Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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A tus pies
Emma
–¿Ya pensaste cuándo quieres ver a tu papá?
La pregunta de Renji me obliga a abandonar la hermosa vista, que puedo admirar por la ventana de la VAN, que envió Conor al aeropuerto por nosotros.
–Volviendo a Nueva York –digo incapaz de contener la ansiedad–. Me gustaría verlo el lunes si es que se puede.
–Se podrá –me asegura mientras acaricia el cabello de Dylan, quien se quedó dormido en el regazo de su padre–. Está agotado.
Sonrío. –Luchó contra el sueño gran parte del vuelo. Estaba tan emocionado por subirse a un avión. Gracias –digo–. Gracias por hacerlo sonreír.
–Haría cualquier cosa por esa sonrisa –devuelve–. Y, además, todo lo mío es de ustedes.
–De Dylan querrás decir –lo corrijo.
–Eres la madre de mi hijo, Emma. Todo lo que tengo te pertenece.
Suelto una risita. –Deberías dedicarte a la comedia.
–No estoy bromeando –dice seriamente–. Sé que han pasado necesidades y quiero enmendar eso.
–No me parece correcto.
–Déjame comprarte una casa –pide, ignorando lo que acabo de decir. Toma mi mano entre la suya y acaricia mis nudillos con la yema de su pulgar, relajándome–. Quiero que tengan lo mejor de lo mejor.
–Mi departamento es cómodo –defiendo–. No quiero tu dinero, Renji, quiero que seas un padre para Dylan, eso es todo.
–Un padre provee a su familia.
–No somos tu familia –replico–. Dylan lo es, pero no yo.
Sus ojos se nublan con recuerdos dolorosos. Puedo sentir la tensión en su mano que sostiene la mía.
Coloco la palma de mi mano en su muslo, llamándolo al presente.
–Renji –susurro.
Sus ojos se enfocan y sonríe tristemente. –Lo siento. Creo que estoy tan desesperado por tener una familia que estoy confundiendo las cosas.
–Está bien que quieras tener una familia y ser feliz. Tienes a Dylan –le recuerdo–. Y él no se irá a ningún lado.
Renji besa la frente de nuestro hijo, logrando que todo mi pecho se sienta cálido. Pensé que Dylan estaba bien sin un padre en su vida, que conmigo tenía todo lo que necesitaba, pero me equivoqué.
Un hijo siempre necesitará a su padre.
–Déjame comprarle una casa a mi hijo –pide en un susurro–. Quiero que mi hijo tenga todo lo que yo no tuve. Un hogar cariñoso. Un lugar donde pueda jugar y crecer. Un lugar que pueda recordar con cariño toda su vida.
Suelto un suspiro y asiento. No podría decirle que no después de ver la añoranza en sus ojos.
Imagino que hay algo en mi ADN que me prohíbe negarle algo a los hombres Yamaguchi.
–Tenemos que llegar a un acuerdo de manutención –me dice–. ¿Qué te parece doscientos mil dólares?
Muerdo mi labio inferior y me obligo a asentir. Tengo que aceptar si quiero que mi hijo estudie en un colegio de elite. –Doscientos mil dólares al año le pagarán el mejor colegio a Dylan. Sería de mucha ayuda.
–¿Al año? –pregunta sin entender–. Estoy hablando de una manutención mensual.
–¡¿Qué?! –pregunto impactada–. ¿Acaso te volviste loco? Eso es mucho dinero, Renji, te aseguro que Dylan no tiene tantos gastos. Todavía no tiene cinco años, no necesita comprarse un auto deportivo cada mes –digo y rio nerviosamente–. Ni siquiera creo que alguna vez necesite esa cantidad de dinero.
–Si no lo usa lo puedes dejar en una cuenta de ahorro en el banco para que la pueda usar cuando sea un adulto. Imagina cuánto dinero ganará en intereses. Con eso puedo dejarle la vida asegurada.
–Renji, Dylan tiene derecho a forjar su propio futuro. No creo que sea bueno para un niño crecer entre tanta opulencia –digo con voz calma para que pueda entender lo que trato de decir–. Quiero que mi hijo se transforme en un hombre de bien, que sepa que necesita de un trabajo para vivir, y que luche por sus sueños, no que éstos le sean entregados en una bandeja de plata.
