Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
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CAPITULO 2
Iniciando Historias...
Axel
El sol comienza a esconderse entre las nubes grises que adornan el cielo, evocando la próxima llegada de la lluvia. Apago el motor del auto y bajo, apresurándome a correr hacia la entrada de la casa de mis abuelos cuando siento las primeras gotas de lluvia comenzar a caer.
El guardia que cuida la puerta la abre para que entre. Desde que pongo mis pies dentro del salón y mis ojos se encuentran con los de mi querida abuela, ella dibuja una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Mi niño precioso! —exclama en cuanto me acerco a ella.
Sus cálidos brazos me envuelven como siempre, y en ese abrazo siento la calidez de su amor, un refugio en medio de la tormenta emocional que a veces nos rodea. Me doy cuenta de que este es otro de esos días en los que aún llora la muerte de mis tíos; lo sé porque sus ojos no tardan en llenarse de lágrimas cuando se aparta de mí.
—No, abuela, no quiero verte llorar —le digo, con mis manos limpiándole las lágrimas que cubren sus mejillas apenas surcadas por el tiempo.
Y es que en mi familia, la juventud parece ser algo eterno, pero el dolor de la pérdida siempre deja su huella.
—Tienes razón, mi niño —suelta ella—. No es justo que me veas así. Mejor vamos y te doy unas galletas.
Me toma del brazo y, sin más, comienza a guiarme a la cocina.
—¿Con chocolate? —pregunto, y ella asiente, su sonrisa volviendo a iluminar su rostro.
La veo moverse entre los estantes de la cocina que conozco desde que tengo memoria. Su cabello rubio, ahora bañado en canas, y sus ojos verdes siguen resaltando en ella, aunque a veces sean cubiertos por lágrimas.
El olor a galletas recién horneadas se cuela en mis fosas nasales cuando mi abuela me deja un plato de galletas sobre la barra de desayuno. No tardo en devorarme la mitad; si mis hermanas me vieran, me matarían, ya que ellas las aman igual o más que yo.
—Eran las favoritas de tu tío Addiel —dice con una sonrisa que no se llega a reflejar en sus ojos.
—Y no lo culpo, abuela, son riquísimas —aseguro, acabándome la otra mitad.
Pasamos más de una hora platicando. Le cuento cómo van las cosas en la empresa, cómo están mis hermanas, y me hace guardar una bolsa con galletas para que las lleve a casa.
Para cuando me despido de ella y bajo el umbral del porche, sus ojos vuelven a iluminarse con el brillo de sus lágrimas. Dejo un beso en su mejilla y me dirijo al auto. Ella sacude la mano en mi dirección hasta que cruzo la esquina para salir de la propiedad familiar.
La lluvia ha dejado de caer por el momento, pero el clima sigue estando algo frío. Enciendo la radio y dejo que las notas de "Şımarık" se adueñen del interior del auto mientras me desplazo por las calles de la ciudad hasta la villa.
Aithana
Cierro el ordenador cuando termino de armar y enviar los documentos para el nuevo acuerdo. Me fijo en la hora que marca el reloj en la pared del frente y me doy cuenta de que ya se ha pasado la hora de la comida.
Tomo el móvil y le envío un mensaje rápido a mamá para decirle que lamento no haber llegado a comer con ellos.
Rápidamente obtengo una respuesta llena de amor de ella, como siempre.
No tomo tanto descanso; unos minutos después vuelvo a encender el portátil y comienzo a adelantar todo el trabajo que pueda.
La puerta de mi oficina se abre y, con el aroma que se cuela por mis fosas nasales, ya sé quién es...
《Reconocería ese perfume donde sea》.
El cabello rubio alborotado hacia un lado,
un par de ojos verdes y una sonrisa pícara. Jared... mi dolor de cabeza con piernas.
—¡Dios santo! —exclama el idiota—. Pero, ¿qué mujer más hermosa estoy viendo?
—¿Acaso mis tíos no te enseñaron a tocar? —pregunto, y él solo se ríe más.
—Eso puedes preguntárselo a ellos —suelta y entra del todo, cerrando la puerta a su espalda.
—¿Qué es lo que quieres? Estoy trabajando.
—Como te conozco tan bien —comienza a decir—, he supuesto que no te has molestado en darle a tu cuerpo nutrientes, así que te he traído algo para que comamos juntos —dice, sacudiendo la bolsa que trae en las manos.
Podría decirle que no y echarlo de aquí, pero desgraciadamente yo también lo conozco y sé que no se irá.
—¿Aceptas? —pregunta como si tuviera otra opción.
—Espero que sea de carne —digo, rendida, y el idiota amplía su sonrisa.
—Con doble carne, tus preferidas —dice y comienza a sacar las hamburguesas y lo otro que ha traído.
Y así es como estar con Jared me toma el resto de la tarde. Pese a que comimos juntos, se niega a irse y dejarme trabajar en paz.
Nuestra relación es un poco extraña; somos nada siendo todo. Desde que tengo memoria, siempre ha sido así, ni siquiera el hecho de que se haya ido a estudiar economía al extranjero ha servido para que dejara de buscarme y perseguirme como lo hace. Pese a que yo aún no me he atrevido a decirle el "sí" que tanto espera.
—Hermosa mía, ¿será que ya nos podemos ir? —pregunta con fastidio, incorporándose en el sillón en el que se había acostado durante las últimas horas.
—Tú puedes irte; mejor dicho, podías haberlo hecho desde hace un buen rato —suelto, y el idiota me saca el dedo corazón.
—¡Ay! —chilla cuando le lanzo el cuaderno que tengo sobre el escritorio y le pego en el pecho—. ¿Estás loca? —gruñe.
—Cállate y déjame terminar —lo reprendo.
Por una vez me hace caso; se calla, solo se planta cerca de mi silla y se asoma a mi lado, viendo lo que hago.
Solo me tomó media hora en terminar de hacer lo que estoy haciendo.
—¡Por fin! —suelta con exageración.
—Date prisa, o te dejaré aquí —lo amenazo cuando me pongo de pie y comienzo a recoger mis cosas para irme.
Suelta una pequeña risa antes de ponerse de pie y seguirme. Salimos al pasillo y ya el resto de los empleados se han ido, y como siempre, soy yo la última en retirarme.
Seguida del rubio, entro al elevador. Me recuesto sobre la fría pared y cierro los ojos con fuerza.
—¡¿Qué haces?! —le pregunto cuando siento su cuerpo contra el mío, aprisionándome contra la pared.
—¿Creías que hoy no lo haría? —tardo unos segundos en reaccionar y, para cuando voy a abrir la boca, el idiota se pega a mí.
Sus labios se posan sobre los míos con claro desespero. Intentar rehusarme es estúpido; dejo que me bese como siempre, sintiendo su pulso acelerarse cuando dejo caer mis cosas en el suelo y le envuelvo el cuello con mis brazos, pegándolo más a mí.
—¿Este es un sí? —pregunta cuando se separa un poco de mí para que tomemos aire.
Sonrío con ganas y él también lo hace, pero...
—No, aún no estoy del todo convencida —respondo, y la sonrisa se le borra. Lo empujo un poco para que se aparte cuando llegamos a planta baja y las puertas se abren.
—¡Eres un maldito demonio! —exclama cuando salgo rápido y lo dejo allí.
Río para mis adentros mientras acelero mis pasos hasta su auto...