Aunque Dolía, Me Quedé

La sensación de pérdida me golpeó con una fuerza abrumadora cuando me di cuenta de que mis audífonos habían desaparecido. La clase continuaba su rutina habitual, pero para mí, todo había cambiado en un instante. Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de dónde podrían estar, mientras una ola de frustración comenzaba a subir por mi garganta. Algunos compañeros, al notar mi desesperación, se ofrecieron a ayudarme a buscarlos, mientras que otros simplemente seguían con su día como si nada hubiera ocurrido.

Joel y Fernanda estaban entre esos últimos. No se molestaron en interrumpir sus conversaciones ni apartar la mirada de sus pantallas para prestar atención a lo que estaba sucediendo. Era como si mi angustia fuera irrelevante para ellos. Fue solo cuando la situación se volvió más seria, cuando la profesora entró al aula y pidió que todos ayudaran, que Joel decidió unirse a la búsqueda, pero de manera forzada, como si estuviera obligado y no porque realmente le importara.

La profesora me pidió que escribiera una carta relatando lo sucedido. Con cada palabra que plasmaba en el papel, mi enojo y decepción se intensificaban. Cuando finalmente la profesora leyó la carta en voz alta, sentí como si mi mundo entero se encogiera. Todos me miraban, juzgando cada palabra. Pero lo peor vino después, cuando Joel tomó lo que dije y lo usó en mi contra. Le dijo a los demás que yo había insinuado que nadie me quería ayudar, lo cual, en su opinión, era una exageración. Eso encendió la ira de varios de mis compañeros, quienes ya estaban molestos conmigo por otras razones. De repente, pasé de ser la víctima del robo a ser el blanco de su enojo y burlas.

Me sentí traicionado. En lugar de apoyarme, Joel se puso del lado de los demás, como si quisiera asegurarse de no quedar mal con ellos. La impotencia se mezcló con el dolor y el resentimiento. Me había quedado completamente solo.

El recuerdo de mi cumpleaños olvidado aún me quemaba. Aquel día, esperaba al menos un mensaje de él, algo que demostrara que le importaba, pero no llegó nada. Y lo que vino después solo empeoró todo . Escuché rumores de que alguien le había dicho a Joel que yo había hablado mal de él con Johnny. Yo sabía que no era cierto, pero lo que realmente me destrozó fue que él lo creyera sin siquiera preguntarme.

El enojo me consumió. Pasé más de un mes sin hablarle, ignorándolo por completo. Pero al final, la situación se volvió insostenible y tuve que confrontarlo.

—¿Qué carajos te pasa conmigo? —le solté cuando finalmente tuvimos la oportunidad de hablar a solas.

Joel me miró con expresión vacía, como si no entendiera mi rabia.

—Me dijeron que hablaste mal de mí —respondió con calma.

—¿Y tú solo lo creíste? ¿Sin siquiera preguntarme? —le dije, sintiendo cómo la furia hervía en mi interior.

—No sé qué quieres que te diga —murmuró, evadiendo mi mirada.

Eso fue la gota que derramó el vaso. Sentí que nada de lo que dijera cambiaría la situación. La discusión terminó en un arreglo forzado, sin resolución real.

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Hubo un tiempo en el que sentí que tenía el control, que podía seguir adelante sin él. Lo bloqueé de Instagram y evité cualquier contacto. Pero, como siempre, la vida encontraba la manera de volver a cruzarnos.

En un paseo escolar, los profesores nos dieron cartas de nuestros padres. Mientras todos leían sus mensajes con sonrisas y lágrimas, Joel vino hacia mí. Yo lo vi venir, pero decidí ignorarlo. Me giré, haciendo ademán de irme, pero él me tomó del brazo y me abrazó. Fue un abrazo largo, de esos que parecen detener el tiempo. Cuando nos separamos, nuestros ojos se encontraron en una mirada intensa. No había enojo ni frialdad, solo algo que no podía descifrar.

Pero ese momento no cambió nada. La distancia entre nosotros seguía presente, invisible pero real.

La verdadera revelación llegó cuando finalmente acepté que nunca sería suficiente para él.

Nunca me compró una merienda, a pesar de que yo lo hacía por él. Nunca me contó sus problemas más profundos; yo tenía que enterarme por otros. Nunca me abrazó en público como lo hacía con sus amigas. Nunca me defendió cuando los demás se burlaban de mí. Nunca me dio mi lugar en su vida, ni se preocupó por hacerme sentir que importaba.

Las veces que me mostré vulnerable, él miró hacia otro lado. Cuando necesite su apoyo, lo encontré dándoselo a personas que ni siquiera parecían apreciarlo.

El amor, la amistad, el cariño, todo lo que le di con sinceridad, nunca fue suficiente para que él hiciera lo mismo por mí.

Y en ese momento, comprendí la verdad que había evitado por tanto tiempo: yo había estado luchando solo en esta relación. Y lo más doloroso era saber que, sin importar lo que hiciera, nunca podría cambiar eso.