Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
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El mocoso no apesta(tanto)
Sorprendentemente, el mocoso sabía cocinar. No es que yo fuera quisquilloso, pero no me había envenenado, y eso ya era suficiente. El desayuno fue mejor de lo esperado: huevos bien hechos, pan tostado, y un buen cafe. Me había preparado para el desastre, pero la cocina quedó impecable cuando terminó.
Además, no solo cocinaba; sabía mantener las cosas limpias. La tienda lucía mejor que nunca. Aunque no tenía idea de cómo manejar los artefactos, al menos era educado, o lo intentaba. Saludaba a los clientes con una sonrisa como si fuera lo más fácil del mundo, y para mi sorpresa, la mayoría terminó comprando más de lo que inicialmente habían planeado.
No estaba mal para un mocoso, pensé mientras lo observaba trabajar su magia con la clientela. No sabía nada de artefactos, pero vender lo que fabricaba no era algo que cualquiera lograra. Al parecer, tener a alguien que no te miraba como si fueras un asesino tenía sus ventajas.
Los días pasaron sin incidentes, y el artefacto de los encargos no se activó ni una vez. Normalmente, eso me habría puesto de mal humor, pero para mi sorpresa, no me molestaba tanto. Tener compañía en el taller no era tan terrible como había creído al principio. Claro, Rowen seguía siendo un crío torpe cuando se trataba del trabajo técnico, pero tenía que admitir que estaba haciendo más por el taller que yo. Cada día, el silencio habitual se llenaba de pequeños gestos que, de alguna manera, hacían que todo fuera más soportable.
Lancé una mirada al artefacto con forma de ave, que seguía inerte en su percha. Hoy tampoco habría trabajo, y aunque una parte de mí se sintió inquieta, otra parte disfrutaba de la tranquilidad inesperada.
Miré a Rowen, que acomodaba algunos artefactos en el mostrador con una precisión casi obsesiva. No pude evitar rodar los ojos.
—Eres un perfeccionista, ¿sabes? —le solté, seco. No era una crítica, solo una observación, pero mi tono siempre sonaba como si estuviera regañando a alguien.
—Solo quiero que todo esté en orden —respondió sin mirarme, ajustando un broche en la vitrina. —Los clientes notan esas cosas.
—No se fijan en eso —repliqué, cruzando los brazos.
—Quizás no lo dicen, pero lo notan —insistió.
No valía la pena discutir. Sabía que no iba a ganar, y tampoco me importaba tanto. Lo dejé con su perfeccionismo silencioso y volví a mi mesa de trabajo, pensando en los artefactos que debía fabricar antes de que llegara algún cliente con un pedido complicado.
Otro día sin encargos… pensé mientras jugaba con un pequeño artefacto en las manos. Pero, por primera vez en mucho tiempo, la falta de acción no me molestaba tanto.
El día terminó y el taller quedó en silencio. Rowen había terminado de organizar todo, y yo me dediqué a trabajar en un nuevo artefacto. Una daga pequeña, pero con magia de rastreo. Perfecta para alguien que podría estar en peligro, como el mocoso que ahora compartía mi espacio.
Terminé de ajustar la última runa en la empuñadura, asegurándome de que los cristales permitieran activarla con un simple toque. Con esa daga, Rowen podría llamarme si lo necesitaba. No importaba lo que intentara aparentar, no iba a dejar que los prestamistas lo encontraran.
Me acerqué a la mesa donde Rowen cenaba, colocando la daga frente a él.
—Para ti.
Rowen levantó la vista, sorprendido, y tomó la daga con cuidado.
—¿Qué…?
—Tiene un encantamiento de rastreo —lo interrumpí, sentándome frente a él. —Si estás en peligro, solo frota la empuñadura aquí —señalé las runas— y se activará. Yo tengo una similar. Con ella, podré ubicarte donde sea que estés.
Me miraba incrédulo, inspeccionando la daga con cuidado. Finalmente, esbozó una sonrisa, diferente a las que solía dirigir a los clientes. Esta era genuina, real.
