LAS DOS CARAS DE LA MONEDA.

NARRA CAMILO

A veces me pregunto en qué momento empecé a vivir de forma automática. Cada día en los tribunales, cada cliente que atendía, cada padre a quien defendía… todo se volvía un proceso vacío. Hasta que ella llegó.

Antonella.

Ella no fue solo un caso más. Desde el instante en que la vi entrar, con esa expresión marcada por la injusticia, comprendí que iba a cambiar mi vida. Me vi reflejado en su rabia, en su dolor. También experimenté la traición. También perdí todo.

Hoy la vi llorar. No lo hizo por debilidad, sino por sentirse sola. Y eso me rompió el corazón.

Cuando la abracé, no era únicamente su abogado. Fui un hombre que anhela protegerla del mundo. Como alguien que quiere borrar cada herida con ternura. Y cuando me miró, cuando nuestros labios se encontraron…

Supe que estaba perdido. Pero también entendí que esto era más que un beso. Ella está en busca de justicia, necesita cerrar ese capítulo, y me comprometo a ayudarla. No me importa el costo que deba afrontar, daría mi vida por ella de ser necesario.

Esa misma tarde, después de que se fue como un vendaval, todavía podía sentir sus labios en los míos. Caminé hasta mi escritorio y tomé aire. Tenía que tomar acción. Contacté a uno de mis conocidos, un viejo investigador que tiene más recursos que la propia policía.

—Necesito que sigas a Dreiner Ballesteros —le dije con determinación—. Quiero saber a quién visita, si engaña a su prometida y si tiene negocios oscuros. Que me traigas cada movimiento que realice.  No pares hasta encontrar algo.

—¿Algo específico?

—Sí. Cualquier cosa que lo comprometa.

También di la instrucción de investigar la muerte de Mauricio Rodríguez. No confío en la versión oficial. Sé cómo los poderosos manipulan las cosas. Quiero informes forenses, grabaciones de cámaras, recorridos de GPS. Todo.

Si hay una grieta en esa fachada perfecta, lo descubriremos.

Pero eso no es todo. Antonella… ella necesita conocerme en realidad. No solo como el abogado que llega a ayudarla. No como el profesional impecable que siempre sabe la respuesta. Mi vida es personal es diferente.

Soy padre.

Esa noche, como en muchas otras, volví tarde a casa. Las luces estaban apagadas en el pasillo, pero al fondo, en la sala, una lámpara suave iluminaba la figura más importante de mi vida.

Carla.

Corrió hacia mí con su pijama de unicornios, el cabello revuelto y los pies descalzos golpeando el suelo de madera. Su risa fue como un rayo que me sacó de la pesadilla del día.

—¡Papá! —exclamó con esa mezcla de alegría y alivio.

La abracé sin pensarlo. Su pequeño cuerpo se aferró a mí como si no me hubiera visto en años, y, de hecho, así es como se siente el tiempo que paso lejos de ella. Eterno.

—Cariño… ¿por qué sigues despierta?

Sonia, la niñera, apareció desde la cocina, algo inquieta.

Lo siento, señor Camilo. No quería quedarse dormida sin antes verlo. Dijo que le esperaría, y no hubo forma de convencerla ya sabe cómo es esta princesa, dijo la niñera riendo.

Sonreí y negué con la cabeza mientras acariciaba la espalda de Carla.

No te preocupes, Sonia. Yo me encargo de esto. Buenas noches.

Buenas noches, señor.

La llevé a su habitación. Allí, todo era acogedor: las paredes decoradas, los juguetes ordenados, las mantas coloridas. Era el único lugar en el mundo donde todavía creía que existía la magia.

Mientras la acostaba, me habló con una gravedad inusual para su corta edad.

Papá, ¿te gustaría que conociera a una de tus amigas?

Me quedé en shock, sorprendido.

Sí… me gustaría. ¿Qué piensas sobre ello?

¿Es bonita? ¿Podría ser mi mamá?

El tiempo se detuvo. Permanecí en silencio, tratando de tragar el nudo que sentía en mi garganta.

¿Quién te dijo eso, mi amor?

Nadie. Solo… los niños del jardín se ríen de mí porque no tengo mamá.

¿Por qué no me lo contaste antes?

Porque si te enojas… le dirás algo a la maestra y eso sería peor.

La abracé. No sabía cómo evitar que me doliera el corazón al escucharla.

Nadie puede molestar a mi princesa. Nadie. Mañana hablaré con la directora. Pero dime… ¿te gustaría venir conmigo a conocer a esa amiga?

Está bien… pero si no me gusta, no puede ser tu novia.

No pude evitar reírme.

Eres muy astuta… y tan pequeña. ¡Solo tienes tres años!

¡Casi cuatro! —dijo orgullosamente mostrando sus dedos—. Mi cumpleaños es pronto.

Lo sé, mi vida. Lo tengo marcado con letras doradas. Ahora es hora de dormir.

La arropé con su manta de nubes, le di un beso en la frente, y cuando me alejé, oí su voz suave:

Te quiero, papá.

Y yo a ti, más que a nada en el mundo —respondí sin dudar.

Me quedé sentado en el borde de la cama unos minutos, observándola dormir.

Pensé en su madre.

Una mujer que se fue cuando Carla apenas comenzaba a hablar. Se marchó con su entrenador personal. Ni una carta. Ni una visita. Ni una disculpa. Solo un portazo y un bebé en mis brazos. Desde ese momento, prometí que nunca la haría sentir sola. Que yo sería suficiente. Durante años, lo logré. Pero ahora… ahora esta Antonella.

Ella tiene una fuerza. Una dulzura oculta detrás de su coraza. Una ternura que reluce cuando cuida a los niños del orfanato. Aunque afirme que no está lista para ser madre, he visto cómo los mira. Hay heridas que no se expresan con palabras. Y entonces… la idea loca se transformó en una posibilidad.

¿Qué ocurriría si le ofreciera algo más que simplemente justicia? ¿Y si le mostrara que puede tener una familia? No solo sobrevivir… sino vivir. Amar. Ser amada. No por su pasado. Sino por quien es en este momento.

No lo sé. Pero en esta ocasión… no deseo ocultarme. No quiero resguardarme detrás de mis horarios, de mis corbatas, de mis frías decisiones.

Deseo que ella descubra quién soy.

Quiero que conozca a Carla.

Y anhelo, con todo mi ser, que esa noche en mi oficina… no fuera simplemente un deseo pasajero, sino el comienzo de algo significativo que merezca ser desarrollado.

Me acosté con la mente inquieta. El cuerpo fatigado. Sin embargo, el corazón, ese sí, latía con más intensidad que nunca.

Porque, al fin y al cabo… tenía algo por lo que realmente valía la pena luchar.