El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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El auto rojo
La escena inicia en una pequeña sala de profesores, donde Chris, junto a otros docentes, asiste a una reunión de rutina. Es un lugar funcional, con paredes algo desgastadas y un proyector parpadeando intermitentemente. Los profesores están dispersos en sillas metálicas, con carpetas y tazas de café a medio terminar.
Chris, aunque presente físicamente, se siente distante. Está distraído, sus pensamientos vagan en círculos: ¿Estoy haciendo bien mi trabajo? ¿Se darán cuenta de lo que realmente soy? El peso de la autoexigencia y del miedo a ser descubierto es una carga constante que se refleja en su postura encorvada, manos entrelazadas sobre las rodillas.
La coordinadora, una mujer de voz firme pero maternal, repasa anuncios importantes:
—Quiero que estén atentos a los estudiantes que puedan estar enfrentando dificultades. Uno en particular es Adrián Morales, nuevo en la institución. Tiene un hijo pequeño con problemas de salud, así que espero que seamos flexibles y empáticos con él, recuerden nuestra razón de ser nuestros estudiantes.
Al escuchar el nombre, Chris, hasta ahora ensimismado, levanta la mirada súbitamente. Su estómago se contrae.
Adrián... Recuerda ese encuentro en el colectivo, los ojos oscuros que lo miraron directo y le dejaron una impresión incómoda y, a la vez, difícil de olvidar.
El silencio en la sala se rompe por una broma inoportuna de un colega sentado al fondo, que, entre risas, dice:
—¿Flexibles? ¡Si viste al muchacho! Alto, moreno… y el hijo resulta ser rubio como un ángel. Un caso curioso, ¿eh?
Risas incómodas se esparcen entre algunos docentes. Chris baja la mirada, su mandíbula se tensa. La coordinadora, visiblemente molesta, lanza una mirada de desaprobación al bromista.
—Le agradecería que mantuviéramos el profesionalismo —dice con tono seco.
La reunión continúa, pero Chris no logra concentrarse. Su mente repite una y otra vez la imagen de Adrián con un niño rubio. Un pensamiento casi automático lo invade: Debe ser heterosexual.
Este detalle, aparentemente trivial, le da una falsa seguridad. De repente, las defensas que había levantado tras aquel encuentro en el colectivo comienzan a ceder. Para Chris, Adrián ya no parece una amenaza.
Al finalizar la reunión, Chris camina por los pasillos con una pilas de trabajos prácticos bajo el brazo. Aunque intenta enfocarse en su trabajo, los ecos de su pasado lo persiguen.
—¿Por qué siempre me pasa esto? —murmura para sí mismo, mientras avanza hacia su aula vacía.
Chris recuerda escenas de su adolescencia en su grupo religioso. Las reuniones donde le repetían que “podía cambiar”, que debía casarse, tener una familia tradicional, y que cualquier otro camino era un pecado imperdonable. Estas enseñanzas se clavaron en su mente, volviéndose unaobsesión para él.
Camina distraído, pasa frente a un aula y, sin querer, ve a Adrián sentado junto a otros estudiantes. El joven ríe con naturalidad mientras intercambia bromas con sus compañeros. Adrián se ve seguro de sí mismo, relajado, todo lo contrario a Chris. La diferencia entre ambos no podría ser más evidente.
—“Debe ser lindo ser así… tan libre” —susurra Chris, sintiendo una punzada de melancolía.
Su espalda le duele al recordar su cama dura y las noches en vela repasando sus lecciones o luchando con sus propios pensamientos. La falta de sueño y el estrés afectan su delicada salud, reflejada en sus ojeras y en su piel pálida, donde las venas azules son aún más notorias.
Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, hay algo distinto en su rutina. Un curioso interés comienza a formarse dentro de él: Adrián Morales.
Y aunque no lo sabe todavía, este interés será el primer paso para enfrentar la carga del pasado que lo ha mantenido prisionero.
Chris camina hacia la salida del edificio con un paso cansado y los hombros ligeramente encorvados. Aún resuena en su mente la conversación sobre Adrián y su hijo enfermo, además de la broma inoportuna de su colega, que lo dejó incómodo aunque, curiosamente, más tranquilo en cuanto a Adrián.
—Es heterosexual, seguro —piensa, y siente cómo su cuerpo se relaja levemente.
Mientras rebusca las llaves en su bolso gastado, una voz alegre lo saca de su ensimismamiento.
—¡Chris! —llama alguien desde atrás.
