Jamás imaginé que la pantalla de mi móvil pudiera cambiar mi vida y mucho menos destruirla.
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El precio de unas promesas
Las mañanas eran más tranquilas desde que Mariana y Max se alejaron. Tranquilas por fuera. Por dentro, mi pecho era una maraña de contradicciones. Extrañaba sus voces, sus advertencias, su cariño genuino. Todo extrañaba de ellos. Pero también me sentía menos culpable, menos juzgada. O al menos eso intentaba creer.
Mi mamá preparaba café cuando sonó mi celular. Era María. Contesté rápido.
—¿Ya tienes todo listo para el viaje? —preguntó con entusiasmo, sin saludar siquiera.
—Todavía no… mis papás no me han dado permiso —respondí, apretando los labios.
Se hizo un silencio incómodo.
—¿No te han dado permiso? —repitió, como si no entendiera el idioma.
—No. Les dije que quería ir, pero se quedaron callados. Me dijeron que necesitaban pensarlo. Y aún no dicen nada. Es como si el ratón les hubiera comido la lengua.
María suspiró fuerte al otro lado de la línea.
—¿Y qué esperan? Si saben lo que está en juego. Tu salud, tu futuro, Elías… mi nieto. ¡Es lo mejor para todos!
—Ya lo sé… pero necesito que lo escuchen de alguien más —dije, haciendo acopio de valor—. ¿Podrías hablar tú con ellos?
Ella no respondió de inmediato.
—¿Yo? ¿Con tus papás?
—Sí —afirmé—. Tú puedes explicarles mejor todo. Que estaré bien. Que tú me ayudarás. Que estudiaré allá. Que no voy a estar sola. Quizá si lo oyen de ti, cambien de opinión.
María dudó por unos segundos. Luego su voz se volvió decidida.
—Está bien. Yo les hablo. ¿Puedo marcarles hoy?
—Sí, ahora están en casa. Te paso el número de mi papá.
Colgué y sentí un nudo en el estómago.
Minutos después, escuché a mi papá hablar en voz baja por teléfono en el cuarto. Mi mamá entró a la cocina, con una expresión tensa.
—¿Hablaste con María? —le pregunté.
Asintió lentamente, sentándose frente a mí.
—Nos dijo que te pagará la universidad si vas. Que puedes trabajar allá. Que allá estarás mejor cuidada y acompañada. Que nada te faltará.
—¿Y qué opinas?
Me miró a los ojos, pero los suyos no eran dulces como otras veces. Estaban llenos de miedo.
—Lo que tú tienes no es algo fácil, hija. Ni física ni emocionalmente. Y tú eres aún muy joven. Tienes apenas diecinueve años y quieres irte del país a vivir con una familia que apenas conoces. A ser mamá. A estudiar. A trabajar. Todo al mismo tiempo. ¿De verdad crees que estás lista? sólo te digo que ser madre no es fácil, estás lista para cambiar pañales y preparar fórmula o levantarte a las 3:00 a.m. a darle de comer a tu bebé.
No supe qué responderle. Había practicado un discurso en mi cabeza, pero en ese momento solo pude bajar la mirada.
—Elías está ilusionado. María también. Me van a apoyar, no me dejaran sola y toda su familia ya sabe de mí, mencionaron que soy su prometida—susurré.
—Pero no son tus padres —replicó mi mamá con firmeza—. Ellos no conocen tus miedos como nosotros. No saben cómo sufres cuando te duele la cabeza. No estuvieron en el hospital contigo, ni vieron cómo llorabas por las noches. Ellos no saben cómo cuidarte porque no eres su hija y su viajas tendrás responsabilidades de esposa.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—No me quiero operar —dije al fin, bajito—. No quiero arriesgar mi memoria. Ni mi vida. Tener un hijo es lo único que me dijeron que podía evitar todo eso. Y si me quedo… siento que no voy a lograrlo. Necesito viajar y estar con él, para poder tener un hijo.
Ella suspiró. Se levantó y me acarició el cabello como cuando era niña.
—Lo vamos a pensar. Pero aún no es un sí, Isa. No porque no te queramos… sino porque te amamos demasiado. Eres nuestra hija y para nosotros siempre serás nuestro bebé aunque ya estés grande.
Esa noche, recibí un mensaje de Elías.
"Mi mamá me contó que habló con tus papás. Estoy tan feliz, corazón. Siento que ya casi estás aquí. Ya tengo mil planes. Vamos a hacer que todo funcione. Confío en ti."
Y luego, otro mensaje con una foto de él abrazando un peluche de bebé.
"Ya me imagino cómo va a ser. No sabes lo feliz que me haces. No me importa si es niña o niño yo lo voy amar más que a mí vida porque es nuestro pedacito de amor."
Me sentí dividida.
Una parte de mí se derretía con su ternura. Otra se preguntaba si ese amor idealizado era suficiente para sostener una vida. Obviamente yo quería tener hijos pero cuando yo tuviera estabilidad económica para mantenerlos y no así.
Cerré los ojos, deseando que alguien tomara la decisión por mí. Que me dijeran qué hacer sin que doliera.
Pero no. Era mi vida.
Y pronto, sería mi hijo.
O mi riesgo.
O mi pérdida.
Lo que fuera… ya estaba en camino.
La decisión que tomara sería igual de riesgosa.