En los barrios tranquilos y misteriosos de Seúl, una chica llamada Jiwoo ha pasado su vida observando desde las sombras. Jiwoo siempre ha sido reservada, pero esconde algo más que timidez. Un incidente oscuro y olvidado en su adolescencia que moldeó su obsesión por los secretos de los demás.
El regreso de Hyunwoo, su vecino de la infancia, despierta en ella una curiosidad peligrosa. Años atrás, Hyunwoo desapareció abruptamente tras un escándalo que sacudió al vecindario, y su reaparición está rodeada de rumores y silencio. Algo en su mirada parece llevar el peso de un pasado más oscuro del que Jiwoo imaginaba.
Guiada por su instinto obsesivo y un deseo inexplicable, Jiwoo comienza a seguirlo, adentrándose en un mundo de crimen, mentiras y un trastorno psicológico que ha permanecido latente en ambos. Mientras Jiwoo se acerca a la verdad, también empieza a descubrir más sobre sí misma, desenterrando recuerdos reprimidos y enfrentando su propia sombra.
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Ecos en la oscuridad
El claro estaba sumido en un silencio opresivo tras la caída de Hyunwoo. Jiwoo permanecía inmóvil, con la navaja aún temblando en su mano. La luz del colgante pulsaba débilmente, como si respondiera al acto que acababa de cometer.
¿Qué he hecho?
La pregunta flotó en su mente, pero no encontró respuesta. En el fondo de su ser, una parte de ella estaba horrorizada, gritando por el peso de lo irreparable. Sin embargo, otra parte, más profunda, más oscura, estaba en calma. Una extraña sensación de alivio la inundaba.
Jiwoo dejó caer la navaja, el sonido metálico resonando como un eco lejano. Miró a Hyunwoo, su figura desvanecida bajo la tenue luz de la luna. Quiso llorar, pero las lágrimas no llegaron. En cambio, dio un paso atrás, luego otro, hasta que tropezó con una raíz y cayó de rodillas al suelo.
No puedes retroceder, susurró una voz familiar en su mente, la misma que había escuchado tantas veces desde que el colgante llegó a su vida.
—No quiero retroceder —murmuró con su voz rota pero firme.
El bosque parecía escucharla, las sombras a su alrededor se agitaron, y un susurro colectivo llenó el aire. Jiwoo sintió una corriente de energía recorrerla, como si el bosque la estuviera aceptando, abrazándola como una de las suyas.
Al amanecer, Jiwoo despertó en su habitación sin recordar cómo había llegado allí. Miró sus manos, aún manchadas de algo seco y oscuro, y el colgante brillaba tenuemente sobre su pecho.
Intentó levantarse, pero una oleada de náuseas la obligó a sentarse nuevamente. Hyunwoo. Su nombre resonó en su mente, pero cada vez que intentaba evocar la escena en el claro, las imágenes se volvían borrosas.
En el pueblo, el ambiente estaba cargado de inquietud. Hyunwoo no había regresado a casa, y sus amigos y familiares comenzaron a buscarlo. Jiwoo observaba desde su ventana, el peso del secreto aplastándola.
Cada vez que alguien mencionaba su nombre, un escalofrío recorría su cuerpo. Pero cuando finalmente uno de los vecinos se acercó a ella para preguntar si lo había visto, Jiwoo solo negó con la cabeza, su expresión impasible.
Esa noche, el bosque volvió a llamarla. Jiwoo no necesitó pensar dos veces antes de seguir el camino hacia el claro. El aire estaba cargado de algo pesado, casi eléctrico, y los árboles parecían más altos, más imponentes, como si estuvieran observándola.
Cuando llegó al claro, esperaba ver a Hyunwoo, o al menos rastros de lo que había sucedido. Pero el lugar estaba limpio, como si nada hubiera ocurrido.
—¿Dónde está? —susurró, sus palabras dirigidas a nadie en particular.
El bosque no respondió de inmediato, pero el colgante comenzó a brillar con más intensidad, guiándola hacia la cueva.
Dentro de la cueva, el aire era denso y frío. Las paredes parecían vibrar con un sonido apenas perceptible, y cada paso que daba resonaba como si algo la siguiera de cerca.
Cuando llegó al espejo, Jiwoo sintió cómo su corazón se aceleraba. Su reflejo ya no era solo una sombra distorsionada. Ahora era una figura completamente formada, una versión de sí misma que sonreía con una calma inquietante.
—Sabes lo que tienes que hacer —dijo su reflejo, sus labios moviéndose en perfecta sincronía con los de Jiwoo, pero con una voz completamente diferente.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Jiwoo, sus palabras llenas de desesperación.
El reflejo inclinó la cabeza, como si estuviera evaluándola.
—No es lo que yo quiero, Jiwoo. Es lo que tú siempre has querido.
La figura en el espejo levantó una mano, señalando algo detrás de ella. Jiwoo se dio la vuelta lentamente, y su mirada se posó en una figura oscura al fondo de la cueva. Era Hyunwoo, de pie, inmóvil, sus ojos abiertos pero vacíos.
—Hyunwoo… —susurró Jiwoo, dando un paso hacia él.
Pero cuando intentó tocarlo, su mano atravesó su cuerpo como si fuera un espejismo. Hyunwoo no reaccionó, y una risa baja resonó en la cueva.
—Él es solo el comienzo —dijo la voz del reflejo, ahora más fuerte, más clara—. Abraza lo que eres, Jiwoo. O perderás más que a él.
Jiwoo retrocedió, sus piernas temblando mientras las palabras de la figura la envolvían. No sabía si eran una advertencia o una promesa, pero una cosa era clara: no había escapatoria, no ahora.