“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
NovelToon tiene autorización de ARIAMTT para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
3. Atrapada por el miedo.
El maldito, lanza su mirada lasciva sobre mi cuerpo. Me estremezco al instante.
Esa mirada no es humana… es la de un depredador acechando a su presa.
"Dios, por favor… sálvame. No dejes que caiga en sus garras", suplico en silencio. Es lo único que puedo hacer.
El tipo se deja caer en el sofá como si fuera un gran príncipe, dueño del lugar, del tiempo y hasta del aire. Cruza las piernas con arrogancia.
Uno de los hombres se dirige a la nevera. Me imagino que busca licor, pero allí solo hay una botella de vino barato que usé para sazonar la pasta.
Lo veo sacarla. Toma una copa y se la lleva al hombre que está sentado.
—Jefe, aquí solo tienen esta baratija —dice con voz tensa, como si temiera que hasta el tono lo delatara.
Martín me lanza una mirada de furia, como si la culpa fuera mía, cuando él se bebe hasta el agua de los jarrones cuando está ebrio.
Pasa la mano por su cabello, intentando ocultar el sudor en su frente. Está nervioso. Muy nervioso. Y eso me dice que ese hombre es más peligroso de lo que aparenta.
—Disculpe, señor. No sabía que iba a venir. Si lo hubiera sabido, le habría comprado el mejor whisky —su voz tiembla.
Eso me lo deja claro: ese hombre es demasiado peligroso.
El desconocido sonríe, pero no es una sonrisa… es una amenaza. Esa mueca siniestra me produce un escalofrío tan intenso que tengo que apretar los dientes para no gritar.
El subalterno le sirve la copa de vino con las manos temblorosas.
El hombre se pone de pie con una calma que hiela la sangre. Toma la copa entre sus dedos como si tuviera entre manos la garganta de alguien.
La olfatea con gesto de desagrado, juega con ella un segundo... luego levanta la vista y le lanza a Martín una mirada tan fría, tan letal, que por un segundo siento que todo se congela.
—¡Esta porquería no alcanza a llamarse vino! ¡Parece agua de alcantarilla! —gruñe, y su voz retumba, grave, áspera, haciendo una mueca de asco, mostrando sus dientes, casi como un animal.
Provoca una punzada en mi estómago. Pego un pequeño salto, sobresaltada.
Él lo nota. Por supuesto que lo nota... y sonríe. Es una sonrisa silenciosa, afilada como una navaja.
Y entonces se acerca. No rápido, no violento… se acerca lento, con la precisión de un cazador que disfruta el terror de su presa.
El idiota de Martín retrocede, abriéndole paso. Quiere quitarse la atención de encima, pero es demasiado tarde.
Y yo sigo aquí, como una estatua.
Inmóvil.
Atrapada por el miedo.
Con los puños apretados.
Las piernas temblorosas.
La cabeza gacha y los ojos bien abiertos, fijos en el vacío.
—Qué linda chica… —susurra él, deteniéndose frente a mí.
Me toma la quijada con firmeza y la levanta. Nuestras miradas se cruzan. Y de cerca… es peor. Mucho peor. La maldad que habita en sus ojos no tiene fondo.
De un tirón, desgarra mi ropa. Mis pechos quedan expuestos al aire. Me echo hacia atrás, pero no sirve.
Intento tragarme los sollozos que buscan escapar de mis labios, todo mi cuerpo tiembla... no lo puedo controlar. El miedo me carcome desde dentro... miedo hasta de respirar.
"Dios… ayúdame".
Vierte el vino sobre mis senos. No lo hace de prisa, lo hace como si estuviera consagrándome para su ritual. Luego acerca sus asquerosos labios y lame mi piel con deseo y placer.
—Ahora sí sabe mejor —murmura, y su voz me da arcadas.
Luego desabrocha mi pantalón y mete la mano. Siento sus dedos hurgando dentro de mí, invadiéndome… disfrutando cada segundo de mi humillación.
—Me encanta —dice, y yo solo puedo quedarme quieta.
