Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#20
Una gota de sudor recorrió la frente de Guido Vitale, aunque tuvo que disimular una sonrisa: esa chica sí que tenía agallas para hablarle a Renzo de aquella manera.
—Te miro porque se me da la gana —respondió Renzo, reacio. Los ojos violeta de Anne le erizaron la piel, pero él siempre tenía que ser más que los demás.
Anne frunció el entrecejo y dejó de mirarlo, molesta.
“Que soberbio… Y mandón. Es un Idiota”, pensó Anne, deseando profundamente librarse de ese tipo.
Renzo notó que Guido reclinó la cabeza en el asiento y resopló apretando los labios. Conocía ese gesto en su asistente: lo hacía cada vez que, en el fondo, se avergonzaba de alguna de sus contestaciones. Si no fuera porque estaba en el asiento trasero junto a Anne, Renzo le habría golpeado la cabeza.
—Víctor, arranca —ordenó el jefe mafioso a su chofer. El hombre encendió el motor y el carro comenzó a moverse.
Anne clavó los ojos en el espejo retrovisor de la puerta del acompañante. El reflejo le devolvía la imagen de los Hill alejándose, moviendo las manos en un saludo. Su padre se mantenía serio a diferencia de su esposa, quien se empeñaba por dramatizar, aparentando desconsuelo.
“Ridícula. Vaya actriz…”, observó Anne, apretando los puños y clavando los ojos en esa imagen.
Antes de partir, Anne hubiera deseado enfrentar a esa mujer y decirle que lo sabía todo: sobre la droga que le había puesto a su botella para arruinarle la vida, sobre sus intentos por ganar terreno dentro de Marino S.A… Por culpa de Leticia Dubois, esa serpiente que había hipnotizado a su padre, había crecido en medio del desamor y la hipocresía.
“Debo ser paciente”, pensó Anne, resuelta. “Tengo que escaparme, sobrevivir, y cuando sea el momento oportuno, me las cobraré una a una…”
Inconscientemente, Anne giró la cabeza y se quedó viendo a Renzo, quien dirigía la vista hacia el frente.
“Vaya, es realmente atractivo…”, pensó la joven, sintiendo que, sin querer, la sangre comenzaba a subirle, “Si no fuera porque me metí en problemas con él, o porque es un mafioso que da miedo, o el hecho de que es bastante arrogante…”
Anne miraba fijamente a Renzo, recorriendo su perfecta nariz, sus labios carnosos y su mentón rasurado. El suave perfume amaderado de ese hombre invadía dulcemente su nariz…Si no fuera por todas las cosas que pensaba de él, si se hubieran conocido apenas hoy, de verdad habría deseado que la invitara a salir.
—Y ahora ¿tú que me ves? — inquirió Renzo, haciendo que Anne despierte de sus reflexiones hormonales.
Renzo la miró, ladeando la cabeza, curvando la boca de manera burlona. Anne, nerviosa, dijo lo primero que le vino a la mente:
—¿Por qué no puedo mirarte? Tu hiciste lo mismo hace un rato…
Renzo la miró serio, abriendo sus ojos, descolocado; ninguna mujer le había hablado así antes. Del otro lado, Guido rogaba al cielo que el jefe no perdiera la paciencia pues, definitivamente, no deseaba ver sangre durante un fin de semana que, se suponía, era de descanso.
Para su fortuna, Renzo no dijo ni hizo nada. Solo se quedó en silencio viendo a Anne para luego ignorarla y clavar los ojos en su ventanilla, molesto, mientras la joven, tratando de mantener la dignidad a pesar de haberse puesto roja, también se sumergía en su propia ventana.
Guido suspiro por lo bajo, aliviado.
Habían ingresado ya a la carretera Puebla rumbo al aeropuerto donde los esperaría el helicóptero privado de los Mancini, que los llevaría a la Finca “La Veduta”. Esto puso en alerta a Anne, que esperaba ansiosa la aparición del primer descanso, alimentando sus esperanzas desesperadas.
Sin embargo, algo en ella despertaba un miedo irracional. Era una pregunta que le había carcomido el corazón desde ayer: de verdad, ¿Justin estaría allí?
Se había aferrado a esa esperanza como pudo. Pero no podía evitar sentir ese miedo.
Pasaron unos minutos y la primera área de descanso se hizo visible ante los ojos de Anne. Ésta se acercaba cada vez más, acelerando la tensión en su pecho.
Anne dudó un momento. Sin embargo, tomó valor y habló:
—Por favor, necesito que paremos. Quisiera ir al toilette.
Renzo la miró de soslayo y dijo:
—¿Por eso es que estas tan nerviosa?
“Mierda… A este tipo no se le escapa nada…”, pensó Anne, siendo consciente que no debía despertar sospechas.
—Si —respondió ella — Tengo que… Bueno, ya sabes —inventó.
—Pff…—Renzo alzó una ceja y se dirigió al chofer — Detente en ese descanso.
El Bugatti fue aminorando la marcha y se metió al primer estacionamiento. Anne bajó del carro y se dirigió a las instalaciones, que eran bastante grandes, con techos a dos aguas y columnas de adoquines. Ingresó por una de las puertas, surcó un buffet y se metió en el baño de mujeres.
—Anne, debes hacerlo — se dijo a sí misma frente al espejo. Estaba sola ahí dentro y se oía en el aire la música suave que salía de un parlante de la parte del buffet.
Decidida, salió del toilette y miró hacia ambos lados. Sus ojos se detuvieron por un segundo en la cola del Bugatti que apenas se visualizaba por la entrada vidriada; seguía en su lugar, esperándola.
No había nadie. Era el momento; debía escapar por la otra entrada que se hallaba al atravesar el buffet, del lado contrario por donde había entrado. Al salir, debería encontrarse con otro estacionamiento y con el auto azul de Justin aguardándola.
Sin más, se dirigió con prisa a la otra puerta y salió. Su espíritu tembló al descubrir el estacionamiento completamente vacío.
Justin le había mentido. Una parte de ella gritó, triunfante: “¡Te lo dije, Anne! Seguramente se ha confabulado con Charleen para burlarse de ti.”
Miró hacia atrás. Aún no había sido descubierta. Cerró los ojos y trató de poner su mente en claro.
“No hay vuelta atrás. No puedo volver con ese tipo…”
Y, sin pensarlo demasiado, Anne se echó a correr.
Cruzó el segundo estacionamiento, atravesó un predio con árboles y salió del otro lado de la carretera. Sentía frío, pues no llevaba ningún abrigo, y los zapatos comenzaban a lastimarle los pies.
—¿Qué demonios hago ahora? — se preguntó, mirando desesperada hacia todas partes, temiendo que la siguieran.
Los autos avanzaban por la carretera. En un momento, Anne recordó la escena de una película, donde una muchacha mostraba las piernas para que algún coche parara y le diera un aventón. Entonces, por ridículo que le sonara, decidió hacer lo mismo.
Se aproximó al borde de la carretera y se levantó la falda, revelando sus muslos pálidos y carnosos. Un Land Rover gris picó el anzuelo y se acercó hacia donde estaba Anne. El joven que lo conducía sonreía, pero al descubrir el rostro de la chica, le gritó desencantado:
—¿Bromeas?¡¿Qué diablos te ha ocurrido en la cara?!
El Land Rover siguió de largo y Anne, por primera vez, se odió a sí misma por insistir en usar anteojos y no mejorar su maquillaje…
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