"Me cruce por su camino una vez... Solo una vez. ¿Suerte, casualidad o destino?. No lo sé. Pero desde que eso ocurrió conocí al hombre que cambio mí vida..."
Renzo Leone (27 años) es un poderoso mafioso de Grecia: Inteligente, despiadado, sin corazón y frío asesino, todo eso se oculta detrás su fachada de ángel hermoso. No dudo el matar a sus enemigos con sus manos. Inmensamente temido en el mundo de la mafia y aún peor que no portaba debilidades por dónde atacar, logro poner su apellido por encima de todo el mundo tanto así que cualquiera temblaba la oírlo.
Melina Brown (20 años) una dulce joven introvertida de EE.UU que vive bajo la maldad de su mamá, quien la odia por ser hija de una infidelidad de su parte hacia su marido. Con la culpabilidad de haber arruinado la vida y el matrimonio de su madre, jamás presto atención al hecho que estaba siendo vigilada sino hasta muy tarde. Su verdadero padre hará su aparición cuando intenta rehacer su vida.
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3. PELIGRO
MELINA
¡OTRA VEZ TARDE, MALDICIÓN!.
Corro por la avenida para llegar a mí trabajo. Todo me tiene que pasar a mí, primero: se me encoge el uniforme en la lavandería, segundo: sonó la alarma de incendios porque dejé la tostadora encendida, y tercero: el autobús no llegaba jamás.
¿Cómo es que siempre me pasan estas cosas?.
–. ¡LAMENTO LA TARDANZA, SEÑOR KIGMAN! –digo agitada.
El señor Kigman, lo detesto, es el peor jefe del mundo. Es un hombre gordo, calvo que le mira el trasero a todas sus empleadas.
–. De nuevo, Melina –me dice–. ¿Que paso está vez? ¿Un dinosaurio piso el autobús?.
–. No está tan lejos de la verdad –me río.
Parece que no le causo nada de gracia debido a su cara de... De... Mejor me callo.
–. ¿Donde está tu uniforme? –me pregunta–. ¿Por qué no lo trajiste?.
–. Hubo un problema en la lavandería –le digo–. Usaron un jabón equivocado y se encogió.
–. ¡Otra excusa más! –exclama–. Ya me tienes arto, Melina.
–. Ya le dije lo que ha pasado –lo miro–. Si quiere constatar mí historia tengo evidencia.
–. ¡No me vengas con tu temita de abogacía! –niega–. Bueno, ya que no tienes uniforme, hoy tendrás otro trabajo. Sígueme.
Empieza a caminar hacia la parte de atrás, entramos a dónde guardamos los uniforme y saca del perchero el uniforme de oso.
–. Hoy ocuparas el lugar de Santino –me sonríe–. Saldrás afuera con el disfraz de oso.
–. Pero... ¿Que pasará con Santino? –pregunto.
–. Está enfermo y no vendrá hoy –me da el disfraz–. Ahora ve a vestirte.
Me sonríe y se va.
Maldito viejo gordo, con razón su esposa lo abandono. Suspiro y me visto, es enorme este disfraz, salgo a la calle con los volantes.
Camino por la vereda aunque esto no me deja hacerlo, es tan pesado. ¿Cómo hace Santino para caminar con esto?.
–. ¡Maldición!... –exclamo–. Aquí hace mucho calor.
Me paro por la senda peatonal dispuesta a cruzar, ya está en rojo así que puedo. Mientras camino para llegar al otro lado escucho el frenado de un auto, pero no para a tiempo y me veo volando unos metros.
–. ¡Ay jesús! –digo una vez en el piso.
Escucho la puerta del auto abrirse y unos pasos acercarse.
–. Perdoname –dijo una voz ronca y masculina–. Te habías cruzado en verde, amigo. ¿Te encuentras bien?.
Me extendió su mano para ayudarme, la mire por unos segundos y luego acepte su ayuda. Al tomar su mano una fue como si una corriente eléctrica me recorriera de pies a cabeza. .
De un fuerte tirón me levanto, miro nuestras manos y se rió. Me miró y se rió.
–. Es una mano muy pequeña para ser de hombre, amigo –se ríe.
Me reí a lo bajito y luego me quite la cabeza del oso de encima. Le sonríe.
–. No sé preocupe –le dije con tranquilidad–. El traje de oso amortiguó mí caída... –mire sus ojos azules–. Y si, soy mujer.
