Voluntades Inquebrantables

Los sollozos de mi madre era como un nudo en mi garganta. Su dolor era como una espada que atravesaba mi corazón.

Sentía dolor y angustia.

– Lo siento... madre, en serio lo siento –. Dije con un tono apagado.

– Tranquilo, lo importante es que estás despierto, y esta vez no te desmayastes en sangre –. Su voz sonaba lejana, y angustiada.

La abracé con fuerza, mientras que una cuantas lágrimas rodaban por mis mejillas.

Intercambiamos unas cuantas palabras, mientras que ella mojaba mi hombro en sus sollozos.

"De verdad soy una mierda, hacer llorar a mi propia madre".

– Madre, no quiero sonar como un insensible ante este momento, pero dime ¿qué ha pasado? –. Pregunté con intriga, sabía que habían pasado algunos días.

Tal vez, por recuperar el conocimiento varias veces, y por el supuesto tiempo que he pasado en mi alma.

– Eso ahora... no es lo importante, iré avisar al médico que ya estás consciente, y que esta vez no sangrantes –. Respondió ella con calma fingida.

Sus ojos y sonrisa me decían que estaba preocupada, pero también aliviada.

Al parecer está desesperada por saber mi situación actual.

– Está bien, madre. Esperaré –. Dije con una sonrisa forzada.

Después de varios minutos, un hombre corpulento entró por la puerta y prendió las luces. Luego levantó las cejas en señal de sorpresa, pero nada más allá de eso.

Sus ojos avellana, y su cabello café oscuro, con canas me decían que ya había pasado de los cincuenta. En su bata blanca estaba un placa que tenía inscrito un nombre: Robinson Fronken.

Era el padre de Estella.

– Me alegro ver que estas mejor, Valian. La verdad, si no despertabas en la próxima semana, tendríamos que haber intervenido con otros métodos –. Explicó con una voz ronca.

– ¿La próxima semana? ¿Cuánto tiempo ha pasado? –. Pregunté con los nervios creciendo poco a poco.

– Niño, han pasado tres semanas y dos días, desde el incidente –. Respondió mientras revisaba un tablero que había al pie de la cama.

"¡Tres semanadas! ¡tres malditas semanas!".

Debí ser demasiado obvio en mi expresión, porque después, Robinson, cruzó los brazos y suspiró con desdén.

– Primero lo primero ¿Cómo te sientes? –.

– Me siento fatal, ¿Cómo puso haber pasado tanto tiempo? –.

– Quédate tranquilo, no harías nada aunque supieras algo más. Ahora es importante que te estabilizes al 100% –.

– Ya estoy bien, quiero que me de el alta porfavor –.

– Eso ni lo pienses, estuviste desangrándote por tres semanas, además, no es bueno que te demos el alta todavía, no querrás enfrentar los problemas que hay afuera –. Objetó con un tono más ofuscado, como si escondiera su ira.

– ¡Me importa una mierda lo que hay afuera, solo quiero sa...

De repente sentí como una fuerza invisible pero letal estaba dirigida hacia mi cuello, era una sensación ominosa. Muy extraña.

El hombre que estaba delante de mí, tenía la cara distorsionada por la ira, y con una voz profunda y airada, dijo: – ¡Cállate niño!, no sabes por lo que ha tenido que pasar mi niña por tu culpa, estoy seguro de que ella no te ha hecho nada, y lo que quiero, es que salgas de aquí recuperado al 100%, para que puedas sacarla de ahí –.

– ¿Cómo que de ahí? –. Pregunté con un tono áspero.

– Estella y Richard están bajo custodia, y no pueden librarse de ello hasta que puedas testificar tu parte –. Respondió con un tono seco.

Me quedé en shock por unos segundos. Al parecer el problema había escalado bastante. Pensar que podían poner en custodia al hijo del rey.

Pero viéndolo desde mi posición parece tene sentido, después de todo, el solo hecho de haber pasado tanto tiempo internado es prueba de ello.

"En vista de que no me han preguntado por la nueva singularidad de mi núcleo de voluntad, es prueba de que no han podido identificar qué ha causado mi supuesta enfermedad, a menos, que están esperando a que yo mismo saque el tema".

La ansiedad comenzaba a arañar mi razonamiento.

Sin embargo, una nueva presencia, o más bien dos fuerzas invisibles e insidiosas, invadían mi ser, estas estaban detrás de la puerta.

Dos oficiales entraron con sus ojos puestos en mí, con sus intenciones esclarecidas por aquella fuerza invisible y a la vez opresiva que se cernía sobre mí, como una red para pescar.

