Brenda Sanches es una mujer de 29 años que después de descubrir a su enamorado con quien pensaba ser madre decidí irse y hacerse madre mediante inseminación artificial lo que no sabe que el donante no es humano por error a ella le llegó su donación y el reclamara a sus hijos que pasara entre ellos ? estarán juntos por amor oh llegarán a un acuerdo por sus hijos ven a leer esta historia facinante
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capitulo 19
Una vida nueva
Narradora: Brenda
Ya pasó un mes desde que Alexa está dormida. Según Jame, el beta de Santiago, se está recuperando... solo necesita tiempo. Pero ya no puedo evitar preocuparme. ¿Y si nunca despierta?
Hoy, mientras caminaba por la casa con mi panza de siete meses, noté que la puerta de su habitación estaba entreabierta. Miré hacia ambos lados, asegurándome de que nadie me viera, y entré.
Allí estaba ella, acostada, pálida pero viva. Su respiración era tan débil que apenas podía notarse. Me acerqué sin pensar, a pesar de que me advirtieron que no debía hacerlo. Pero algo me llamó la atención: en su hombro izquierdo… había algo oscuro, como una mancha, una especie de sello extraño.
Sentí a mi bebé moverse de repente. Llevé la mano al vientre, pero en cuanto me acerqué más a Alexa… dejó de moverse. Me alarmé. Me alejé de inmediato y respiré hondo, pero antes de irme, Alexa murmuró entre sueños:
—Camila… ven aquí… él es malo…
Me quedé helada. ¿Quién era Camila? ¿Y a quién llamaba “malo”? Quise preguntarle, pero volvió al silencio profundo. Salí en silencio justo cuando Jame aparecía al final del pasillo.
—Mi luna, ¿qué haces aquí arriba? Podrías lastimarte —dijo, frunciendo el ceño al ver la puerta entreabierta.
—Tranquilo, Jame. Solo caminaba por la casa —mentí—. Quédate tranquilo, no entré ahí.
Él me miró un momento, desconfiado, pero luego sonrió.
—Yo también me preocupo. Quiero que despierte, pero sigue siendo peligroso acercarse.
—Lo sé… solo la vi de lejos. Esa marca… se ve grande. ¿Creés que podrá vencerla?
—Lo hará —afirmó con seguridad—. Ella es fuerte. No te preocupes, te avisaré cuando despierte.
Entró en la habitación y yo bajé como pude. Mi panza se sentía extraña… demasiado rígida. Toqué mi vientre otra vez. Nada. No se movía. Me alarmé y fui a buscar a Santiago, pero no lo encontraba por ningún lado.
Fui a la cocina, y allí había un hombre mayor.
—¿Quién eres? —preguntó con voz firme.
—Lo siento… soy la pareja de Santiago. Lo estoy buscando —le respondí, pero en ese momento sentí un dolor punzante en el abdomen. Me encorvé, sujetándome la panza rígida, y sentí algo tibio bajar por mi pierna.
—Mi… mi bebé… me duele… —alcancé a decir.
Él corrió hacia mí justo cuando mi visión se volvía borrosa. Todo se volvió oscuro.
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No sé cuánto tiempo pasó.
Desperté en una habitación blanca. Lo primero que hice fue tocarme la panza. Seguía allí, pero más baja, con un corte. Tenía sangre en la sábana. Entré en pánico.
—¿Dónde está mi bebé?
Intenté incorporarme, pero el dolor me obligó a volver a recostarme. Poco después, Santiago entró. Me miró, sonrió… pero yo solo pude preguntarle con miedo en la voz:
—¿Amor… y mi bebé? ¿Qué le pasó? ¿Le hice algo malo?
Santiago se acercó y me abrazó con fuerza.
—Tranquila, amor. Está bien. Solo rompiste fuente antes de tiempo.
—¿Entonces… no la lastimé? —susurré, sintiendo un alivio inmenso.
—No, mi vida. No hiciste nada mal. Simplemente… vino al mundo un poco antes.
Suspiré, agotada y emocionada.
—Uff… antes de que pasara todo, fui a ver a Alexa. Sé que no debía, pero necesitaba verla. Me acerqué y, cuando lo hice, sentí que nuestra hija dejaba de moverse. Me asusté tanto… y luego sentí dolor, líquido… ¡aún faltaban dos meses!
Santiago sonrió con dulzura.
—Lo sé. Un embarazo normal dura nueve meses, pero recordá que nuestra cachorra no es común. Ella sintió que era momento de venir. Tuvimos que hacer una cesárea. Es grande, fuerte… y hermosa. Ya vas a verla.
En ese momento, el hombre mayor entró con una sonrisa orgullosa. En sus brazos traía un pequeño bulto envuelto en una manta rosa.
—Es hermosa —dijo—. Mi nieta será muy consentida. Hiciste un buen trabajo junto a mi hijo.
Me apoyó con cuidado a la bebé en los brazos. Al verla, se me llenaron los ojos de lágrimas. Su piel era blanca como la leche, sus ojos verdes oscuros brillaban como esmeraldas… como los de Santiago. Era perfecta.
Comenzó a llorar suavemente, buscando mi pecho. La ayudé y al sentir su succión, una ola de amor y paz me envolvió.
Santiago, emocionado, nos miró como si estuviéramos hechas de luz.
—¿Viste, amor? Es hermosa… y sana. No le hiciste nada malo.
Después de amamantarla, él la tomó en brazos con reverencia y la dejó en la pequeña cuna a nuestro lado.
—Tiene razón mi padre… hicimos un buen trabajo —dijo, riendo con dulzura.
—Sí, amor… ella tiene lo mejor de los dos —respondí, agotada pero feliz.
Entonces recordé algo y le pregunté:
—¿Amor… hubo más ataques después de lo de Alexa?
Su rostro se tensó. Miró a su padre, como si se hablaran sin palabras.
—Sí —dijo finalmente—. Pero no logramos atraparlo. Por ahora, estás a salvo. Nada les pasará ni a vos ni a nuestra hija.
—Ojalá sea así… Ella es inocente y tiene toda una vida por delante.
—Y nada ni nadie va a quitársela —afirmó con firmeza, antes de besarme la frente.
—Voy a creer en vos… —murmuré, cerrando los ojos—. Necesito descansar…
Y me dormí con la imagen de mi hija en la cuna, respirando suavemente… viva.