Nos quedamos mirando fijamente, tiene ojos muy azules, demasiado.
–. Perdón –se disculpo de nuevo–. ¿Se encuentra bien?.
–. Si, estoy bien –le sonreí–. Lamento haber interrumpido su camino.
–. No pasa nada –me dijo su ronca voz.
Me dio una sonrisa y luego extendió su mano hacia mí.
–. Renzo Leone –se presento.
Mire su mano nerviosa, los hombres y yo no tenemos buena relación. Aún así este hombre me inspira confianza. Acepto su saludo estrechando su mano, otra vez esa corriente por mí cuerpo.
–. Melina Brown –le digo mí nombre–. Es un placer pero debo volver al trabajo –le extiendo un volante–. Juguetería Bozz, que tenga buen día, señor Renzo Leone.
Así continúe mí camino, me gire una vez más y me miraba. Seguí con mí día normal recordando esos ojos azules y esa sonrisa.
Dejo de volar a ver mí casa. Está maldita casa... Desde que mí mamá se volvió a casar mí vida es una tortura, este hombre es un enfermo, un psicópata drogadicto y borracho, a veces trae a sus amigos en esas noches me encierro en el cuarto de mí hermana de quince años.
Al entrar hay algo muy extraño, un ambiente extraño, el olor a marihuana impregna mí nariz. Entonces escucho un gritó:
–. ¡NO, DÉJAME! –grita Flor
–. ¡FLORENCIA! –grito e intento subir.
Empiezo a subir las escaleras pero una mano detiene mí camino. Me giro sobre mí... Marcus, mí padrastro.
–. Te quedas aquí –me ordena–. Es la única forma de pagar...
–. ¡VETE A LA MIERDA, HIJO DE PUTA! –le gritó.
Pegándole una patada en la entrepierna, me suelta y subo corriendo las escaleras.
–. ¡FLORENCIA! –grito–. ¡HERMANA!.
–. ¡MILENA! –grita en auxilio–. ¡AYUDAME!.
Llego a su puerta pero está cerrada, intento abrirla con desesperación. Golpeó la puerta con fuerza para abrirla.
Bajo corriendo y tomo el martillo de la cocina.
–. ¡NO TE METAS! –dice Marcus–. Es mí hija.
–. ¡CÁLLATE HIJO DE PUTA! –le digo.
Subo de nuevo y golpeó la cerradura de la habitación de Flor con fuerza. Logro abrirla, cuando entro veo un hombre semi desnudo sobre mí hermana que tiene la mejilla roja por un golpe.
Con la ira subiendo sobre mí le doy un martillazo en la espalda al hombre que se levanta gritando de dolor.
–. ¡HIJA DE PUTA! –grita y me mira–. ¿¡QUE CREES QUE HACES!?.
–. ¡Largo de aquí! –le digo–. Vete y no vuelvas.
–. ¡MELINA! –Marcus me toma del brazo–. Deja de hacer estás estupideces.
–. Esto no es lo que me prometiste, Marcus –dice el hombre–. Pero ahora quiero hacer un cambio –me mira–. Esta es muy hermosa...
–. ¡NO, MARCUS! –grita.
Nos giramos hacia mí madre que está en la puerta, tiene los ojos rojos... Seguro se estaba drogando en la habitación.
–. Tu maldita hija me golpeó con un martillo –le reclamo el hombre–. Ahora pagara por eso.
–. No, con ella no... –dice mareada.
No espero más, me acerco a mí hermana y la levanto. Me la voy llevando por la puerta.
–. ¿¡Donde crees que vas!? –pregunta Marcus–. ¡No te vas a ir y mucho menos te vas a llevar a mí hija!.
–. ¡LEJOS DE USTEDES, MALDITOS DROGADICTOS DE MIERDA! –les gritó.
Tomo mí abrigo y se lo pongo a Flor. Sin esperar, rápidamente, salimos de la casa y subimos a un taxi.
Le doy la dirección de mí amiga Kate. Llegamos a un complejo de apartamentos en mal estado pero es el único lugar donde podemos quedarnos.
–. ¿Melina? –pregunta y mira a mí hermana–. ¿Que está pasando? ¡Por Dios, su mejilla!.
–. Lamento haber llegado así –digo–. ¿Podemos quedarnos contigo?.
–. Claro, entren –dice.
Tiene varios enemigos