— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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Me disculpo por mi atrevimiento
— Madeleine Viraly, ¿aceptas al Duque Frederick Carter como tu legítimo esposo, prometiendo amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe? — inquirió el emperador a Madeleine.
— Sí, acepto. Desde el momento en que te vi, supe que eras la pieza que faltaba en mi vida. Te entrego este anillo como símbolo de mi fidelidad y amor hacia ti. Te tomo a ti, Frederick Carter, como mi esposo y compañero de vida, y prometo amarte y acompañarte mientras la vida me lo permita — respondió Madeleine, colocando la alianza en el dedo del duque.
— Duque Frederick Cárter, ¿aceptas a Madeline Vitaly como tu legítima esposa, prometiendo amarla y respetarla, en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separe? — inquirió el emperador al duque.
—Sí, acepto. No considero ser digno de tenerte a mi lado, pero si la vida me ha brindado la oportunidad de que llegues a mí, prometo amarte y respetarte. Te entrego este anillo como símbolo de mi protección y lealtad. Te tomo a ti, Madeleine Vitaly, como mi esposa, mi duquesa y la madre de mis hijos. Prometo serte fiel y cuidarte incluso si la vida no me permite permanecer a tu lado — declaró el duque, mientras colocaba la alianza en el dedo de Madeleine
— Por el poder que me confiere el pueblo, los declaro marido y mujer; el duque puede besar a su esposa — proclamó el emperador, quien había omitido algunos pasos en la ceremonia por petición del patriarca de la familia Vitaly. Estefano deseaba evitar cualquier situación embarazosa para su hija.
El duque Carter, con cautela, levantó el velo que cubría el rostro de Madeleine. Con delicadeza, tomó su rostro y unió sus labios en un suave beso, el cual se intensificó a medida que ambos se acercaban un poco más el uno al otro.
— Ejem, ejem — el carraspeo del emperador provocó que ambos se separaran.
— Me disculpo por mi atrevimiento; no era mi intención incomodarla — comentó el duque, visiblemente avergonzado.
— No se preocupe, la interacción era necesaria — respondió Madeleine, entrelazando su brazo con el del duque, con el propósito de calmar su acelerado corazón.
— ¿Dónde se encuentran los niños? —inquirió Madeleine, desviando la temática de la conversación.
— Han optado por acompañar a mi madre durante unos días, con el fin de brindarnos algo de privacidad; tal es la tradición y ellos han decidido adherirse a ella. — Sus hijos ya habían preparado sus maletas un día antes de la ceremonia nupcial.
— Tan pronto como asuma el cargo de duquesa, enviaremos a buscarlos, ya que no es conveniente que permanezcan alejados de su hogar por tanto tiempo —manifestó Madeleine con un tono de inquietud.
Con la unión ya establecida, la situación sería mucho más tensa. Madeleine era consciente de la obsesión de Antonieta por su ahora esposo, por lo cual debía mantener protegidos a los niños, quienes serían el primer blanco de esa mujer.
—Será como desees —respondió el duque con serenidad, ocultando sus emociones. Él contemplaba la posibilidad de considerar las palabras de su madre y conocer a su joven esposa; sin embargo, la joven parecía carecer del más mínimo interés en él.
