aveces el amor no es lo uno espera
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Capítulo 19 – El final de la sombra
Desde la noche del ataque, todo cambió en el pueblo. Ya no era solo un rumor, una historia a medias. Era real. El miedo tenía nombre y rostro. Y ese rostro rondaba entre los árboles, acechando.
La policía local, liderada por el comisario Vargas, instaló un pequeño puesto en las afueras del vivero. Patrullaban día y noche. Luna fue entrevistada varias veces, con delicadeza pero sin omitir detalles. Tomás declaró también. Mostraron pruebas, lesiones, el cuchillo. El pueblo, que siempre había sido discreto, ahora estaba alerta.
Doña Mirta armó un grupo vecinal. Se turnaban para vigilar. Los chicos del bar de Diego ofrecieron cámaras. Hasta el cura del pueblo se acercó a bendecir la entrada de la casa donde vivían Luna y Tomás.
—No estás sola —le dijo Mirta abrazándola fuerte—. No otra vez.
Pero la calma era tensa. Artificial. Como si todos respiraran más bajo, esperando el rugido.
**
Patrick no se había ido. Nunca se iba del todo. Dormía en las cuevas cercanas, robaba comida de los gallineros, espiaba. En su mente enferma, Luna seguía siendo suya. Solo suya. Y ahora se la habían robado.
La noche que decidió actuar, todo el pueblo estaba distraído por una fiesta comunitaria. Luna no había querido asistir. Se sentía vulnerable. Tomás se quedó con ella.
—Solo hoy —le dijo él acariciándole el cabello—. Mañana iremos a visitar a tu hermana. Nos vamos lejos por unos días.
—¿Y si vuelve? —preguntó ella con los ojos húmedos.
—No va a volver. Y si lo hace, esta vez no tiene salida.
Pero sí volvió.
**
La oscuridad se tragó la luz de la cocina cuando Patrick cortó los cables eléctricos. Tomás lo supo de inmediato.
—¡Luna, al cuarto, ahora! —gritó, tomando el bate de béisbol que guardaban bajo la mesa.
Luna corrió, pero no llegó.
La silueta de Patrick se abalanzó sobre ella desde la puerta trasera, con una violencia animal. La golpeó contra la pared y ella cayó al suelo, sangrando de la cabeza.
—¡No! —gritó Tomás, lanzándose sobre él.
La lucha fue brutal. Esta vez Patrick no tenía límites. No era un hombre. Era una bestia desesperada. Con una navaja oxidada le dio un corte profundo a Tomás en el costado. Tomás cayó de rodillas, gimiendo.
Patrick se giró hacia Luna.
—¡Vamos, carajo! ¡Nos vamos ya! ¡Te guste o no! Golpeando su cabeza una y otra vez contra la pared hasta que cayó al piso.
Ella sangraba, mareada, pero se arrastró hacia la cocina, buscando algo, lo que fuera. Encontró un cuchillo pequeño, temblando lo sostuvo, pero él se lo arrebató y le dio un empujón brutal.
_Luna,Luna que mal que estás pero no te preocupes te corregí una vez puedo hacerlo de nuevo, ya verás mí amor volverás a ser mí Lunita.
La puerta de entrada se abrió de golpe. El comisario Vargas entró, seguido de dos agentes.
—¡ALTO AHÍ! ¡SOLTALA, HIJO DE PUTA!
Patrick gritó, como un animal acorralado, y sujetó a Luna por el cuello, poniéndole la navaja en la garganta.
—¡DÉJENME SALIR! ¡ME LA LLEVO O LA MATO!
Tomás, desde el suelo, intentaba levantarse. Gritaba el nombre de Luna, impotente. Ella lo miró. Y en ese segundo, sus ojos se entendieron. Ya no iba a dejarse llevar. No otra Debía pelear.
—¡Apuntale! —gritó Vargas.
Patrick giró para buscar una salida.
Y entonces, Luna lo mordió. Con toda la fuerza que le quedaba. Gritó. Él soltó su brazo por un instante.
Un disparo.
Un segundo disparo.
Y Patrick cayó de rodillas. Se tambaleó. Y se desplomó.
Todo quedó en silencio. Solo se oían las respiraciones agitadas. El sonido del cuchillo al chocar contra el suelo. Y luego, los sollozos.
**
Luna fue llevada al hospital. Tomás también. Él estuvo al borde de una transfusión. Ella, con una conmoción leve y puntos en la cabeza.
El pueblo entero se movilizó. Doña Mirta lloraba afuera de la sala. Los policías que dispararon quedaron conmocionados. Patrick murió en el acto.
El comisario fue claro:
—Fue defensa legítima. No había otra salida. Salvamos una vida. Quizás dos.
**
Días después, Luna despertó con Tomás a su lado. Vendado. Pálido. Pero vivo.
—¿Estás...? —balbuceó ella.
—Todavía acá —dijo él, forzando una sonrisa.
—¿Y él?
—Ya no va a lastimarte más.
Ella no dijo nada. Cerró los ojos y respiró hondo. Una lágrima rodó por su mejilla. Esta vez no era de miedo.
Era alivio.
**
El funeral de Patrick no fue público. Nadie reclamó su cuerpo. La policía local cerró el caso. El pueblo volvió lentamente a respirar.
Pero Luna y Tomás sabían que había cosas que no se borraban tan fácil. Las heridas sanaban. Pero las cicatrices… esas eran otra historia.
—No somos víctimas —le dijo Tomás una noche, mientras miraban las estrellas—. Somos sobrevivientes.
—Y guerreros —agregó ella, tomando su mano.
Por primera vez, Luna sintió que la historia no terminaba en una pesadilla. Sino que, quizás… finalmente, comenzaba una vida nueva.
Una de verdad.