Tristán Firefly, es un esclavo que fue vendido a sus tres años de edad, siendo tratado de una forma cruel e inhumana. A sus ocho años continúa con esa vida, su único sueño es tener una familia propia con su pareja destinada, pidiendo una señal a su Dios. Encontrándose con ella un día después, pero tienen que separarse. Gracias a ello, vuelve a su vida normal, su amo casi lo mata y lo tira al bosque quitando toda evidencia para no ser acusado de asesinato. Todos los creen muerto ahora y con eso logra ser libre para hacer su nueva vida como quiera.
¿Logrará encontrarse de nuevo con Shahiem y ser felices juntos?
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Nuevas mascotas
No podía hacer nada más que irse de ese lugar, tenía la esperanza hecha pedazos. Comenzó a llover mientras seguían en la mansión, pero no podía quedarse ahí. Tristán pensó que gracias a la lluvia se cancelaría todo, aunque para su sorpresa, ella siguió caminando a la puerta, abriéndola y comenzando a salir. No entendía lo que pasaba o por qué tenía que llevarla a ese sitio, si bien estaba cerca del pueblo, solo tenían que caminar unos quince minutos. Continuaba arrastrando su cuerpo, un hombre salió de la puerta de la cocina, tenía una capucha café con la que taparse, su cabello era rojo, combinaba bien con su piel blanca con pecas y sus ojos verdes. Parecía que estaba por irse a su casa, pero se detuvo al verlos en la lluvia.
-¿Tristán?.- dijo una voz de un chico que parecía tener menos de quince años.- ¿A dónde van así?
-El amo me mandó a llevar a su sobrina hasta la cabaña.- dijo cansado.
-No pues tienes suerte, mi familia vive casi por ahí, nos queda cerca.-dijo mientras cargaba a los dos hasta una carreta con un burro delante.- Yo los llevo, el amo no se enterará de esta ayuda, lo prometo.
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Había sido muy amable al llevarlos, pero se les hacía innecesario llevarlos con su familia. Todos eran iguales a él, de cabello rojo, pecas y ojos verdes. Los recibieron con los brazos abiertos, incluso les compartieron de su comida, su casa era de cartón con láminas. Por lo que dedujeron que esa comida era demasiado, no tenían muchos recursos para todos, eran los padres y sus catorce hijos. No iban a aceptar nada, pero insistían todos con la excusa de que eran invitados. El padre del joven parecía muy contento por tener visitas en su casa, aunque sabía que no se quedarían por mucho tiempo. Tristán no rechazó nada de la comida y agua, tenía tanta hambre que comía como desesperado, obviamente todos sabían que de verdad no había comido en días. Sintieron por primera vez que tenían una de las mejores vidas, no volvería a quejarse un miembro de esa casa otra vez por sus vidas.
-¡Tristán!, come bien y despacio, no como un animal salvaje.- dijo Shahiem mientras limpiaba la cara y manos de Tristán.
— Pero muero de hambre.- Reclamó mientras estiraba su mano para tomar un pan.
Shahiem le dio un manazo antes de que lo tomara. La pequeña les dio las gracias y se despidió, mientras que Tristán lloraba y hacía berrinche por regresar a la comida. Pero era inútil intentarlo, ya estaba afuera en cuanto miró a su alrededor.
-¡¿Por qué lo hiciste?!, ¡ahí había mucha comida!.- dijo mientras salían luciérnagas de su espalda para curarse.
Ella no respondió y vio como se paraba y se iba corriendo hacia el bosque. No pudo seguirle el paso, estaba lloviendo a cántaros todavía, pensó que en su forma de dragón podría intentar volar o trepar por los árboles. No reflexionó en quien le vería, mientras encontrara a Tristán. Se transformó rápidamente, intentó volar pero sin éxito alguno. La única opción era trepar.
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Ágata seguía en el bosque en busca del ser de luz, estaba a punto de salir cuando escuchó a alguien corriendo, pero se sorprendió al ver que era Tristán, había luciérnagas en él, aún con esa lluvia tan fuerte. Los troncos de los árboles estaban resbalosos, no podría subirse a uno para no ser descubierta. Tenía que seguir debajo de sus raíces, dónde se metía el agua junto con el lodo, no le gustaba estar ahí. Ya habían pasado muchas serpientes venenosas en ese lugar, con la intención de quedarse y morder al intruso, que para su mala suerte era ella. Tristán se fue hasta la cabaña de David, tal vez era un nuevo castigo para el pequeño pensó. Pudo oír una rama caer del árbol en dónde estaba, también una criatura llorar del dolor de la caída. Fuera lo que fuera, estaba arriba del árbol, lo sabía por qué se había escuchado él y no la rama cuando calló al pasto. No tardó mucho en sentir un hormigueo en su espalda, sintió escalofríos, tomó una ramita lentamente, no se podía dar el lujo de moverse completamente, corría el peligro de que la mordiera esa cosa. De repente trepó su espalda unas garras que parecían ser de un gatito bebé. Pudo oír un ronroneo, volteó para verle, si era un gato que parecía tener menos de un mes, salió para buscar otros, había un costal amarrado y roto por esos pequeños. Todos estaban maullando por ayuda, ella no tenía el corazón para dejarlos ahí, el ser de luz podía esperar. Tomó sus cosas y se llevó a sus nuevas mascotas, hizo un portal a su habitación, no podría caminar hasta la mansión con esos bebés peludos. Su abuela cerró la puerta para que nadie viera el portal, pero cuando entró su nieta y cerró su portal, no sabía si enojarse o reírse y disfrutar de lo que había traído. Ella comenzó a mostrarle todos los gatos que había encontrado en la lluvia, ya les había puesto un nombre a cada uno.
-No me digas, no encontraste al ser ...¿verdad?.- dijo su abuela mientras miraba cómo su nieta secaba a los gatos antes que a ella misma.
- Pásame la leche que tengo en la botella de vidrio por favor...
-Y no me escuchas que es lo peor...
Tuvo que pasarle la leche, luego le pidió un guante y una aguja caliente. Les había hecho un biberón para los seis gatos con la botella al revés y el guante atado para convertirlo en la tapa y el biberón.
- Voy a considerar lo de tener hijos o no.