"Esta extraña sensación de nuevo".

– Buenas tardes, Doctor Fronken, es bueno verlo de nuevo - me volvieron a mirar - ¿Cómo está nuestro muchacho? –. Preguntó el oficial con ojos carmín, mientras mostraba una sonrisa juguetona.

"Ojos Carmín. Mmm... Los Solaris".

– Buenas tardes oficial Lowen. Hasta el momento el paciente no ha presentado signos de volverse a desangrar, ni desmayar. Parece que se hubiera curado por un milagro del dios del sol –.

Su mención del dios del sol, provocó una dulce y melodiosa alabanza por parte del oficial Lowen. – ¡Demos gracias al grandioso Sol!, el sabe a quien bendecir –.

Estos oficiales pertenecían a la guardia de la corona, eran diferentes a los soldados por parte de mi familia, y también de parte de la iglesia. Estos solo obedecían a la corona.

– Tienes mucho de que hablar jovencito –. Dijo jactanciosamente el oficiales joven, mientras me observaba con letal intención, como si quisiera despedazarme en el acto.

"No se cómo, pero ahora puedo sentir sus intenciones, y estos dos no se traen nada bueno".

– Hablaré cuando deba hablar –. Dije contantemente.

– Deberías hablar ahora, porque de esto se valdrá para poner en libertad al joven maestro, y a la señorita Estella –. Refutó el oficial joven, con sus ojos grises acerados, clavados en los míos. Éste tenía un barba pequeña que recorría desde sus patillas hasta su mandíbula.

El oficial de ojos carmín tenía una sonrisa maliciosa dibujada en su rostro, mientras sus ojos describían la altivez en la que se regocijaba.

– Solo fui para poder probar si se podía expandir mi núcleo llenándolo con esencia de voluntad de un ajena –. Respondí con calma.

Los oficiales se vieron la cara, y luego se voltearon para ver la expresión del médico.

Este solo se encogió de hombros.

Deliberamos un poco más, como si fuera un debate, explicando los mismo y los mismo, como un disco rayado. Los oficiales no cedían, y al parecer queríam algo más. No me lo dijeron, pero sus acciones hablaban por ellos.

Luego de un buen rato mi madre entró vestida con una blusa azul marino con volantes que se agitaba como pequeñas olas del mar, con cada fino movimiento; un pantalón jeans negros ajustados, dejando enmarcar su figura juvenil.

"Aunque ya tiene 41".

El ambiente era pesado.

Las miradas del médico, de mi madre y por último del par de oficiales reales, enviados por la corona. Lograban que la atmósfera se volviera pesada y caótica, pues todos tenían problemas y querían mi parte de lo sucedido.

– Es importante para nosotros que nos des una explicación honesta de lo que ha sucedido el 4 de abril –. Dijo el oficial con barba pequeña y ojos grises.

– Les he dicho mil veces, y se los volveré a decir las veces que sea necesario, he intentado expandir mi núcleo, y eso resultó en una terrible idea, casi exploto –. Respondí con irritación.

Técnicamente es verdad, pero no les puedo decir lo que he hecho, eso sería condena a muerte.

– En cuanto a Richard y Estella, no pienso poner ninguna demanda –. Declaré con firmeza.

Los oficiales se vieron a la cara, y suspiraron con desgana.

– Nos complicas las cosas niño –. Se quejó el oficial más joven. Sus ojos curiosos, me miraban con sutíl desprecio.

Había una extraña fuerza que podía sentir que estaba dirigida hacía mí. Era de aquel hombre.

"¿Y ahora qué es esto?".

– Mmm... En vista de que no vas a cooperar, y dices que no olvidas nada. Pero ha pasado un mes entero desde ese día, por lo que, estamos obligados a hacerte un examen mental –. Explicó el oficial mayor, con emoción comprimida.

Su intención también estaba dirigida hacía mí, pero era más como una tela de seda, casi imperceptible.

"De nuevo esa sensación".

Sin embargo, antes de objetar, una nueva intención se hizo presente afuera de la puerta, en el pasadizo del hospital. Sin pensar antes de hablar, dije: – Hay alguien escuchando afuera de la habitacion –.

Al darme cuenta de mi estupidez me tapé la cara, y comencé a rascarme la mejilla.

Mi madre tenía una expresión ineludible.

Los oficiales se sorprendieron con mucha sutileza. El oficial joven caminó lentamente y abrió la puerta.

Era un rostro familiar.

Era mi padre.