su pueblo era visto como una amenaza.

—Gracias por informarnos —dijo Santiago finalmente, tomando el pase sin discutir.

Lara asintió en silencio y luego guio a su caballo para continuar el camino.

Una vez que se alejaron lo suficiente del puesto de guardia, la tensión se hizo palpable.

—¿Ese es el reino al que buscas como aliado? —preguntó Jackson, visiblemente molesto—. Pues no parece muy hospitalario…

Lara giró levemente la cabeza, sin detenerse.

—Se equivocas, alteza. El rey de Bórico vela por la seguridad de su pueblo. Si el emperador de Vorlon hiciera su trabajo como corresponde, su gente no tendría que huir en busca de esperanza. No son ellos los culpables, sino el abandono al que fueron sometidos.

Jackson bajó la vista. No tenía cómo refutar sus palabras. Sabía que Lara tenía razón, pero no podía evitar sentirse herido por dentro. Las fronteras de su patria estaban llenas de desesperanza, y sus vecinos lo sabían. Lo peor era que fingían no verlo, o peor aún, se defendían de los escombros humanos que eso generaba.

—¿Crees que este rey aceptará ayudarnos? —preguntó Nicolás, acercándose a ellos—. No parece muy abierto a recibir aliados de un imperio tambaleante.

—No le pido que nos reciba con los brazos abiertos —respondió Lara con firmeza—. Le pediré que escuche. Eso basta por ahora. Si realmente hay dragones… quizás tengamos una oportunidad que nadie más tiene.

—¿Crees que los usará para la guerra? —preguntó Oriana, que se unió a la conversación.

—No lo sé —respondió Lara—. Pero si existen, si de verdad han sobrevivido, entonces representan una fuerza imposible de ignorar. Y necesitamos toda la ayuda posible si queremos cambiar el destino de Vorlon.

La conversación se fue apagando a medida que avanzaban. La capital de Bórico se vislumbraba en la distancia, una ciudad amurallada construida entre las montañas, con torres blancas y techos rojizos. A diferencia de la arquitectura oscura y pesada de Vorlon, Bórico parecía haber sido construido para convivir con la luz.

El aire era más puro. Los campos, bien cultivados. Las calles, ordenadas. Era evidente que aquel reino, aunque pequeño, prosperaba.

Al entrar a la ciudad, nadie les lanzó miradas de desprecio ni temor. Algunos los observaban con curiosidad, otros con indiferencia. No eran recibidos como enemigos, pero tampoco como huéspedes especiales. Eran solo visitantes.

Y quizás, eso era suficiente.

El Festival del Dragón se acercaba, y con él, la promesa de lo imposible.

Lara no sabía si lograría su cometido. No sabía si el rey de Bórico los escucharía, o si los dragones realmente existían.

Pero por primera vez, sentía que estaban en el lugar correcto.

Y que el destino, finalmente, estaba empezando a girar a su favor.