Y entonces lo noté: los pequeños ojuelos que se le formaban cuando sonreía de verdad. Me di cuenta de que, aunque había sonreído muchas veces durante estos días, era la primera vez que lo hacía así conmigo. Me recordó a algo que no había sentido en años… a mi familia. A cómo solían sonreír mi madre y mi hermano, antes de que todo se derrumbara.
Mi mente vagó hacia recuerdos lejanos. A mi madre, a mi hermano. Ellos también solían sonreír así. Una sonrisa real, cálida. Pero esos recuerdos traían consigo otros, más oscuros. La última vez que los vi… cuando volví a casa con mi padre y encontramos la casa incendiada. Mi madre y mi hermano… atrapados dentro.
Sacudí la cabeza, alejando ese pensamiento antes de que se clavara más profundo. No era el momento de revivir ese pasado. Me levanté de la mesa, intentando dejar atrás la sensación que se había apoderado de mí.
—Úsala bien —le dije a Rowen, señalando la daga antes de girarme hacia mi habitación. —Mañana tenemos trabajo.
Me acosté, pero los recuerdos no me dejaron en paz. Pensar en mi familia siempre me dejaba con una sensación amarga. Sabía que Rowen no era mi hermano, ni nada parecido, pero una extraña sensación de responsabilidad por él empezaba a enraizarse. Tal vez era culpa, o simplemente la necesidad de proteger a alguien en este mundo podrido.
La mañana llegó demasiado rápido. Me levanté antes que el sol, repasando mentalmente la misión que tenía por delante. Era un trabajo más, uno de los tantos que había hecho. Solo debía ser discreto, y sobre todo, mantener a Rowen lejos del peligro.
Me deslicé fuera del taller en silencio, sin que Rowen lo notara. No quería que se enterara de lo que hacía . El trabajo resultó ser lo que esperaba: un noble prepotente, rodeado de guardias para intentar ocultar su debilidad. Nada fuera de lo normal, aunque la seguridad fue más tediosa de lo usual. Tuve que dejar un par de ellos fuera de combate, lo justo para que recordaran mis golpes durante semanas, pero sin necesidad de matar a ninguno. Mi objetivo era otro, y cuando lo encontré, no me llevó mucho tiempo cumplir con el encargo.
Sin embargo, uno de los guardias me alcanzó con una daga en la espalda antes de que pudiera irme. El corte no fue profundo, pero lo suficientemente molesto como para maldecir todo el camino de vuelta al taller.
Cuando llegué, intenté hacer el menor ruido posible. No quería que el mocoso se despertara. Pero al abrir la puerta, lo encontré sentado en la cocina, esperándome con los brazos cruzados. Su mirada sería , pero no dijo nada. En lugar de preguntar, fue directo a buscar vendas y agua.
—Come —fue lo único que dijo al dejar un plato de comida ligera frente a mí. Nada dulce, por supuesto, solo algo para llenarme el estómago. Yo hubiera preferido alguna de mis golosinas, pero Rowen tenía esa mirada que decía “come esto o te lo meto a la fuerza”.
Resignado, suspiré y me quité la camisa manchada de sangre. Sentí el alivio del aire frío en la herida mientras me dejaba caer en el banco. Mientras comía, Rowen se acercó en silencio y comenzó a curarme con la misma destreza que había demostrado en otras tareas. No pregunté cómo sabía hacerlo, pero era obvio que había tenido más experiencia de la que debería para su edad.
—¿Vas a quedarte callado todo el tiempo? —gruñí entre bocados.
—Tú me dijiste que hablara solo si tenía algo útil que decir —respondió con suavidad, pero con un toque de ironía. Su rostro seguía concentrado en la herida.
Rodé los ojos, pero no discutí. A veces el silencio era mejor, sobre todo mientras comía.