Los hombros de Renji bajan. –Tienes un buen punto, Emma. No quiero que mi hijo sea como esos idiotas que viven del dinero de sus padres, quiero que tenga objetivos y metas en la vida, pero no quiero morir sabiendo que mi hijo no tiene todo lo que merece.
Vuelvo a acariciar su muslo. –Eres joven y estás lleno de vida. Diría, sin temor a equivocarme, que seguirás aquí cuando Dylan tenga cuarenta años.
–Nadie tiene la vida comprada, Emma. Y en mi trabajo menos. Abriré un fondo fiduciario para él y dejaré claro ciertos requisitos que debe cumplir antes de poder retirarlo.
–Dylan puede convertirse en quién él quiera –replico–. No quiero que lo obligues a convertirse en alguien que no es, solo para que pueda hincarle el diente a tu dinero.
Coloca su mano sobre la mía, que todavía yace sobre su muslo.
–Confía en mí, Emma. Quiero para Dylan lo mismo que quieres tú, y te aseguro que no haré nada sin hablarlo contigo primero. ¿Tenemos un trato?
–Lo tenemos –digo más tranquila después de su aclaración–. ¿Cómo van los trámites del cambio de apellido? –pregunto para deshacerme de la incomodidad que siento al ver nuestras manos unidas.
Alejo mi mano de la suya y vuelvo a mirar los hermosos paisajes a través de la ventana.
–Ya están listos.
Me giro para mirarlo. –Pensé que eso podía tardar meses, años incluso. –Levanta una ceja en mi dirección y asiento–. Claro, el poder de la mafia, supongo.
–¿Tienes un problema con la forma en la que me gano la vida?
Vuelvo a mirar la ventana y me obligo a mantener mi voz estable. –Fue la mafia la que me mantuvo cautiva por años. Y fue gracias a la mafia que…–Me callo y me obligo a concentrarme en la belleza que me rodea.
Tienes que dejar ir los malos recuerdos, me digo. Tienes que desterrarlos de tu memoria.
–La mafia fue quien te salvó –dice con cuidado y siento como mi estómago se hunde.
Duele escucharlo, pero tiene razón. Conor y él me salvaron.
–Emma no quise…
–Tienes razón –lo corto–. Imagino que sigo enceguecida por el odio todavía. Cuesta reconocer que la mafia, que tanto me quitó, también me dio mi libertad.
Toma mi barbilla y me acerca a su rostro. –Tienes derecho a sentirte así, Emma. Tienes derecho a odiar y a decirle a cualquiera que te aconseje, que el perdón es necesario para sanar, que se vaya a la mierda. No necesitas perdonar para sanar. Puedes avanzar sin perdonar y no dejes que nadie te diga lo contrario.
Asiento. Quisiera lanzarme a sus brazos y rogarle que me sostenga, como lo está haciendo con Dylan en este momento, pero me contengo. Ya no soy una niña.
Afirma su frente en la mía y suspira.
–Estarás bien, Emma. Y te juro por lo más sagrado, que no dejaré que nadie te vuelva a lastimar de nuevo. Tendrían que pasar sobre mí primero, y nunca nadie ha podido vencerme. Soy lo más peligroso ahí afuera –jura–. Y me tienes a tus pies.
Me alejo para poder concentrarme en algo que no sea su violenta belleza.
–¿Qué quieres decir? –pregunto confundida.
–¡Dylan!
Ambos nos alejamos cuando Colin comienza a gritar el nombre de nuestro hijo mientras corre a toda velocidad hacia la VAN.
–Ya llegamos –digo sorprendida.
–Eso parece –suelta Renji molesto, aunque no sabría decir por qué–. Hijo, llegamos –le habla a Dylan, quien abre sus ojos.
Colin sigue gritando con todas sus fuerzas y eso despierta a Dylan por completo.
Pasa sobre nosotros y abre la puerta del auto apenas éste se detiene frente a la finca.
Dylan salta del auto, y ambos amigos se funden en un abrazo.
Sonrío y salgo de la VAN.
–¡Mi muchacha!
Corro hacia los brazos de abu, y en cuánto estoy envuelta en su cálido abrazo, vuelvo a sonreír. Estoy de vuelta en el primer lugar que se sintió como un hogar para mí.
Estoy de vuelta en casa.