Conoce a Morgan, deja que te envuelva en su historia y siente cada una de sus emociones como si fuera tuya.
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Capitulo: 20
MORGAN.
Abro lentamente mis ojos. Siento dolor en todo el cuerpo. Me duelen los ojos y los siento pesados. Dios, ¿por qué me está pasando esto a mí?
Llevo semanas con el maldito de Dante y con Raquel. A decir verdad, Raquel me cae bien; me ha defendido de Dante más de una vez.
—Hola, linda. ¿Cómo te encuentras? —pregunta Raquel, entrando en la habitación.
—¿Cómo te encontrarías tú si fueras una moneda de cambio para intercambiarte por la mafia de tu padre, de la cual no tenías ni la más remota idea?
—Buen punto. Fue una pregunta estúpida —dice Raquel, con una sonrisa de disculpa.
—No estúpida, pendeja.
—Oye, qué ovarios te cargas, linda. Eso te traerá muchos problemas.
—¿Más de los que ya tengo? No importa. Ya me da igual —le digo, con la voz llena de resentimiento.
La reto con la mirada, y ella me la sostiene. No la baja ni parpadea. Pero ambas apartamos la vista al escuchar el sonido de las balas golpeando el concreto de la pared.
—¿Dante? ¿Qué está pasando? —pregunta Raquel por su radio.
—Vinieron por la niñita, ¿qué crees que está pasando, estúpida? Desátala y llévala al sótano —ordena Dante.
Raquel obedece y me desata, pero mis manos siguen atadas. Comienza a jalarme fuera de la habitación y a un largo pasillo. Al salir, nos encontramos con unas enormes escaleras que, supongo, dan al primer piso de la mansión. Al llegar al final de las escaleras, ella está a punto de abrir una puerta que se encuentra a nuestra derecha cuando, de pronto, Connor le apunta con una pistola directamente a la cabeza.
—Hola, Raquel. Te voy a pedir amablemente que sueltes a mi novia —dice Connor.
Un disparo al aire me sobresalta. Cuando busco al culpable, me doy cuenta de que es Caleb.
—No es tu jodida novia. Ahora, Raquel, en algo estoy de acuerdo con Connor. Suelta a mi chica —le ordena.
—¿Tu chica? —pregunto, con sarcasmo.
Cuando estoy a punto de burlarme de Caleb, el sonido de un arma me detiene.
Es Samantha, que me apunta a la cabeza.
—Queridos hijitos, bajen sus armas —dice, con una sonrisa maliciosa.
—Samantha, no te quiero herir. Baja el arma —gruñe Caleb entre dientes.
Pero ella no lo escucha. Presiona el arma en mi sien. De pronto, sin verlo venir,
Connor le dispara en la pierna a Raquel.
Ella cae al suelo, gritando. Entonces, Caleb y Connor apuntan sus armas a Samantha.
—¿Por qué se arriesgan por esta basura? —pregunta Samantha, burlándose.
—Aquí la única basura eres tú —ataja Caleb, dando unos pasos.
Ella dispara su arma, dándole a Caleb en el estómago. Connor dispara a Samantha. Su cuerpo cae con un golpe sordo, y todo mi cuerpo comienza a temblar.
—¡CALEB! —grito, asustada.
—Estoy bien, nena. Connor, desátale las manos.
Niego rápidamente.
—Que te revise. Yo puedo esperar.
En eso, unos hombres armados entran en la casa, apuntando a todos lados. Por instinto, doy un paso atrás.
—Tranquila, Morgan. Son hombres nuestros —me dice Caleb.
—Todo está despejado, señores. Al parecer, el señor Dante y la señora Raquel escaparon —dice uno de ellos.
Cuando dice eso, Caleb, Connor y yo volteamos a ver. Efectivamente, Raquel ya no está.
—Vayamos a casa —dice Caleb, con voz cansada.
Uno de sus hombres lo saca de la casa y lo lleva a una Hummer negra. Cuando me dispongo a salir, un chico de la edad de Caleb se me acerca.
—Hola, señorita Morgan. Si me permite, ¿puedo cortar la soga de sus manos?
—Oh, claro, muchas gracias —le digo cuando las sogas por fin liberan mis manos.
CONNOR.
Carajo, todo esto es un caos. Para empezar, desatamos una guerra con Dante y Raquel. El papá de Morgan nos odia por haber matado a Samantha, y mi papá, al enterarse de que Samantha estaba muerta, nos declaró la guerra y dijo que no pararía hasta matarnos.
Y Caleb, bueno, él está como un estúpido adolescente enamorado.
—¡Caleb! ¡Caleb! ¡CALEB! —le grito.
—¡Qué latoso eres! —responde, sin voltear a verme.
—¿Qué vamos a hacer? —le pregunto, con frustración.
—¿Hacer de qué?
—Sabes bien que ahora tenemos no uno, ni dos, sino tres enemigos, ¿verdad?
—¡Eso ya lo sé! ¡¿Y qué?!
—¡¿Y qué?! Diablos, me voy. Contigo no se puede hablar. Pareces un estúpido adolescente enamorado. Estás jodido, hermano.
Y sin más, me dirijo a la puerta principal y la cierro con un fuerte golpe. Me subo a mi coche y me dirijo a un bar. Necesito despejar mi mente, y más ahora que nuestras vidas están en peligro.
No sé qué pasará, pero de algo estoy seguro: ni ellos van a retroceder, ni nosotros nos vamos a rendir. Esta guerra apenas comienza, y solo habrá un ganador.