tendrá que enfrentar su pasado para forjarse un
futuro de felicidad junto a ella sin sentarse frustrado…
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CAP 20
Ismael se giró y tomó su cara con ambas manos, tirando de ella suavemente hasta
que sus labios se encontraron. Aquel beso fue más feroz y menos delicado que la
última vez, despertando el deseo de madison de subirse a su regazo y fusionarse con
él.
Nada en su vida la había preparado para aquel impetuoso torrente de deseo.
Quería pertenecerle, poseerlo, apretarlo contra su cuerpo y no soltarlo jamás.
Le pasó una mano por el cuello, agarrando con la otra mano la parte delantera
de su camisa. Ismael la rodeó con sus brazos y la pegó a su cuerpo, cadera con
cadera, abrazándola con fuerza.
Madison separó los labios al sentir su lengua, recibiéndo la con gran pasión.
(la recibió con pasión💋🌝)
Ismael apartó su cuerpo y le tomó la cara con las manos, mirándola a los
ojos.
—. La belleza y la perfección. ¿Lo sabías?
¿Sabías que pudiera ser así? —susurro ella
ismael negó con la cabeza.
Madison no quería que la soltase. No quería que acabase aquel momento.
—No me sueltes —le rogó.
—Tengo que irme.
—Abrázame un poco más.
Ismael la abrazó con fuerza, llevando su cara junto a su pecho, donde el corazón le
latía con fuerza. Madison supo en ese momento que no deseaba que aquel deseo
fuera criticado ni juzgado.
Por fin su existencia tenía sentido. La presencia de ismael hacía que
los colores fueran más brillantes, los aromas más dulces; y el hecho de que la deseara
hacía que quisiera gritar de alegría.
—ismael —susurró ella—. Haces que me sienta viva.
Tras varios minutos, Ismael se apartó y le dio un último beso antes de
levantarse.
—Vendré a por ti el sábado por la noche —le dijo.
—No puedo esperar. le dijo madison con una sonrisa
Lo acompañó hasta la puerta y cerró tras él. Separó la cortina de la ventana del
vestíbulo y escudriñó atentamente la oscuridad, tratando de distinguirlo.
No pudo ver nada, de modo que apagó la última lámpara y corrió escaleras
arriba hasta su habitación, donde se apresuró a la ventana y vio cómo se alejaba a
galope por la calle.
¿Sería él su respuesta? ¿Sería Ismael el marido por el que había rezado?
¿Sería el compañero con el que tantas veces había soñado? El había estado en muchos
más lugares que ella, había visto cosas que podría compartir. Era educado y amable,
y también guapo, aunque no creído. De hecho, era atento y generoso. le había mostrado cosas por las que ella sentía curiosidad, presentándole una vida que
ansiaba conocer.
¿Habría algo de malo en esperar que él fuera el marido que deseaba? ¿Qué
tendría que decir su padre de él? Ismael llevaba años yendo a la iglesia
regularmente. Tenía su propia clínica y una casa; dos casas exactamente. ¿Qué tipo
de objeciones podría haber a algo que deseaba con todo su corazón?
Encendió su lámpara y observó su reflejo en el espejo sobre el lavabo por un
momento. Tal vez no fuera bueno desear tanto. Incluso aunque su padre no tuviera
nada que objetar, quizá Ismael no tuviera la más mínima inclinación de casarse
con ella.
Aquella posibilidad le produjo un gran dolor en el pecho. Tal vez ella no fuera
la mujer de sus sueños. Pensó en Samantha, en amara. y en Carol, en sus vestidos y en
cómo conocían todos los juegos, y la cantidad de amigos que teman. Fer e Ida
tenían unas sonrisas preciosas y un pelo a la moda.
¿Por qué iba Ismael a elegirla a ella y no a las demás?
Se desabrochó la camisa y la falda y volvió a mirarse en el espejo. Era tan
sencilla como su ropa, y como todas sus pertenencias. Había vestido a sus pequeños
pupilos muchas mañanas, e incluso los niños llevaban camisas con delicados encajes
y lazos.
Se deshizo la trenza del pelo y se lo cepilló hasta que estuvo brillante. Separó la
melena en tres partes, pero entonces se detuvo. Se dejó el pelo suelto y se giró varias
veces para contemplarse en el espejo.
Sacó un camisón de uno de los cajones y se lo puso. Algodón blanco. Sencillo y
práctico. Como su vida.
Madison se acercó al buró y abrió el cajón de arriba. Debajo de las camisas de
algodón había una caja de madera que Sebastián había hecho para ella. La abrió y
contempló los billetes.
Su hermano Jubal la había convencido para que abriera una cuenta en el banco,
de modo que aquello era sólo una pequeña porción de lo que había ganado
trabajando para los Cristaldi los dos últimos años.
Apenas había tocado sus ahorros en ese tiempo. Su padre le había pagado la
ropa y la comida. En casa de los Cristaldi también cubrían todas sus necesidades.
Ocasionalmente se compraba zapatos o algún peine, pero la cantidad gastada nunca
era importante. Nunca había tenido oportunidad ni razón para gastar ese dinero. Ni
idea de en qué gastarlo.
madison tuvo una idea. Cerró la caja y el cajón.
Encendió la lámpara, se sentó en la silla y agarró el libro que había dejado allí.
Podría tener ropa tan femenina como las demás; y zapatos también. Podría ser la
mujer de los sueños de Ismael.
