Sofía es una joven que ha crecido en la soledad de la orfandad, enfrentándose a una serie de tormentos internos que la han marcado desde su infancia. En su búsqueda de pertenencia y amor, se cruza con Lucius, un enigmático hombre que posee una esencia sombría y que, a lo largo de su vida, jamás ha experimentado la calidez de los sentimientos. A medida que sus caminos se entrelazan, Sofía se enfrenta al desafío de luchar contra la atracción que siente hacia él y las sombras que parecen rodearlo. ¿Podrá encontrar la fuerza necesaria para resistirse a su cautivadora belleza y, al mismo tiempo, desentrañar los misterios de su alma oscura, o sucumbirá a su hechizo, perdiéndose en el abismo de su atracción?
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se feliz.
Sofía regresó junto a la madre, Yolanda, y el ambiente en la carreta estaba impregnado de un silencio palpable. No obstante, en la mente de Sofía se agolpaban una infinidad de preguntas que la inquietaban.
—Mi niña, no digas nada esta noche; te sacaré —le comentó Yolanda, con una voz que intentaba ser reconfortante, pero que también llevaba la carga de un secreto no dicho.
Al llegar a la cocina, Sofía envolvió a Catalina en un cálido abrazo, sintiendo cómo su corazón se oprimía con una profunda tristeza. Las lágrimas de Catalina brotaban de sus ojos, fluyendo con un intenso dolor que parecía emanar desde lo más hondo de su ser.
—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó Catalina, mientras revivía en su mente las innumerables noches en las que había cuidado y consolado a Sofía después de las brutales golpizas que le propinaba Roberta.
—Me voy a casar —respondió Sofía, esforzándose por contener las lágrimas para que nadie notara su dolor.
—No llores, ven aquí, te voy a dar algo —dijo Catalina con voz suave, acercándose a Sofía y llevándola de la mano a lo largo de los pasillos, rumbo a su habitación.
Al ingresar a la habitación, Catalina sacó una caja rebosante de dinero y, con lágrimas brillando en sus ojos, le dijo a Sofía: Esto te será de mucha utilidad.
Sofía, con las manos temblorosas y una mirada de angustia, manifestó su temor: No quiero casarme, tengo miedo.
Catalina, apretando suavemente las manos de Sofía entre las suyas, le respondió con firmeza: Tienes que hacerlo, ya es hora de que salgas de este lugar.
—Y tú, no te dejaré sin tus ahorros, así tendrás la oportunidad de salir de este lugar. Discúlpame, Catalina, pero no puedo aceptar esto; este es tu pasaporte para escapar de aquí— dijo Sofía mientras le devolvía el dinero.
—Sofi, tú estarás bien. Debes ser fuerte. Estoy segura de que el hombre con quien te cases te amará y te cuidará. Yolanda dice que proviene de una familia muy adinerada y que él es un duque, así que serás feliz y no volverás a sufrir por tener hambre.— respondió Catalina, tratando de consolar a su amiga.
No lo sé, Catalina. Tengo mucho miedo. Nunca he visto a ningún hombre, excepto al carpintero del mercado, y déjame decirte que es realmente horrible, dijo Sofía, visiblemente asustada.
“De ninguna manera, ¿acaso no te acuerdas de aquellos libros que hemos leído? En ellos se describe a hombres nobles, guapos y fuertes, que siempre terminan rescatando a la princesa. ¡Y estoy segura de que tu futuro esposo también vendrá a rescatarte!” dijo Catalina, sonriendo de manera contagiosa. Al ver su expresión, Sofía no pudo evitar esbozar una sonrisa también, lo que la ayudó a calmarse.
Esa tarde, Sofía pasó el tiempo jugando con las niñas del orfanato. Cuando llegó la noche, el frío era intenso, tanto que de su boca salía vapor visible. No tenía mucho que empacar, solo un par de vestidos viejos y desgastados que poseía. Decidió envolverlos en una sábana que había pertenecido a su cama. Luego, se sentó, sosteniendo con cuidado la medalla que colgaba de su cuello, mientras esperaba a la madre Yolanda.
¡Madre, ayúdame a escapar de este lugar! exclamó Sofía en su mente, mientras pensaba en su mamá. Su corazón latía con fuerza y la ansiedad la invadía. Deseaba con todas sus fuerzas que su madre estuviera a su lado en ese momento, dándole la fortaleza que necesitaba para enfrentar la situación en la que se encontraba.
Catalina lanzó algunas piedras hacia la ventana de Sofía, y esta se asomó al instante, ansiosa por saber qué sucedía.
—¡Baja! —exclamó Catalina, haciendo un gesto que le indicaba que saliera por la ventana, como solían hacer en su niñez cuando se aventuraban a descender por el tejado.
Sin pensarlo dos veces, Sofía se asomó más y, con mucha cautela, emprendió el movimiento para salir. Con un pequeño brinco, aterrizó en el suelo con suavidad.
—¡La madre, Yolanda, ya te está esperando! ¡Corre! —dijo Catalina, tomando con fuerza la mano de Sofía y guiándola rápidamente hacia la puerta trasera. Al llegar, se encontraron con varios empleados que la miraban con tristeza en sus rostros, pero deseando que fuera Feliz, pues cada uno de ellos la habían conocido desde muy niña.
Sofía abrazó a cada uno de ellos, quienes le expresaron sus mejores deseos para su viaje.
Vamos, mi niña, sube a la carreta rápidamente y sé muy feliz, dijo Yolanda con lágrimas corriendo por sus mejillas.
Sofía escaló unas escaleras y, casi de inmediato, el hombre comenzó a tirar de la carreta. Mientras tanto, Sofía los observaba con atención, tratando de contener sus emociones y secándose las lágrimas que aún brotaban de sus ojos.