No soy capaz de moverme. El miedo me tiene paralizada. Solo me quedo ahí, con los ojos llorosos, rota, sin voz. Mientras Martín sonríe.
"Maldito hijo de puta..." me atrevo a pensar.
No le importa en lo más mínimo lo que me pasa. Me hace un gesto con los labios, como diciendo ¡sonríe! Ni que acabara de ganar la loteria.
El hombre se aleja un poco, satisfecho, y me toma de la barbilla con una suavidad repugnante.
—Aún tengo negocios que hacer, y el trabajo va antes que el placer. Pero mañana… la quiero en mi puteadero de la zona rosa. La estrenaré antes de venderla. O tal vez, si me gusta, la tenga unos días conmigo.
—Y… yo… —intento hablar, defenderme, pero él me calla con un dedo sobre mis labios.
—Shhh… haz silencio. Martín, mañana a las seis de la tarde llévala. Que le depilen bien el cuerpo. Detesto los vellos. Te perdonaré la deuda y, además, te daré algo extra.
Están negociando conmigo. Como si fuera un animal. Como si no valiera nada.
"Dios… por favor, no me abandones. No dejes que me pierda".
Martín sonríe. Parece satisfecho, victorioso.
"¿Dónde quedaron mis sueños?"
—Señor, mañana estará allí como usted quiere.
—Eso espero. No quiero tener que venir a buscarte. Sé que puedo recuperar mi dinero y obtener grandes ingresos con ese bello rostro.
Chasquea los dientes con fuerza, una amenaza clara en su expresión.
—Recuerda que es mía. No la golpees, porque su precio baja.
El hombre se marcha como entró: sin permiso, sin respeto, como si el lugar, mi cuerpo, mi vida… todo le perteneciera.
Apenas escucho el portazo, mi cuerpo se desploma. Me deslizo por la pared hasta caer al suelo.
No hay fuerza en mis piernas. No hay dignidad en mis huesos. Solo un llanto ahogado que revienta desde lo más profundo.
Tomo mi rostro entre las manos. Me encojo. Sollozo. Tiemblo.
—Dios… qué bajo he caído —susurro entre lágrimas.
¿Qué pensaría mamá si me viera ahora? ¿Y mi hermano?
Menos mal papá está muerto. No podría soportar que él me viera convertida en esto…
Una mujer sin valor.
Una puta más.
Un cuerpo sin alma.
Martín toma la botella de vino. Bebe directo, sin vergüenza.
—Sabía que de algo debías servirme… Lo que me duele es perder la plata de la casa… Aunque… podría chantajear a tu madre. —Se ríe, eufórico. Desquiciado.
Vuelve a beber.
—Tengo que aprovechar esta noche… Quiero meterte a mi amigo por última vez en cada uno de tus orificios —lleva sus manos asquerosas a su entrepierna.
Mis sollozos se vuelven espasmos. Me aferro a mis brazos. Me hago pequeña. Invisible.
Esto no puede ser real.
Esto debe ser una cruel pesadilla…
—¡Haz silencio! —gruñe—. No quiero lastimarte. No te aproveches de lo que dijo Parmenio. Sabes que no puedo tocarte… pero eso no significa que no quiera.
"¿Este es el hombre al que una vez llamé pareja?"
"¿El que besé, el que abracé, el que creí amar?"
"¿A quién le entregué mi corazón?"
Me toma del cabello con rabia. Me arrastra por el suelo hasta la habitación.
Mis piernas rozan la alfombra, mi espalda golpea los bordes del pasillo. Me lanza a la cama y arranca lo que queda de mi ropa.
Se desliza por mi cuerpo, sus caricias me producen asco… pero no puedo hacer nada.
No soy capaz de defenderme… Solo lo dejo continuar.
No valgo nada…
—Mañana es día de quincena… tienes que ir por el cheque. Lo necesitamos para depilarte. Que no se te ocurra faltar, ¿me oíste?
Y yo… yo solo lloro. Porque no puedo hacer otra cosa. Porque nadie viene.
Porque ya no tengo fuerza ni para suplicar...