Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
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Capitulo 3. Entre el amor y la tensión.
Me di cuenta de que me había enamorado de él cuando la rutina comenzó a girar en torno a su nombre. Si no sabía cómo estaba, si ya había comido, o si acaso me necesitaba para algo, sentía un vacío en el pecho. Lo pensaba incluso en los silencios, y me descubrí anhelando que él, de alguna forma, también pensara en mí.
Nuestros horarios no coincidían por las tardes. Yo salía más temprano y me quedaba en casa, arreglando lo que hiciera falta. Siempre encontraba un pretexto para ponerme bonita, como si cada blusa o cada trazo de lápiz labial fuese un pequeño hechizo para lograr que me mirara distinto, como si se diera vuelta y, al hacerlo, descubriera que yo estaba hecha para él. Me sentía como una niña inexperta, porque lo era.
Cuando no llegaba en las noches, o cuando lo hacía acompañado de amigos o colegas, mi corazón se encogía. Ponía la comida en el horno, esperando que al menos pudiera calentarla. Al día siguiente guardaba las sobras en tuppers, para ambos. Muchas veces comí sola, llorando en la encimera de la cocina, preguntándome si soñar con él era un pecado. ¿Se vale soñar?, me repetía. Claro que se vale… pero duele.
El día de mi cumpleaños número veintitrés, lo recibí con las valijas listas junto a la puerta. Habíamos cenado, entre risas contenidas, hasta que él notó el equipaje.
—¿Por qué te vas? —preguntó, con una tristeza que intentaba ocultar.
—He abusado demasiado de tu hospitalidad, Kylian. Te lo agradezco, pero ya no puedo seguir aquí. No es correcto. Tú tienes tu vida y yo ocupo un lugar que no me corresponde.
Él se quedó en silencio unos segundos.
—No quiero que te vayas. Me agrada tenerte aquí. Tú eres mi razón para volver.
—Entiendo… pero ¿qué pasará el día que tengas novia? ¿No crees que sería… incorrecto?
Kylian me miró fijo, con una intensidad que me dejó sin aire.
—No quiero cambiar nada de lo que tenemos.
—¿Qué intentas decir? —pregunté, temblando.
—Que te amo, Penélope. Amo volver a casa y sentir que huele a hogar. Amo que me esperes, tan hermosa, como siempre. Amo despertarme y escucharte cantar. Amo mirarte en el sillón, leyendo, o trabajando en el estudio. Amo todo de ti. Quédate.
Me quedé paralizada. Sus lágrimas cayeron primero que las mías, y en ese instante entendí: me amaba. No era un espejismo, ni una ilusión. Era real. Yo también lo amaba desde aquel día en que me rescató del frío, desde que me tomó de la mano y me aseguró que todo estaría bien.
No supe hablar, pero asentí entre sollozos.
Él se acercó y me besó. Mi inexperiencia me traicionó, y se dio cuenta al instante. Sonrió con ternura, como quien descubre un secreto precioso. Me enseñó a besar, a tocar y a dejarme tocar, con paciencia infinita. Me sostuvo en sus brazos, y por primera vez en tres años dormimos juntos. La madrugada me alcanzó entre caricias y un susurro: te amo, feliz cumpleaños.
Los años siguientes fueron un sueño del que no quería despertar. Me presentaba como su novia, sus padres me acogieron como a una hija y, cuando anunciamos que serían abuelos, lloraron de felicidad. Esa noche concebimos a Jackson, nuestro pequeño Jack, el sol que iluminó nuestra vida.
Todo parecía perfecto. O al menos, así lo veía yo con ojos acostumbrados a la soledad.
Hasta que apareció Eric Farrell.
Lo conocí en el segundo cumpleaños de Jack, celebrado en casa de los padres de Kylian. La alegría llenaba cada rincón hasta que un grito emocionado anunció su llegada. Kylian lo abrazó con un fervor que pocas veces le había visto. Rieron, saltaron, lloraron como dos niños que vuelven a encontrarse.
—¿Quién es? —pregunté a María, mi suegra.
—Eric. El amigo de toda la vida de Kylian. Se fue a mochilear por el mundo, y volvió hoy.
Lo recordaba apenas de alguna videollamada lejana, pero en persona… era otra cosa.
Cuando lo presentaron, me estrechó entre sus brazos con una naturalidad que me desarmó. Me levantó del suelo como si no pesara nada, y mi primera reacción fue el miedo. La segunda, el perfume que me envolvió como un embrujo.
A partir de ese instante, algo cambió en mí. No pude tratarlo como a un simple amigo de mi pareja. Cada vez que estaba cerca, una oleada de pensamientos prohibidos me invadía.
Pronto comenzó a trabajar en la misma empresa que nosotros. Para colmo, Kylian me encargó guiarlo, enseñarle lo básico, practicar con él. Una tortura deliciosa. Sentir su voz tan cerca, sus manos rozando papeles que también eran míos… me confundía.
Descubrí que lo que deseaba de Eric no era amor, sino un fuego distinto, carnal, terrenal. Con Kylian tenía mi hogar, mi cuento de hadas. Con Eric, solo anhelaba perderme en el deseo.
Y entonces la pregunta se instaló en mi mente, implacable:
¿Se puede amar a dos personas al mismo tiempo?