Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 20
La tarde caía lentamente sobre la mansión De Santi. Las nubes densas seguían suspendidas en el cielo, como si el clima supiera que algo grave había sucedido. Todo parecía más silencioso de lo habitual. Más denso. Hasta los pasos de los guardias eran más rápidos, más tensos, como si todos supieran que una tormenta se había desatado en otra parte, aunque sus ecos ya comenzaban a golpear las paredes del lugar.
Pia estaba en su habitación, sentada en el pequeño sofá junto a la ventana. Tenía entre las manos una taza de té humeante, una de las pocas cosas que solía aceptar con tranquilidad desde su llegada a esa casa. La infusión era suave, con aroma a manzanilla, y por unos breves segundos, le ofrecía una falsa sensación de paz.
La habitación estaba en penumbras. Pia no había querido encender las luces. Prefería esa semioscuridad que le permitía observar el cielo sin ser parte del mundo. Las cortinas estaban entreabiertas, y el viento frío que se filtraba le erizaba los brazos. Pero ella no se movía.
Ni siquiera había notado que desde hacía un rato, los pasos en los pasillos eran más agitados de lo habitual.
Hasta que sucedió.
Un golpe seco en la puerta.
Luego, sin esperar respuesta, la puerta se abrió de par en par.
—¡Señorita Pia!
Era Elena, el ama de llaves. Su rostro estaba completamente desencajado, los ojos bien abiertos, el cabello recogido a las apuradas, y su respiración entrecortada.
Pia se giró, sobresaltada.
—¿Qué pasa?
Elena avanzó hacia ella, aún sin aliento. Llevaba un pequeño delantal blanco sobre su uniforme gris, y las manos le temblaban.
—Es… es el señor Leonardo —dijo al fin, casi en un susurro, como si no quisiera que la noticia tocara las paredes.
Pia se incorporó lentamente, aún con la taza en la mano.
—¿Qué pasó con él?
—Fue atacado… emboscado por los Mancini —dijo Elena, y al decirlo, le tembló la voz—. Recibió un disparo. Lo llevaron al hospital… no sabemos en qué estado está.
Pia no reaccionó de inmediato.
Solo la miró.
Por un segundo, pareció no entender lo que había escuchado. Como si la información no tuviera sentido. Como si no encajara con lo que esperaba.
Y entonces ocurrió.
La taza de té, que hasta ese momento sostenía con ambas manos, resbaló de sus dedos. Cayó al suelo con un golpe seco, y se hizo añicos contra las baldosas. El sonido del vidrio quebrándose rompió el silencio del cuarto con violencia.
Elena se sobresaltó.
Pia no se movió. Seguía mirando hacia adelante, con los ojos clavados en la nada.
—¿Un disparo…? —repitió en voz baja, como si necesitara decirlo en voz alta para creerlo—. ¿Leonardo?
Elena asintió, visiblemente afectada.
—Dicen que fue en el pecho… que perdió mucha sangre. Francesco lo llevó al hospital… no se sabe si…
—¿Si va a vivir? —interrumpió Pia, en un hilo de voz.
El ama de llaves bajó la mirada.
Pia sintió que el aire le faltaba de golpe. Se llevó una mano al estómago, como si una presión invisible le apretara las entrañas.
Y por primera vez, desde que había puesto un pie en esa mansión, sintió algo completamente diferente a la rabia o el miedo.
Preocupación.
Genuina. Brutal. Inesperada.
La imagen de Leonardo se le vino a la mente con fuerza. Su mirada fría. Su voz firme. Su forma de caminar por los pasillos como si el mundo le perteneciera. Su manera cruel de controlar todo… y también, sus gestos recientes, esos intentos torpes de ser alguien distinto.
Recordó también el día que lo enfrentó en la biblioteca. El día en que él no le respondió con gritos, sino con un silencio extraño, como si no supiera cómo defenderse.
Y pensó en Vittorio. En todo lo que había perdido.
Pero incluso así… el nombre de Leonardo seguía sonando fuerte en su cabeza.
—¿Dónde está ahora? —preguntó, dando un paso hacia Elena.
—En la clínica privada del clan. Francesco está con él. El médico no dio noticias aún. Lo están operando.
Pia sintió cómo el corazón le golpeaba el pecho. Tenía las piernas flojas. El frío que antes la acariciaba ahora le mordía la piel.
—¿Está solo?
—No lo sé, señorita… hay gente del clan, pero no sé si alguien de su familia…
—No importa —la interrumpió Pia—. Quiero que me mantengan informada. Segundo a segundo.
Elena la miró con cierta sorpresa. No había esperado esa reacción. Pia siempre se mostraba dura, contenida, con una barrera infranqueable. Pero ahora, frente a la posibilidad de perder a Leonardo, algo en su rostro se había roto. No eran lágrimas todavía, pero era algo más profundo.
—Claro, señorita —dijo Elena con suavidad—. Voy a estar atenta. Le prometo que si sé algo, se lo digo enseguida.
Pia asintió.
Elena miró al suelo, donde los restos de la taza seguían esparcidos. Se agachó para comenzar a recogerlos.
Pia no dijo nada. Caminó hacia la ventana. Apoyó una mano en el vidrio y cerró los ojos.
El silencio se hizo denso otra vez.
Pero ahora, era distinto.
Había dolor. Había miedo. Y por primera vez… había una grieta en su corazón.
Una grieta que llevaba el nombre de Leonardo De Santi.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos