EL DUCADO DEL SOL ISABELLA

Gritos sónicos se escuchaban por todas partes, un lamento fantasmal que se clavaba en los oídos y hacía temblar las almas de los caballeros.

Las banshees estaban enojadas, una furia etérea y sin forma que se manifestaba en los aullidos y los murmullos vengativos.

La situación se estaba complicando. Los lamentos melancólicos de las ninfas oscuras solo tenían un objetivo: llamar a más de las suyas.

El duque sabía que su visita no les había agradado y que el bosque de Efron, una entidad con vida propia, no le perdonaría su profanación.

Erik, en medio del caos, volvió a montar su caballo. Su bestia, Dior, aunque entrenada para la batalla, estaba inquieta, sus ojos, cubiertos por una tela, denotaban el miedo.

Erik, con una calma sorprendente, susurró en el oído de su caballo, palabras inaudibles para los demás, y el animal, como si comprendiera, se calmó de inmediato.

La presa para las ninfas había cambiado. Ahora, se aglomeraban alrededor de los caballeros para derribar a quien había destruido a muchas de las suyas hace unos años.

Los caballeros, aunque conmovidos por el ataque sobrenatural, no tenían tiempo para el miedo. No era momento de acobardarse. Sobre sus caballos, tomaron posición de defensa, concentrándose en agudizar su oído para ubicar a sus oponentes. Las ninfas, como fantasmas, se movían a una velocidad imposible para la vista humana, y solo el sonido de sus lamentos y el aleteo de sus alas daban una pista de su ubicación.

En medio del estruendo, la ninfa que en un principio reconoció la espada, vociferó a gran voz, su voz un eco de metal retorcido: "¡MORIRÁS, HOMBRE DE LA ESPADA GANDAL!"

El duque, en medio del aleteo de las ninfas que se mostraban como espectros en el cielo, dio una orden a voz en grito: "¡Continuad el camino y atravesad todo lo que vuele!"

Mientras emprendían a galope, las ninfas comenzaron su ataque de frente, una legión de seres etéreos que se lanzaban contra el duque. Erik, con su espada, las cortaba una a una, y al ser tocadas, desaparecían como polvo.

El escuadrón que presenciaba la majestuosidad de las banshees podía reconocer sus figuras. Algunas eran cadavéricas, con cabellos abundantes y largos de color naranja, rojizo, marrón negro o blanco, pero solo una de ellas poseía el cabello plateado y era quien gobernaba sobre ellas, la más poderosa de todas.

Las banshees volaban y se escondían en los árboles, esperando el momento justo para atacar.

Aunque la hora del amanecer se acercaba, el denso bosque y la niebla no permitirían que los rayos del sol se asomaran.

Las ninfas, en un acto de desesperación, decidieron atacar todas juntas. Habían visto cómo aquel hombre acababa con cada una de ellas sin contemplación.

La batalla se prolongó durante horas. El duque, en un momento, dio la orden de parar a la tropa. Su rostro estaba distorsionado por la ira. Se lanzó desde su caballo hacia una de las ninfas, atrapándola en el aire para acorralarla contra el suelo. Era tanta la fuerza que ejercía que la alimaña se revolvía con gritos ahogados.

Este acto de ira paró el ataque de las ninfas oscuras que percibieron su furia. Únicamente a distancia, mostraban sus colmillos mostruosos, agitadas en el cielo y con las garras extendidas, listas para atacar.

El Barón Joel no comprendía el enojo de su señor y por qué había decidido parar la tropa. No era una buena señal; podían aglomerarse más ninfas. "Mi señor, ¿qué ha pasado? No es bueno quedarnos en un solo sitio," preguntó.

Erik tomó su espada y atravesó a la ninfa que tenía atrapada en sus manos. Se levantó de nuevo sobre sus pies y le habló al barón: "Estas alimañas no nos dejarán en paz a menos que mueran... Prepárense para la batalla. Este será un pequeño calentamiento."

El duque se dirigió hacia los espectros y le habló a la ninfa mayor, la de cabello plateado: "¡Decidme, maldito espectro... de dónde sacasteis ese collar!"

La ninfa, en respuesta, comenzó a rodear al duque en los cielos con gritos y risas estridentes. "¡MORIRÁS IGUAL QUE SU DUEÑA! JAJAJAJAJA... MORIRÁS... ¡ABSORBEREMOS TU ALMA, JAJAJA!"

Los caballeros, con sus ojos vendados, no podían entender qué sucedía y a qué collar se refería el duque.

El escuadrón, que era espectador de lo que ocurría, no podía comprender de qué diablos estaba hablando y a cuál collar se refería el duque; ellos no podían ver ninguno, pero al parecer la ninfa había comprendido las palabras de Erik.

El duque levantó su mano y voz, dando la orden al ataque. Los caballeros, con voz sonora, indicaron su lucha y ataque a las ninfas. Una por una fueron destruyendo.

Erik no tuvo compasión y buscó llegar a quien dominaba el grupo, pero esta, al verse acorralada, decidió retirarse. Erik tomó el arco de uno de sus hombres, apuntó rápidamente hacia la ninfa, a quien derribó de los cielos. Cayó al suelo, revolviéndose de dolor. Esto llevó a parar el ataque y convirtió a todos en espectadores de lo que se avecinaba.

Erik se acercó, colocando su pie sobre su pecho. Tomó el collar de su cuello y preguntó por última vez: "¿De dónde lo sacasteis?"

La ninfa, riéndose con la poca voz que le quedaba, le dijo: "No traicionamos nuestra lucha." Erik la observó por un momento y le dijo: "¿Acaso no sabéis que al perder vuestra divinidad os convertís en una traidora?" Seguido, Erik la atravesó con su espada, volviéndola polvo. Las ninfas que observaban solo se agitaron en los cielos y desaparecieron junto con la niebla.

El duque tomó el medallón y lo apretó con sus manos, dando un fuerte grito a los cielos.

Sus hombres no comprendían qué había sucedido entre los espectros y el duque. Ángelo se acercó al Barón Joel y le dijo en voz baja: "Decidme qué diablos está pasando y por qué mi señor habló de un maldito collar con esa maldita bruja. ¿Por qué se siente frustrado? ¿Acaso no ganamos a esos miserables espectros?"

"Ángelo, una pregunta a la vez, además, no tengo respuestas a vuestras preguntas, yo tampoco sé qué ha sucedido en este encuentro. Es mejor no importunar a mi señor," respondió el Barón Joel.

Otro de los caballeros del escuadrón, Máximo, se bajó de su caballo y se acercó al duque. "Mi señor, creo que debemos aprovechar y salir lo antes posible. El príncipe todavía no reacciona, al parecer todavía el hechizo no ha desaparecido. A este paso, podría ser consumido," dijo.

Erik calmó sus ánimos. Caminó hacia su caballo y tomó su bota de cuero, arrojándosela a Máximo. "Dad de beber esto, hará que detenga las ilusiones y recobre la conciencia." Miró hacia sus caballeros y ordenó: "Podéis quitaros las vendas de vuestros ojos, las banshees no volverán por un buen rato... buscarán reorganizarse para volver... Debemos aprovechar el tiempo abonado... ¡Andando!"

Erik se dirigió a su caballo y lo montó. Máximo rápidamente abrió la bota de cuero y, con ayuda de Ángelo, le dio de beber al príncipe, dejándolo nuevamente acostado en el lomo de su caballo. Los caballeros emprendieron el galope, ahora con mayor seguridad, ya que su visión no estaba obstaculizada.

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