Chris se gira y ve a Jazmín, una colega que lleva poco tiempo en la institución. Ella avanza hacia él con pasos firmes y seguros, sus tacones resonando en el suelo. Es una mujer que atrae miradas sin siquiera intentarlo: rubia, de cabello lacio y brillante, vestida elegantemente con un blazer ceñido y jeans ajustados que realzan su figura. Sus facciones son tan perfectas que parece una muñeca Barbie que ha cobrado vida.
—¿Vas caminando? —pregunta ella, deteniéndose a su lado y sonriendo de manera amigable—. Si quieres, te llevo. Mi casa queda de camino, así que no me cuesta nada.
Chris duda un momento, pero el dolor en su espalda y la idea de caminar hasta la parada de colectivo lo hacen ceder.
—Gracias, Jazmín. Si no te molesta…
—¡Para nada! —responde ella con entusiasmo, haciendo un gesto con la mano—. Vamos, antes de que se haga tarde.
Al salir al estacionamiento, Chris no puede evitar mirar con sorpresa el coche rojo que brilla bajo las últimas luces del atardecer. Es un vehículo moderno, elegante y tan llamativo como su dueña. Jazmín sube al asiento del conductor con una naturalidad desbordante, y Chris, algo cohibido, se sienta en el asiento del copiloto.
—¿Te gusta? —pregunta ella con una sonrisa divertida, mientras enciende el motor que ruge suavemente—. Lo compré hace poco. Siempre quise un coche que gritara: “Aquí va una mujer que no necesita permiso de nadie”.
Chris suelta una leve risa, relajándose un poco. Jazmín tiene ese efecto en las personas: su actitud extrovertida y su habilidad para hablar con facilidad rompen cualquier barrera.
—¿Y tú? ¿Por qué tan serio? Siempre andas con cara de pocos amigos.
—¿Yo? —Chris parpadea, sorprendido—. No lo sé… creo que simplemente soy así.
Jazmín lo mira de reojo con una sonrisa cómplice mientras avanza por las calles iluminadas.
—Eres un misterio, Chris. Los demás hombres me miran como si fuera una especie de trofeo, pero tú… —hace una pausa breve—. Contigo no siento eso. Es raro, pero me gusta.
Chris baja la mirada, ligeramente avergonzado, pero también aliviado. Con Jazmín, no tiene que actuar. No hay presión, ni juicio, solo una conversación ligera que fluye sin esfuerzo.
Mientras conduce, Jazmín empieza a hablar sin parar sobre su día, los estudiantes y sus propios desafíos como profesora.
—¿Sabías que este trabajo no era mi primera opción? —comenta con un tono casi teatral—. Pero aquí estoy, enseñando Cálculo como si fuera lo mejor del mundo. Lo curioso es que me gusta. Los chicos te mantienen viva.
Chris asiente, aunque su mirada se pierde en las luces del exterior. La conversación ligera de Jazmín lo tranquiliza, y por primera vez en días, siente que no está tan solo.
—¿Y tú? —pregunta Jazmín, girando la cabeza brevemente hacia él—. ¿Siempre quisiste ser profesor?
Chris duda antes de responder.
—No estoy seguro. Creo que… enseñar es algo que se me da bien.
—¿Solo eso? ¿No tienes algún sueño escondido por ahí? —bromea ella.
Chris sonríe de forma tímida, pero no responde. Sí, hay sueños, piensa, pero son tan inalcanzables que no se atreve a decirlos en voz alta.
El coche se detiene frente a la humilde vivienda de Chris. La luz de un poste cercano ilumina la fachada desgastada.
—Gracias por traerme, Jazmín —dice él con sinceridad, quitándose el cinturón.
—Cuando quieras, Chris. No te me vayas a perder —bromea ella, guiñándole un ojo.
Mientras él baja del coche, Jazmín lo observa con curiosidad desde el asiento del conductor. Chris le parece diferente, como alguien que lleva un peso invisible sobre los hombros. No puede evitar sentir algo de ternura por él.
—¡Descansa! —le grita antes de marcharse con el rugido del motor y dejando una estela de luces rojas a su paso.
Chris la ve partir, y por un instante, el silencio de la noche lo envuelve. Jazmín es un viento fresco en su vida, algo que no esperaba pero que agradece profundamente.
Sube las escaleras hacia su habitación con una leve sonrisa en el rostro, una sonrisa que desaparece al ver la cama dura que lo espera. Se sienta en el borde, sintiendo cómo el peso del día vuelve a caer sobre él.
—Un coche rojo… —susurra con una mueca divertida, antes de acostarse con un suspiro.
Ame.