Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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La Trampa del Destino (parte 2)
—Ha... bien, ya me preguntaba cuál era tu nombre —dijo, sonriendo ampliamente, lo cual estremeció al ahora aterrorizado incubus.
Balbin no entendía qué estaba pasando. ¿Cómo era posible que se moviera? ¿Cómo había logrado entender su nombre? ¿Porque?
Cuando aquella fuerte mano humana acomodó ágilmente las piernas de Balbin, este reaccionó al instante. Se había perdido tanto en su propia incertidumbre que no había notado lo que Agustín tramaba. El pánico se apoderó de él al darse cuenta de lo que estaba por suceder. Intentó zafarse, pero Agustín lo agarró del cuello con firmeza y lo empujó de nuevo contra la cama. La presión en su garganta le quitó el aire, y un escalofrío recorrió su cuerpo. El desconcierto lo envolvió, sin saber si estaba perdiendo el control o si algo mucho más peligroso estaba comenzando a suceder.
‘¿Y esta maldita fuerza?’ pensó —¿Y qué crees que haces? —gruñó Balbin con una sonrisa siniestra.
—¿Dímelo tú? ¿Qué esperabas al drogarme?
—Tss. Muévete, humano —se aferró al brazo de Agustín, pero no pudo moverlo. Volvió a sorprenderse—. ‘¿Se rompió mi caparazón? ¡Imposible! ¡¿Entonces?! ¡¿Cómo es posible?!’
—Ja, ha... Bal... tienes que hacerte responsable después de todo —dijo Agustín, mientras sus dedos babeados viajaban hacia aquel orificio y el primer dígito entró con rudeza—. Fuiste quien entró por voluntad propia. El cuerpo del incubus se tensó y se llenó de escalofríos. A pesar de intentar zafarse, Agustín tenía un fuerte e ingenioso agarre.
—Hag...
Mientras Agustín seguía introduciendo dedo tras dedo, Balbin estaba perdido en el extraño sentir.
‘¡¿Este humano cree que le dejaré corromper mi caparazón?! ¿Qué está pasando? Si mi caparazón estuviera roto, este humano no debería tener esta fuerza monstruosa.’ Balbin, sorprendido, observó su muñeca. El brazalete vinculante estaba drenando su energía y enviándola al brazalete del humano.
Balbin parecía haber encontrado el problema de la situación, gracias a Lucifer antes de que todo empeore. Cuando intentó zafarse, aquellos dedos tocaron un espacio escondido perfecto, tensando y curvando la espalda del incubus, haciéndole alcanzar el clímax sin más. Agitado y casi con la mente en blanco por el repentino placer, vio cómo su energía se vaciaba en el brazalete. Para su mala suerte, perdió bastante fuerza.
—Lo hiciste bien, Bal —dijo Agustín, al verlo casi febril y sonrojado. No podía creer lo lujurioso que podía verse un hombre al ser tocado. Se dejó llevar por sus instintos y su boca viajó rápidamente hacia el cuello del incubus para morderlo.
—¡Haaa! —gritó Balbin; aquella mordida dejó un feo moretón.
Agustín solo tenía la intención de asustar a este descarado que, después de drogarlo, había intentado corromperlo. Pero al escuchar un gemido inesperado escaparse de los labios de Balbin, algo cambió en él. Ese sonido despertó en Agustín una excitación incontrolable, un interés que no había sentido antes. Lo que empezó como un impulso de dominación pronto se transformó en una necesidad de verlo más débil, de oírlo repetir su nombre, cada vez con más desesperación. Balbin, sonrojado, con la respiración agitada y una mezcla de rabia y vulnerabilidad en su mirada, se volvía aún más hipnótico, casi imposible de resistir. Agustín estaba fascinado, sintiendo que quería escuchar su nombre salir de esos labios una y otra vez.
La situación se desarrolló de una manera extraña, quizás incluso más allá de lo que ellos mismos hubieran anticipado. Balbin, a pesar de su naturaleza controladora y calculadora, decidió no forzar las cosas esta vez. Sabía que intentar resistirse o retomar el control sería inútil, no cuando un Agustín casi salvaje y desbordante de energía parecía dispuesto a seguir hasta el final sin detenerse. Las fuerzas de Balbin, el experimentado íncubo, comenzaron a agotarse rápidamente. Sentía cómo su energía se drenaba, y su mente, usualmente aguda y alerta, no encontraba claridad ni respuestas ante lo que estaba sucediendo. Su caparazón, la barrera que debía protegerlo y darle estabilidad, respondía cada vez menos, como si estuviera cediendo ante la intensidad del momento.