—¿Puedo ir contigo y con Madison? —preguntó leo. Llevaba la caja de su
violín bajo el brazo.
ismael estaba en el vestíbulo vestido con sus mejores pantalones negros, una
camisa blanca y corbata, esperando a Madison.
—Claro que puedes —dijo ella desde lo alto de las escaleras.
Se agarró el dobladillo del vestido y bajó con más elegancia de la que ismael le
había visto jamás. El vestido era de color melocotón, con encaje en los puños
. Cuanto más se acercaba, más se daba cuenta de cómo el tono complementaba
a su piel y hacía que sus ojos parecieran oscuros y luminosos.
—¡Vaya! —exclamó leo—. Estás guapísima.
—Gracias, leo.
Ben asintió con la cabeza.
Caleb bajó con Nic y Antoni por las escaleras.
—Papá está listo para batirnos en un campeonato de damas.
Ismael había visto la calesa de Mateo en la puerta.
—He traído mi carruaje —dijo él.
—Nosotros vamos a llevar a mis padres —contestó Caleb.
Ellie entró desde el pasillo que conducía a la cocina, llevando a freya
envuelta en una manta.
—Tu madre está preparando galletas con las niñas —le dijo a Caleb—. Tengo
que ir a por un chal.
freya era demasiado pequeña para dejarla tantas horas, y dormía casi todo
el tiempo, de modo que iba a ir con ellos.
Madison se echó su chal sobre los hombros.
—Yo he hecho pasteles —le dijo a Ben.
leo tomó una caja que debía de contener los postres, se la entregó a Ismael y
salieron hacia su carruaje. Mientras ismael guardaba los pasteles, leo ayudó a
Lorabeth a subir a su asiento.
—¿De qué son? —preguntó Ismael tomando las riendas—. Los pasteles.
—De calabaza. ¿Te gusta el pastel de calabaza?
—Es de mis favoritos.
Madison tuvo que sentarse cerca de el para que leo se centara a su otro lado, y el
espacio reducido no le resultó desagradable. Disfrutaba de su presencia a su lado, de
su dulce fragancia.—¿Dónde están los animales cuando la gente baila en el granero? —preguntó Madison.
Ismael intercambió una mirada con leo, y su hermano la mirada como si
de pronto el paisaje le resultara fascinante.
—El granjero los lleva a los corrales y a los pastos mientras limpia el granero
durante el día. Los deja ahí durante la velada.
—¿Y a ellos no les molesta? —preguntó ella.
—¿A las vacas y a los caballos? No, no creo que les moleste.
—¿Los Iverson tienen un gramófono Victrola?
—Habrá músicos —dijo Ismael—. Hay mucho talento por esta zona.
madison miró a leo.
—¿Por eso has traído tu violín? ¿Para tocar con los músicos?
—Sí —contestó leo con una sonrisa.
—Bueno, esto será más divertido de lo que había imaginado.
—Espera a verlo. Todas las chicas de la escuela se alinean en la parte delantera
para verlo —dijo ismael.
—No es verdad —respondió leo con las mejillas sonrojadas.
—Espera y verás —insistió Ismael. Madison iba haciendo preguntas sobre las granjas y los pastos por los que
pasaban. Los tonos púrpuras y rojizos del cielo dejaron paso a la oscuridad a medida
que caía la noche. Según se aproximaban por la carretera, pudieron ver las luces del
granero de los Iverson.
—Esto me hace pensar en Sebas—dijo madison—. Ojalá pudiera compartir
cosas así —estiró el brazo y le dio la mano a leo. Ismael se giró para observar su
expresión de excitación y aprensión al mismo tiempo. Vio su mano entrelazada con
la de su hermano y se sintió posesivo.
Se recordó a sí mismo que, aunque era un hombre joven, leo. también estaba
al cuidado de Madison. Probablemente le recordara a su hermano pequeño. Y él
tenía las manos ocupadas con las riendas. Detuvo los caballos en ese momento y
enrolló las riendas alrededor de la palanca de frenado.
leo se había apartado de la calesa, de modo que, cuandodio la vuelta,
Madison estaba esperándolo Ismael. Le agarró la cintura con ambas manos y ella bajó por la
escalerilla. La bajó al suelo y le tomó la mano inmediatamente.
—¿Tienes miedo? —preguntó él.
—Sólo un poco.
—No hay nada que temer —le aseguró—. Serás la más guapa.
Madison lo miró sorprendida.
ismael sonrió y fue a recoger sus postres. Siguieron a leo hacia el graneros Dos estufas calentaban el interior, que aún mantenía el olor a heno y ganado.
Mesas improvisadas habían sido construidas a lo largo del lado oeste del edificio, y
estaban cubiertas de bandejas y cuencos con comida. Ben le entregó la caja de madera
a madison, ella sacó los pasteles y los colocó en una mesa junto con una docena más.
Ismael guardó el recipiente. Había un barril sobre un banco de trabajo en el otro extremo, junto a otras
puertas cerradas a causa del frío. El escenario había sido construido a la derecha, y J.
J. Jenkins había llevado el piano que había pintado de rojo hacía unos años.
Las conversaciones inundaban el edificio, que probablemente tuviera ya unas
cuarenta personas. leo fue directo al escenario, donde los otros músicos estaban ensayando.
—¡Madison! ¡Qué vestido tan bonito! —exclamó Carol Balert acercándose a
ellos
FIN.👻