No soy una mujer que siga reglas o estereotipos, odio que pretendan gobernarme.
A mis cuarenta y tres años soy la soltera más feliz que existe, no tuve hijos por elección propia. No consideré que para sentirme mujer debería ser madre.
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¡Esa voz!
Flor Inés Villamizar.
Antes de salir a almorzar, solicito en la recepción, que por favor en el momento en que el fotógrafo llegue, sea enviado a mi oficina. Comparto el edificio con otras prestigiosas marcas, ya que se encuentra ubicado en Manhattan, el corazón glamur y el Jet Se.
Obtener esos dos pisos situados cerca del rascacielos, no fue una tarea sencilla; debido a la excelente posición dentro de la ciudad, muchos estaban tras ellos. Poder contemplar la ciudad desde el piso 80 es un privilegio.
No mentiré, soborné al arquitecto dueño del proyecto, su esposa deseaba un anillo diseñado por mí para los quince años de su hija. Me negué en múltiples ocasiones porque no es mi línea. Sin embargo, ante las nuevas circunstancias, ellos tenían algo que yo deseaba, por lo que solo fue un intercambio. La joya por la información necesaria para ser la mejor oferente en la compra del inmueble.
Mi taller de diseño y orfebrería se encuentran aquí en el edificio. En el piso 79 al igual que el área de marketing y publicidad. En el piso 80 se encuentra una de mis principales bóvedas con piedras preciosas.
En este lugar se llevan a cabo prototipos y pruebas con materiales de imitación.
En el montaje final de los materiales originales y de alta calidad, siempre estoy presente.
La otra bóveda principal está localizada en el sótano de mi mansión, la razón es la seguridad. Cada sitio cuenta con el mejor sistema de alarmas y cámaras. Además de ser monitoreados las 24 horas.
Un diminuto diamante puede valer aproximadamente entre uno o dos millones de dólares.
Soy una mujer bastante desconfiada, y a la vez confiada en este negocio, aprendí que el mejor lugar para mantener un tesoro oculto es a la vista de todos.
Mi negocio no es a gran escala, nunca encontrarán mi marca en un centro comercial o en una joyería.
No negaré que en mis inicios lo hice, pero cada vez adquirían mayor prestigio y los fui haciendo exclusivos. Los usan personalidades de la política, magnates, primeras damas, embajadoras, celebridades y modelos.
Los precios oscilan entre los cuatro millones de dólares mínimo y son de excelente calidad; mi línea se enfoca exclusivamente en mujeres.
Participo en los desfiles de moda de alta costura, no en todos, París evidentemente y New York sin duda.
Donde encuentras personalidades dispuestas a pagar por las piezas de orfebrería tres veces su valor real, cómo el capricho es capricho. Por esta razón, la importancia del lanzamiento de la nueva colección.
Ya están confirmados los invitados y algunas joyas serán subastadas.
Mi cabeza piensa en una cosa y en otra.
–¿Flor, que vas a ordenar? ¡El mesero está esperando que le digas! –exclama Karla, sacándome de mis pensamientos.
–Disculpa, estaba algo distraída. Tráeme por favor el especial del día y un vaso de vodka frío —solicito, él toma la orden y se aleja.
–¿Qué te tiene, tan distraída? –me interroga. Hay veces que realmente envidio la vida de Karla, tranquila, sin tanto ritmo. Obvio que el animal ese no existiría en mi panorama, pero en fin cosas que pasan.
–El fotógrafo, el lanzamiento, los tiempos, las modelos, ¿no crees que tengo bastante? –contesto, ella asiente.
–¿Sabías qué tu ex regreso, a la ciudad? —cuestiona Karla.
–¿Marchello? ¡No sabía que se había mudado! –respondo, sé que no pregunta por él, lo hace por René, mi primer esposo, la persona que más he amado en esta vida, sólo que queríamos cosas diferentes. El hombre que me produjo mi mayor depresión. Me casé con él cuando tenía 24 años, compartimos los mismos ideales para ser exitosos y éramos los mejores en lo que estamos haciendo.
—¿Sabes que no te hablo de él? —contraataca mi amiga. Pensar en él duele, aún. Éramos la pareja del momento. Todo fluía bien, llevábamos tres años juntos; cada vez más reconocidos en lo que cada uno se desempeñaba. El triunfo estaba llegando a nuestras vidas, todo parecía felicidad.
—¡Pues no sé de qué Ex me hablas! —Miento. Recuerdo lo que nos separó. Él pidió algo que no estaba en mis planes… un hijo, no soporto los llantos de los bebés, tener que cambiar pañales. Que la vida de alguien más dependa de mis acciones, ¡No es lo mío! Sí, me ofreció varias alternativas, entre ellas: que él se ocuparía del pequeño, contratar una nana, o adoptar. Pero me parece más cruel traer al mundo un hijo o tenerlo, para ser criado por otra persona. Así que mi respuesta fue un rotundo ¡No!
—Te hablo del hombre, que más has amado – dice ella.
—¿De mi padre? —digo tratando de desviar su atención. La relación con René se vino abajo, solicité el divorcio. Él me pidió innumerables veces que lo pensara, sin embargo, ya tenía una decisión tomada, así que firmé los papeles y Salí del lugar. Al llegar a casa reaccioné ante lo que hice, pero ya era demasiado tarde. Mi esposo se marchó ese mismo día, tomó sus pertenencias y se las llevó; también cambió de ciudad, colocó tierra de por medio. Lloré durante seis meses, me sentía vacía, mi carrera ya no era importante. Quise buscarlo y pedirle una nueva oportunidad, pero no existían huellas de mi amor, era como si la tierra se lo hubiese tragado. 5 años después me enteré de que se casó nuevamente, que tenía una niña y era feliz.
–No te hablo de tu padre, te… –comienza a hablar, pero la interrumpo, le señalo con mis manos sobre mis labios que calle. No quiero saber nada, ya ha pasado muchísimo tiempo, él tiene su vida, yo tengo la mía. Cada uno obtuvimos lo que deseábamos.
–¿Qué tal si en vez de hablar de cosas sin sentido lo hacemos de tu puesto, o ya te arrepentiste? –la cuestiono. Ella se pone nerviosa y empieza a jugar con sus manos, demostrándome que otra vez, se echó para atrás. –¡No digas nada, que ya entendí que no tienes el más mínimo interés en cambiar tu vida! –trata de excusarse, pero no me interesa, así que comemos en silencio total.
Me dirijo nuevamente a mi oficina, posiblemente ya esté el fotógrafo esperando, del cual no pregunté el nombre, Dios, ¿Será qué los cuarenta me llegaron con la estupidez y la pérdida de memoria? Que paso muchas cosas por alto. Antes de ingresar a mi oficina, saludo Amalia, mi secretaria, una mujer de 37, años, muy centrada.
–Buenas tardes, Amalia, ¿Tenemos alguna novedad? —le pregunto.
–Sí, ya llego el fotógrafo —me informa, señalándome con su boca el lugar donde se encuentra. Antes de girar escucho.
–¡Hola! ¿Flor o señora Villamizar?.. —¡Esa voz! Que hace más de 16 años no la escuchaba. Siento mis piernas temblar y mi cuerpo se ha petrificado.