—Humano, no tienes idea de con quién estás tratando —amenazó Balvin, tratando de mantener una valentía que ya comenzaba a quebrarse en sus ojos—. Te conviene que drenes cada hora de magna —ordenó con la poca resiliencia que le quedaba, intentando convencerse de que aún controlaba la situación. Pero, al final, su voz se quebró, traicionando el miedo y la extraña excitación que comenzaba a invadirlo.
Esa leve fisura en su tono despertó algo en Agustín, quien se detuvo un instante, intrigado, observando el esfuerzo de Balvin por mantenerse estoico.
Agustín sonrió y lo sujetó del cabello, alzando la cabeza. Quizás no entendió del todo aquello, pero parte de la petición era obvia.
—Si con eso vas a gritar mi nombre.
—En tus sueños —respondió Balbin, sintiendo la estocada profunda.
—¡Ah!
El descarado humano se había enterrado hasta el fondo. Agustín sonreía ante el placer de aquellas estrechas paredes y empezó a preguntarse si acaso este desconocido joven era el principio de una feroz adicción.
—Ha, aah, haa.
‘¿Cuántas veces lo hizo? Perdí la noción del tiempo...’
La cabeza del joven estaba empujada desde la nuca hacia la almohada. Con el trasero levantado, se aferraba sin fuerzas a las sábanas. El constante traqueteo y los violentos movimiento se volvían ecos en aquella elegante habitación.
Podía sentir la espalda baja partirse en dos, el dolor punzante en su estómago. El hormigueo de sus extremidades dormidas hacía rato había comenzado a picar, volviéndose incómodo. Estaba sudado, adolorido, babeando y lagrimeando.
Un empuje violento y otra aún más poderoso.
—Hag... nng, amo tus suplicas, pero dime algo, no te guardes las palabras... haa, sé que estás disfrutando—dijo, aferrado a las caderas de Balbin.
—Ha... ha ah, mmm, ha... ter, termina. De una vez —respondió, balbuceando.
—¿Terminar? Haa... Apenas comienzo —dijo Agustín, levantándolo del torso y agarrando el lugar del incubus, quien volvía a sentir esa poderosa corriente eléctrica recorrerle la columna.
Ya no tenía fuerzas; su cuerpo apenas se movía a voluntad. Se aferró a los musculosos brazos de Agustín que lo sostenían.
—No puedes hablar en serio; dices que termine, pero mírate, todavía sigues firme—dijo, masajear al incubus.
—Ha... ha, esta... posición... ha. ¡Humano!
—¿Te gusta, no? —Agustín empezó a empujarse con desenfreno de nuevo.
—Ha... hag, esper... ah, Agustín, espe... ha —rogó, clavando las uñas en los brazos del castaño. Estaba asustado porque esta doble estimulación era demasiado. Sentía literalmente que Agustín iba a romper su caparazón hasta llegar a su cuerpo espectral y hacerle un agujero. Su boca escupió un montón de palabras inentendibles y absurdas. Cuando ambos cuerpos estaban acercándose al clímax del placer, Agustín quiso agregar otro estímulo Y lo mordió en el hombro, haciendo que ambos acabaran juntos.
Durante las interminables horas que siguieron, Balvin se debatió entre la consciencia y el desmayo, cayendo y despertando en un ciclo de tortura constante, atrapado en un laberinto de placer, miedo y dolor. Cada vez que abría los ojos, veía a Agustín, incansable, siempre listo para más. Balvin había subestimado lo que esto significaría, creyendo que su preparación era suficiente, pero ahora, todo lo que había aprendido le estallaba en la cara. ¿Cómo era posible que un simple humano tuviera tanta energía?
Sus pensamientos iban y venían entre el pánico y la confusión. ¿Cómo había llegado a estar en esta situación? Su plan inicial era esperar a que el humano se agotara y luego, con las pocas fuerzas que le quedaran, tomar el brazalete de enlace e irse. Pero Agustín, lejos de rendirse, parecía inquebrantable. Balvin apenas podía sostener el contacto visual antes de que el cansancio lo venciera, llevándolo a un oscuro paraje en su mente, un lugar rodeado de aguas negras y nubes grises, como un reflejo distorsionado de sus propios temores.
Agustín, por su parte, finalmente sintió el peso del agotamiento, aunque aún lleno de una curiosidad insaciable. Observó a Balvin, inconsciente y vulnerable, su expresión atrapada en algún punto entre la paz y la resistencia. Tomó el celular de la mesa de luz y, sin pensarlo, capturó una imagen del incubus. Le dio una última mirada, marcando un número.
—Averigua quién es.
Lanzó el teléfono sobre la cama, volviendo su atención a los labios de Balvin. Sonrió con una mezcla de triunfo y fascinación.