Cuando terminé, él ya había terminado de vendarme. Se levantó, recogió los platos y empezó a limpiarlos con la misma eficiencia de siempre. Mientras lo hacía, me miró de reojo.
—Aquí —dijo, extendiéndome uno de mis dulces favoritos.
Sorprendido, lo tomé sin decir nada. Ese pequeño gesto me descolocó más de lo que habría esperado. ¿Cuándo fue la última vez que alguien me cuidó así? ¿Que alguien se asegurara de que comiera algo decente antes de darme un dulce para terminar el día? La respuesta estaba enterrada en recuerdos que prefería no desenterrar.
—Anda, vete a dormir —dijo Rowen, dándome una palmadita en el hombro. —Yo limpio esto.
Me quedé un momento ahí, observándolo mientras recogía todo. No era común que alguien se preocupara por mí, no desde hacía mucho tiempo. Tal vez por eso me resultaba difícil aceptar que este mocoso estuviera aquí, haciendo precisamente eso. Era raro, incómodo incluso, que alguien se encargara de cuidarme.
Con el dulce en la boca, me levanté y fui a mi cuarto, la herida en la espalda olvidada por un momento. Tal vez tener compañía no era tan terrible después de todo, aunque aún no lo admitiría en voz alta.
Los días comenzaron a adoptar una especie de rutina extraña. Cada mañana me encontraba con la cocina limpia y un desayuno sencillo esperándome. No era gran cosa, pero lo suficiente para empezar el día. Rowen no entendía mucho sobre los artefactos que hacía, pero sabía manejar las gemas y cristales con una precisión sorprendente. Sus manos eran ágiles, y sabía exactamente cómo cortar y pulir cada pieza.
—Esto no parece encajar —dijo un día, mientras examinaba una pequeña esmeralda.
—Claro que encaja, solo que no en ese artefacto —respondí, sin levantar la vista del broche que tallaba.
Él frunció el ceño, claramente ofendido, pero dejó la esmeralda a un lado y siguió trabajando. Tenía buen instinto, y aunque no supiera mucho de magia, hacía bien su parte.
En la tienda, por otro lado, era imbatible. A diferencia de mí, sabía sonreír a los clientes y persuadirlos para que compraran más de lo que necesitaban. Yo prefería mantenerme al margen, evitando el contacto con gente que veía mis artefactos solo como adornos bonitos. Pero Rowen sabía cómo jugar el juego, lo veía cada vez que despachaba a alguien con una sonrisa en los labios. Una vez, una señora vino buscando un broche y salió con un pedido especial para una daga decorada, "por si acaso", como le dijo él. Si su vida hubiera sido diferente, probablemente habría sido un buen mercader.
Con el tiempo, la tienda y el taller empezaron a fluir de manera natural. Yo me encargaba de los encargos más complicados, mientras él atendía a los clientes y pulía las gemas. De algún modo, también se encargaba de mí. Se aseguraba de que comiera, de que no me saltara las comidas, y siempre dejaba algún dulce en mi mesa cuando el día había sido difícil.
Casi nunca salía del taller, y cuando lo hacía, no se alejaba demasiado. A veces me preguntaba si debería investigar más sobre esos prestamistas que lo habían perseguido, pero me recordaba a mí mismo que no era mi problema.
—Vas a romper ese cristal si lo sigues mirando tanto —le dije un día, al verlo examinar una gema roja.
—No lo romperé. Estoy viendo cómo reflejará la luz cuando lo encaje —respondió con una sonrisa confiada.
Suspiré y volví a mis runas. El mocoso trabajaba bien, tenía que admitirlo. A veces exageraba, pero luego me sorprendía con los resultados.
Con el paso de los días, el taller comenzó a sentirse más… cómodo. Una rutina se fue estableciendo, una que hacía el silencio menos pesado. No había acción constante, pero tener compañía no era tan malo como había imaginado. Y aunque no lo admitiría, tener a alguien que te recibiera después de un trabajo duro… era un lujo que no sabía que necesitaba.