— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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Esto no puede estar sucediendo, debe ser una falacia
A tan solo horas de la ceremonia nupcial, el rumor de que Madeleine Vitaly había contraído matrimonio con el Duque Cárter se había difundido por toda la capital. La reacción de Antonieta Lee fue de profunda indignación.
—¡Esto no puede estar sucediendo, debe ser una falacia! ¡Él no pudo haberse casado con esa joven! ¡No, él no! —exclamó Antonieta, desatando su furia al arrojar todo lo que tenía a su alcance.
—Mi Lady, su padre la está solicitando —anunció una doncella con cautela, manteniéndose a una distancia prudente de su joven señora, con el deseo de evitar cualquier posible confrontación.
Antonieta se dirigió a hablar con su padre, quien también se encontraba en un estado de furia. La boda del Duque había comprometido gravemente sus planes, y la intervención de los Vitaly representaba un obstáculo considerable.
— Deseo que se socave la reputación de esa joven; no podemos permitirnos perder el ducado Carter, especialmente ahora que estamos más cerca que nunca de lograrlo —advirtió el conde a su hija.
— Así lo haré —respondió Antonieta, maquinando cómo convertir la vida de Madeleine en un verdadero infierno por haber tomado lo que ella creía que le pertenecía.
— Lo que están planeando es sumamente arriesgado; no se trata de cualquier familia, ella es una Vitaly. ¿Son conscientes de las repercusiones que podría tener el duque si se atreven a tocar a su hermana? Sin mencionar que es la tía de la archiduquesa, quien está casada con el gran general del imperio. Si persisten en esta absurda idea, nos conducirán a la ruina —comentó el sobrino del conde, incrédulo ante la insensatez que estaban a punto de perpetrar.
— Tonterías, estás exagerando. Si su reputación se ve perjudicada, su familia la despreciaría. ¿Quién desearía tener en su seno a una joven con una reputación manchada? Si los Vitaly deciden abandonarla, sería una solución ideal para eliminarla del camino —afirmó el conde con firmeza.
— No cuenten conmigo; valoro demasiado mi vida como para sacrificarla en aras de la ambición ajena —respondió el joven, decidido a escapar lo más lejos posible, a un lugar donde nadie pudiera hallarlo.
— ¡Eres un ingrato! Un desagradecido. ¿Cómo te atreves a abandonar a la familia que te ha sustentado y que te acogió en momentos de miseria? Eres tan oportunista como tu madre —exclamó el conde con indignación.
— Tío, aún tiene la oportunidad de retractarse; le imploro que no cometa una imprudencia que podría costarle todo lo que ha logrado hasta este momento. Lamento profundamente decepcionarle, pero mi vida tiene un valor superior a sus deseos. — El hombre se retiró a pesar de los gritos de su tío; ya había trazado su camino y no se dejaría influir por los Lee. Tras años de reflexión, comprendió por qué su madre se había distanciado de su tío, quien era su única familia.
— ¡Ese ingrato! Me encargaré de él después. Esta noche es el momento propicio para arruinar su reputación; lo acusarán de interferir en tu compromiso utilizando artimañas despreciables para obligar al duque a casarse con ella. — manifestó el conde con malicia.
— Me aseguraré de presentarme como la víctima; no se preocupe, todo saldrá bien. Nadie la mando a interferir en mi camino. — Lo que Antonieta no recordaba era que Madeleine ya había influido en la opinión pública a su favor.
Mientras los lee, planificaban su ambiciosa hazaña. Los Cárter se dirigían al ducado. Sus negocios habían colapsado repentinamente, y su única opción era tomar el control del ducado Cárter a toda costa.
— Madre, al llegar al ducado, deberás exigirle a mi sobrino que nos entregue el control de la propiedad; nosotros haremos un uso más adecuado de ella —afirmó el hombre con arrogancia.
— No creo que eso sea factible. El duque Cárter no cederá el ducado tan fácilmente —respondió la esposa del hombre, quien se mostraba preocupada por la fiebre de su pequeña hija, a la que no le habían permitido acudir a un médico para que la examinara, alegando que no tenían dinero suficiente.
— ¿Quién te otorgó el derecho a emitir juicios? Ni siquiera has cumplido adecuadamente con tu deber como madre. Observe el estado de salud de mi nieta; por tu propio bien, espero que se recupere pronto sin ningún contratiempo, el compromiso ya está pautado y no podemos defraudar a la familia del novio —expresó la anciana Carter con evidente desdén.
La mujer se vio obligada a permanecer en silencio, pero en lo más profundo de su ser anhelaba el infortunio de los Cárter, con la esperanza de poder alejarse junto a sus hijas.