Abigaíl, una mujer de treinta años, quien es una escritora de novelas de amor, se encuentra en una encrucijada cuando su historia, la cual la lanzó al estrellato, al sacar su último volumen se queda en blanco. Un repentino bloqueo literario la lleva a buscar a su hombre misterioso e intentar escribir el final de su maravillosa historia.
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capítulo 21
**Capítulo – Bajo el Sol de Cancún**
La noticia llegó en una reunión breve, justo al finalizar la jornada.
Nicolás, con un gesto serio y una carpeta en la mano, anunció:
—Tenemos un pequeño problema en el proyecto hotelero de Cancún.
Los trabajadores locales amenazan con detener las obras si el presidente de la compañía no se presenta personalmente a escuchar sus inquietudes.
Erick frunció el ceño, dejando a un lado los documentos que revisaba.
—¿Qué tipo de problemas? —preguntó, alerta.
—Ya todo está encaminado —respondió Nicolás, con un aire casual que no pasó desapercibido para ninguno de los dos—. La situación legal está resuelta y las negociaciones cerradas, pero... la presencia de la dirección general sería bien vista. Para reforzar la confianza.
Abigaíl, que hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó la vista.
Su intuición le decía que había algo más detrás de todo eso.
Pero no dijo nada.
Nicolás continuó:
—Sería bueno que llevaras contigo a tu asistente.
Ella conoce todos los detalles del proyecto.
Erick no se lo pensó dos veces.
—Prepara todo, Nicolás. Viajaremos mañana mismo.
Abigaíl abrió la boca, quizás para protestar, pero la mirada decidida de Erick la hizo desistir.
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### **Al día siguiente – Cancún**
El calor y la brisa del mar los recibieron apenas bajaron del avión.
La reunión en la obra fue breve.
Los líderes sindicales parecían ya satisfechos, y todo indicaba que no era necesaria más intervención.
Un mero formalismo.
Cuando finalmente quedaron a solas, Erick se volvió hacia Abigaíl, sonriendo con picardía.
—Bueno, ya que estamos aquí... ¿qué te parece si aprovechamos los días de licencia?
Abigaíl parpadeó, confundida.
—¿Qué quieres decir?
—Que nos quedemos —dijo, como si fuera lo más lógico del mundo—. Nos merecemos unos días de descanso. Playa, sol... tú y yo.
Ella dudó.
Todo en su interior le gritaba que debía ser responsable, que debía regresar, mantener las distancias.
Pero luego lo vio: el atardecer reflejándose en sus ojos, la brisa despeinándole el cabello, la sonrisa sincera que sólo le dedicaba a ella.
Y se rindió.
—Está bien —susurró.
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### **Horas después – Playa privada del hotel**
La arena estaba tibia bajo sus pies desnudos.
Ambos caminaban junto a la orilla, las olas acariciándoles suavemente los tobillos.
La brisa era cálida, perfumada de sal.
Durante un rato, solo hablaron de cosas triviales.
El sonido del mar y sus risas se mezclaban en un fondo perfecto.
Hasta que Erick, deteniéndose de pronto, tomó a Abigaíl de la mano y la obligó a girar hacia él.
—Abigaíl —su voz fue baja, pero cargada de determinación—.
Quiero que sepas algo.
No me importa lo que piensen los demás.
No pienso esconder lo que siento por ti.
No voy a permitir que nadie cuestione tu trabajo o tu valor solo por estar a mi lado.
La miró tan intensamente que Abigaíl sintió que el aire se volvía más pesado entre ellos.
Ella tragó saliva, sintiendo que era el momento.
El momento de contarle todo.
El momento de quitarse de encima los fantasmas del pasado.
Inspiró hondo, sintiendo la humedad salada del aire, y comenzó:
—Erick... después de aquella noche, mi vida cambió.
No de la manera que tú crees.
Él la miraba en silencio, dándole el espacio que necesitaba.
—Perdí mi trabajo. —Su voz tembló ligeramente—.
Mi familia me desterró, me avergonzaron, me enviaron lejos para que nadie pudiera asociarme con ellos.
Todo... todo por una sola noche.
Por cometer un error.
Y no fue culpa tuya, jamás te culpé.
Erick sintió un nudo formarse en su estómago, pero no la interrumpió.
Abigaíl continuó:
—Leonardo Dupont... —su voz se quebró un poco al pronunciar aquel nombre—.
Él me utilizó.
Me engañó.
Me hizo creer que me quería, que me respetaba.
Pero cuando me negué a entregarme a él antes del matrimonio, se vengó.
Cuando se enteró de que había estado contigo... se encargó de arruinarme.
Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla.
—Por eso... por eso temo. —Confesó, con la voz apenas audible—.
Porque sé lo cruel que puede ser el mundo.
Sé lo rápido que las personas juzgan, destruyen.
No quiero que tengas que cargar con mi vergüenza.
No quiero que todo se arruine.
Erick la rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho, protegiéndola.
—No tienes que tener miedo conmigo —susurró, besándole el cabello—.
No eres una vergüenza, Abigaíl.
Eres lo más valiente que he conocido.
Y no pienso soltarte.
Ella lloró en silencio, dejando que el mar, el viento y los brazos de Erick la envolvieran.
Por primera vez en mucho tiempo, se permitió creer que, quizás, no estaba sola en esa batalla.
Quizás, esta vez, el amor no sería su condena.
### **Esa noche – Bajo las estrellas**
La playa estaba casi desierta.
El cielo, una sábana de terciopelo salpicada de estrellas.
El murmullo del mar era un susurro constante, envolvente, como si el universo entero contuviera la respiración por ellos.
Erick y Abigaíl caminaban descalzos, sus pasos hundiéndose en la arena húmeda.
Sus manos entrelazadas, como si soltarla fuera simplemente impensable.
Llegaron a un pequeño claro protegido por unas palmeras.
El mundo parecía detenerse allí, solo para ellos.
Erick se volvió hacia ella, sus ojos reflejando la luz plateada de la luna.
—No quiero más secretos entre nosotros, Abigaíl.
No más miedos.
No más máscaras.
Ella asintió, sintiendo que un nudo se deshacía lentamente dentro de su pecho.
—Yo tampoco —susurró.
Erick alzó su mano y acarició su mejilla con una ternura infinita.
—No me importa el qué dirán.
No me importa lo que piensen.
Quiero estar contigo.
Así, tal cual eres.
Con tus cicatrices, con tu historia, con todo.
Abigaíl sintió cómo su corazón latía, fuerte, vibrante, por primera vez sin miedo.
—¿Me crees capaz de ser valiente? —preguntó ella, la voz temblando entre lágrimas contenidas.
Erick sonrió, esa sonrisa que desarmaba todas sus defensas.
—Tú ya eres valiente.
Solo te falta darte cuenta.
La abrazó con fuerza, y en ese abrazo, Abigaíl sintió que todas las piezas rotas de su alma empezaban, al fin, a encajar de nuevo.
Se quedaron así, envueltos en la brisa marina, compartiendo silencios que decían más que las palabras.
En ese instante, ambos supieron que no habría vuelta atrás.
Al volver a la ciudad, caminarían juntos, hombro con hombro, sin esconderse.
Sin miedo.
Sin culpa.
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### **Más tarde – En la habitación**
La habitación era amplia, de paredes blancas y cortinas ondeando suavemente con el viento cálido.
Erick cerró la puerta tras ellos, sin dejar de mirarla.
Su expresión era diferente ahora: no había urgencia, no había prisa.
Solo una necesidad profunda de amarla, de sanar con cada caricia todo lo que ella había sufrido.
Se acercó a ella despacio, como si tuviera miedo de romper algo sagrado.
Cuando la besó, fue distinto a cualquier otro beso que hubieran compartido antes.
Fue un beso de consuelo, de promesa, de rendición total.
Las manos de Erick recorrieron su cuerpo con adoración, como si quisiera memorizar cada curva, cada suspiro.
Ella temblaba entre sus brazos, no de miedo, sino de una emoción tan intensa que casi dolía.
Él la guió hasta la cama, desnudándola lentamente, despojándola no solo de su ropa, sino de sus miedos.
—Eres perfecta —murmuró contra su piel.
Ella cerró los ojos, dejando que cada palabra, cada gesto, la envolviera.
Cuando finalmente se unieron, lo hicieron despacio, como dos almas reencontrándose tras una larga travesía.
Cada caricia era una promesa silenciosa.
Cada susurro, un juramento sellado en la intimidad de aquella noche.
Erick no solo la amó; la reconstruyó.
Y Abigaíl, por primera vez en mucho tiempo, se permitió creer.
Creer que merecía ser amada.
Creer que, después de todo, todavía podía ser feliz.
Cuando finalmente cayeron exhaustos, entrelazados bajo las sábanas blancas, Abigaíl apoyó su cabeza sobre el pecho de Erick, escuchando el latido constante y seguro de su corazón.
Él la besó en la frente y susurró:
—Ya no estás sola, pequeña.
Nunca más.
Ella sonrió contra su piel, cerrando los ojos.
Porque sabía que, al fin, era verdad.