Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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Doblegada
Kiam maldijo para sus adentros. La vista de Eleanor rota y vulnerable, pero aún desafiante, había provocado una reacción inesperada en él. No era placer lo que buscaba, era doblegarla, y sabía que la violencia física era insuficiente. Con una rabia contenida, acercó la boca del cañón de su pistola a los labios temblorosos de Eleanor.
—Abre —ordenó con una voz que era a la vez un gruñido y una súplica.
—¿Qué?
—Chúpalo. Vamos. Dije que te pondría en tu lugar —Él no esperó su consentimiento. Empujó la pistola al interior de su boca.
Ella, aun reacia a recibir sus órdenes, comenzó a succionar el frío hierro con empeño, haciendo pequeñas arcadas cuando la profundidad era excesiva. Se sentía fría y salada, con un regusto a aceite. El llanto comenzaba a cesar, aunque sus lágrimas seguían rodando por sus mejillas. Kiam no la estaba obligando físicamente; sus movimientos eran voluntarios. Era su cabeza la que se movía hacia adelante y hacia atrás, era ella la que provocaba las arcadas.
Él solo la observaba complaciente. Eleanor levantó la mirada, sus ojos todavía húmedos, y la expresión que vio en el rostro de Kiam era indescriptible e indescifrable. Sus ojos estaban perdidos en los de ella, intentando mirar más allá de su alma. Su rostro ligeramente sonrojado, los labios entreabiertos, parecían suplicar en silencio por más.
El corazón de Eleanor latía con una fuerza atronadora. Quizás era miedo, quizás era adrenalina, quizás era una nueva y aterradora sensación que no podía nombrar. El sentimiento la asustaba, pues nunca antes había sentido algo así: la mezcla de humillación absoluta y una extraña conexión con su torturador.
Pero tan pronto como la tensión alcanzó su punto máximo, Kiam apartó la pistola y soltó sus brazos de pronto, como si hubiera tocado fuego. Se levantó del sofá, respirando con dificultad, y se distanció, dirigiéndose al balcón de la habitación, dándole la espalda.
—Vete —Eleanor arrugó la cara, confundida, la adrenalina aún corriendo por sus venas—Antes de que me arrepienta, vete —repitió Kiam, su voz tensa.
Ella se levantó, atemorizada y algo desorientada. Se acercó a la puerta, quitó el seguro, caminó por un pasillo y bajó unas escaleras hasta llegar a lo que parecía una sala de estar principal.
Una señora de limpieza, empleada fija de la casa y vestida con un uniforme impecable, se acercó a ella con aire maternal.
—¿Planea irse así?
—¿Así como?
—Bueno. Está lloviendo fuerte y usted lleva tan elegante pero descubierto vestido... que va a sentir frío apenas pise fuera. Y tampoco es bueno que se vaya descalza.
Eleanor la miró de arriba abajo, desconfiada de la inusual amabilidad.
—Tu señor me ha ordenado que me vaya de inmediato.
—Al menos acepte un poco de ropa adecuada para este clima. No se mueva de aquí. Vuelvo enseguida.
La chica se observó los pies un momento, pensando en las palabras de la mujer, y notó que las plantas no estaban sucias. La mujer regresó con unos zapatos cómodos y cerrados y un abrigo grueso. Eleanor lo recibió, pero se negó a que se lo pusiera.
—Gracias —expresó torpemente, algo avergonzada de que observara su rostro rojo e hinchado por el llanto. —Una pregunta. ¿Dónde estamos?
—Pues. En la casa del Señor, por supuesto. La trajo aquí desmayada y pidió que la lleváramos a su habitación —Elle se quedó pensando, asimilando que su mayor enemigo había sido su supuesto protector.
—¿Qué hora es? —la mujer giró su rostro hacia un reloj de pared.
—Tres y veinticinco de la mañana.
Eleanor suspiró pesadamente. Había pasado más de una hora de la hora de encuentro con Julian. Con un movimiento de cabeza, se despidió y salió al gran patio principal de aquella mansión. En el portón del estacionamiento aguardaban dos hombres que mantenían la seguridad de la casa. Ella pasó entre ellos sin decir nada y salió corriendo, con el grueso abrigo en los brazos, en dirección a Sodoma y Gomorra, su único refugio.
Kiam la observaba alejarse desde el balcón de su habitación, con el rostro serio y ligeramente sonrojado. Su complejo de inferioridad competía con su obsesión. Llamaron a su puerta y él concedió el acceso.
—La cena está lista, señor Kiam.
—Muy bien. Enseguida voy.
—Entonces me retiro.
—Espera —la detuvo, dudando si hablar o no. —¿No hizo preguntas? —se refería a Eleanor.
—Preguntó la hora y dónde estaba.
—¿Y tú qué le has dicho?
—Que esta era su casa...
—¿No indagó sobre el abrigo? —la mujer negó.
—Tampoco le dije que usted había preparado la vestimenta para ella, como me ordenó.
—Sí, de eso estaba seguro. Ella jamás se pondría algo que yo preparase para ella. Bien. Puedes irte —y con eso, se fue.
Por otra parte, Julian estaba como loco buscándola luego de que no llegara a la hora acordada. Temía lo peor.
Poco tiempo después de que Dorian llamara a sus contactos para llevarse al hombre herido que atacó a Eleanor, Dorian retornó al club como si nada hubiese pasado. Iba preocupado, y Julian se dio cuenta de esto. Sin remordimientos, lo interceptó.
—¡Hey! ¡Dorian! —Julian lo agarró del brazo.
—¿Hmm? ¿Qué pasa? Ah, tú eres el voyerista. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Dónde está Eleanor?
—¿Por qué quieres saberlo? Ella no tiene nada que ver contigo.
—Por supuesto que sí. Soy su guardaespaldas.
—¿Así que ahora eres su guardaespaldas, luego de que ella peleó por años para que dejaran de vigilarla...? No sé dónde está, ¿vale? —Dorian intentó marcharse, pero Julian le detuvo. Quería gritarle que era un policía y que le dijera la verdad sobre Derek, pero debía proteger su personaje encubierto.