La ciudad despierta alarmada y aterrada con un horrendo triple crimen y Fiorella descubre, con espanto, que es una mujer lobo, pensándose, entonces en un ser cruel y sanguinario, lo que la sume en desesperación y pavor. Empieza, por ende, su agonía, imaginándose una alimaña maligna y quizás la única de su especie en el mundo. Fiorella es acosada por la policía y cazadores de lobos que intentan dar con ella, iniciándose toda de suerte de peripecias, con muchas dosis de acción y suspenso. Ella se enamora, perdidamente, de un humano, un periodista que tiene la misión de su canal de noticias en dar con la mujer lobo, sin imaginar que es la muchacha a quien ama, también, con locura y vehemencia. Fiorella ya había tenido anteriores decepciones con otros hombres, debido a que es una fiera y no puede controlar la furia que lleva adentro, provocándoles graves heridas. Con la aparición de otras mujeres lobo, Fiorella intentará salvar su vida caótica llena de peligros y no solo evadir a los cazadores sino evitar ser asesinada. Romance, acción, peligros, suspenso y mucha intriga se suceden en esta apasionante novela, "Mujer lobo" que acaparará la atención de los lectores. Una novela audaz, intrépida, muy real, donde se conjuga, amor, mucho romance, decepción, miedo, asesinatos, crímenes y mafias para que el lector se mantenga en vilo de principio a fin, sin perder detalle alguno.
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Capítulo 20
Ese sábado, por la tarde, me dispuse, al fin, hacer una tarea que tenía de Semiotecnia de caninos y felinos y que venía postergando desde hacía varios días, cuando timbró, de repente, mi móvil. Era un número desconocido.
-¿Aló?-, me extrañé.
-No puedo hablar más fuerte, Fiorella, no sé dónde estoy, tengo miedo y estoy herida, me duelen los pies y me siento muy débil-, dijo una mujer apenitas, sollozando, raspando la garganta. Me aterré.
-¿Quién demonios eres? ¿Por qué me llamas? ¿Cómo me conoces?-, estaba yo sobresaltada.
-Copié tu número del móvil de Anthony, ay, es una historia complicada, necesito que me ayudes, me siento muy débil-, insistió la mujer. No podía reconocer su voz y no sabía quién era ella.
-¿Quién eres?-, arrugué mi nariz desconcertada.
-Viviana-
Mis pelos se erizaron y mi corazón empezó a rebotar frenético en el pecho. Tragué saliva y creo sonaron como cañonazos, resbalando por mi garganta. Estaba boquiabierta, con los ojos desorbitados y empalidecida, completamente pasmada.
-Todos creen que estás muerta-, estaba yo absorbida en la duda.
-Tienes que venir a ayudarme-, suplicó ella.
-¿Dónde estás?-, pregunté.
-Activa la señal de tu móvil, yo tendré encendido el mío, por favor, ven, ayúdame-, dijo y colgó.
Al rato fulguraba una luz en mi celular. No supe qué hacer. estaba espantada en realidad. Podría ser una trampa. Pensé en Weston. También en Dembrovshi. Llamé, entonces a Anthony, pero contestó una mujer.
-Ya no es su móvil, no sé dónde estará ese sujeto-, me dijo cortante y colgó.
Rayos. Me puse mis leggins marrón, zapatillas tenis, una blusa y me hice una cola con mi pelo. Puse en mi morral un chuchillo y un fierro. Metí mis documentos en el calzón, subí a mi scooter y salí de prisa siguiendo la señal del móvil.
Ni sabía a lo que enfrentaba ni lo que estaba ocurriendo. Estaba asustada y mi corazón no dejaba de patear mi pecho tan o más frenético como estaba yo sin saber qué iba encontrar.
La señal me llevó por unos parajes desolados, hacia unas casuchas destartaladas, no muy lejos de la universidad, por donde estaban las huacas y los descampados, allí por los matorrales cadavéricos. Dejé mi scooter escondido entre unos arbustos que sobrevivían al olvido y lo cubrí con cartones que habían tirados por todos sitios. Fui a gatas por un camino sinuoso de muchas piedras y rocas grandes, cuando me salió ladrando un perro grande, encrespado y colérico.
Me asusté y por instinto, arrugué mi boca y la nariz y me salió un gruñido muy gutural, propio de un lobo. El perro de repente bajó las orejas, metió la cola entre sus piernas y huyó despavorido. Yo respiraba con dificultad porque mi corazón no dejaba de rebotar como pelota dentro de mi busto.
Más allá, en un corralón habían gallinas y pollos picoteando en el terral. Cuando pasé por allí se pusieron a saltar, cacarear, chillar y batir las alas espantadas. Eso me dio más temor.
La señal me llevó hasta una casucha de palos y cartones. Olía horrible y vi una rata corriendo entre las tablas tumbadas. -¿Viviana?-, pregunté.
Allí había un portón mal clavado y roto. De mi morral saqué el cuchillo y lo apunté hacia la entradas. Con mi hombro empujé la puerta y en la oscuridad la vi a ella. Lloraba tumbada en una esquina, tota maltrecha, hecha un ovillo, acurrucada como una criatura desvalida.
-¿Viviana?-, yo estaba petrificada, sin reacción, completamente turbada.
-Sálvame, sálvame-, me pidió ella. Estaba cadavérica, desnutrida y apenas podía moverse, aunque la veía bien cuidada, con sus pelos intactos, la carita limpia y las manos impecables. En su cuello si había una herida grande, como la de un mordisco. Intenté alzarla pero ella estaba demasiado famélica. Vi el móvil con el que me llamó y lo metí en mi morral. Luego saqué cargada a Viviana cuando una sombra me tapó la salida.
-¡Perra!-
Era Anthony. Y tenía un gran tronco en las manos.
Me fui de espaldas y rodé con Viviana. Ella se golpeó muy feo la cabeza, ¡crack! sonó cuando se estrelló su cabecita en el suelo. Yo quedé desparramada, sin atinar a defender y cuando Anthony iba a reventarme el cráneo con el enorme tronco, ¡¡¡pum!!! un balazo atronó el infinito y remeció la casucha de palos. Un certero disparo le trapazó, justo al medio de los ojos y el proyectil fue a estrellarse a un rincón de la casucha. Anthony cayó encima mío igual a un bloque de cemento, aplastándome.
Al empinarme con mucha dificultad vi a lo lejos a Ludovic Dembrovshi. Estaba cargando de nuevo la pistola.
¡¡¡Truenos, truenos, truenos!!! empecé a maldecir. Cargué como pude a Viviana y salí por un forado que había detrás de la casucha. La llevé a rastras y justo una motoneta se detuvo, atraída por el estallido del balazo. El joven parpadeaba asombrado. -¿Qué pasó, señorita?-, me ayudó a sostener a Viviana.
-¡¡¡Al hospital, urgente!!!-, grité y la motoneta arrancó a toda prisa. Atrás quedó Ludovic Dembrovshi mirando la polvareda con la misma desidia e indiferencia de siempre, desde que lo vi por primera vez.