Después de mí es una historia de amor, pero también de pérdida. De silencios impuestos, de sueños postergados y de una mujer que, después de tocar fondo, aprende a levantarse no por nadie, sino por ella.
Porque hay un momento en que no queda nada más…
Solo tu misma.
Y eso, a veces, es más que suficiente.
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CAPITULO 18
Dos días después, el auto de Elías se detuvo frente a la vieja casa de su madre. Bajó con paso firme, llevando en una carpeta los documentos que marcarían un antes y un después en sus vidas. Tocó la puerta, y al abrirse encontró a Mercedes y Nora esperándolo en la sala.
—Buenas tardes, mamá… Nora —saludó con seriedad.
—Ya no me digas Nora —respondió ella con una sonrisa nerviosa, como si quisiera adelantarse a lo que sabía que venía.
Elías dejó la carpeta sobre la mesa. Abrió la primera, un pasaporte nuevo y se lo extendió a su hermana.
—Desde este momento dejas de ser Nora Montoya —dijo con voz grave—. También dejas de ser mi hermana. Por seguridad, no podremos comunicarnos directamente. Marcos será el intermediario.
Nora tomó el documento con manos temblorosas.
—¿Y ahora quién soy?
Elías la miró directo a los ojos.
—Alice Benedetti. Hija de una familia acomodada en Italia. Tus padres murieron en un accidente, y tu nana, Constanza, te trajo a Perú cuando eras niña. Después de muchos años, regresas a Italia a cumplir tu sueño de ser chef.
Mercedes arqueó las cejas, sorprendida.
—¿Constanza? —preguntó, con cierta ironía.
Elías sacó otro pasaporte y se lo entregó.
—Ese es tu nombre ahora, mamá: Constanza Rodríguez. Desde hoy debes olvidarte de Mercedes Montoya. Esa mujer ya no existe.
Ella abrió el documento, lo observó en silencio unos segundos y suspiró profundamente.
—Pues qué remedio… si toca ser nana, seré nana. Pero espero que esa “Alice” me dé de comer bien —dijo, tratando de suavizar la tensión.
Nora —o más bien Alice— sonrió con un nudo en la garganta.
—Te lo prometo, mamá. Perdón… Constanza.
Elías cerró la carpeta y se sentó frente a ellas, con tono más firme que nunca.
—Quiero que entiendan algo: a partir de ahora no hay vuelta atrás. Olviden la vida que llevaron aquí. Olviden nombres, calles, recuerdos que las puedan delatar. Si alguien les pregunta, su historia es la que yo les acabo de contar. Repítanla tantas veces que se la crean.
El silencio se hizo en la sala, apenas interrumpido por el tictac del reloj. Nora apretó el pasaporte contra su pecho, como si fuera un salvavidas. Mercedes, en cambio, miraba de reojo a su hijo, consciente de que él llevaba un peso enorme que jamás se había atrevido a confesar en voz alta.
—¿Y tú, Elías? —preguntó Mercedes finalmente—. ¿Qué será de ti?
Elías la observó con frialdad, pero en el fondo sus ojos tenían un brillo de nostalgia, respiró hondo y, mirando a su madre y a Nora con firmeza, dijo:
—Yo me quedaré… necesito encontrar la manera de proteger a Valeria.
Mercedes —o más bien Constanza, aunque todavía no se acostumbraba— dio un golpe seco en la mesa.
—¡Otra vez esa mala mujer! —escupió con rabia.
Elías entrecerró los ojos, conteniendo la furia.
—Madre, te voy a pedir un favor… un favor grande. Olvídate de Valeria. Desde ahora eres Constanza, una mujer que no tiene la menor idea de quién es Valeria. Cuando pongas un pie en el aeropuerto, serás Constanza, y te olvidarás de todos en este país. Incluyéndome.
Mercedes lo miró con los ojos abiertos de par en par, casi ofendida.
—¿Cómo me puedes pedir eso? Podré ignorar a Valeria, quizás hasta olvidarla, pero a mis hijos jamás. Yo solo me iré con Nora… ¿Y qué hay de mis otros hijos? Tú y tu hermana se quedan aquí.
Elías apretó la mandíbula. Su voz salió más dura de lo que pretendía.
—Madre, tu hija Carla dejó de ser una Montoya desde el día que la casaste con ese tipo millonario. Ella se olvidó de ti, de mí, de todos. Hasta se cambió de nombre y apellido. Por eso los que me están amenazando ni siquiera saben de ella. No tienes que preocuparte por Carla.
Mercedes bajó la mirada, como si aquellas palabras fueran una daga clavándose lentamente en su pecho.
—Así que ya no tengo más que a ti y a Nora… —murmuró, con un hilo de voz.
Elías se levantó, tomó la carpeta de documentos y se la extendió a su hermana.
—No, madre. Desde hoy tienes solo a Alice. Y tú, Nora… recuérdalo bien: si necesitan algo, háblale únicamente a Marcos. Él será el puente entre tú y yo. Cuando lleguen a Italia, habrá alguien de confianza esperándolas.
Mercedes quiso replicar, pero al ver la dureza en los ojos de su hijo, entendió que no tenía opción.
—Está bien —dijo, aunque en su interior una tormenta de sentimientos la desgarraba—. Me iré como Constanza, pero no me pidas que deje de ser tu madre. Eso jamás.
Elías cerró los ojos por un instante, como queriendo guardar esa última imagen en la memoria.
—Ya tienen que irse. Afuera está el chofer que las llevará.
Nora —ahora Alice— tomó de la mano a su madre y asintió en silencio. El miedo y la esperanza se mezclaban en su mirada.
Cuando la puerta se cerró tras ellas, la casa quedó en silencio. Elías se dejó caer en la silla, hundiendo la cabeza entre las manos. Había cumplido con protegerlas, pero ahora debía enfrentarse solo a su propio destino… y al fantasma de Valeria.
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Renata había hecho muy bien su trabajo en esos días y confirmó sus sospechas: su vecino era Martín Herrera, hijo de su jefe. Y la mujer sobre la que le habían pedido investigar toda su vida resultaba ser su amiga Valeria.
Renata quería saber más de Martín, comprender por qué había escapado de su padre. En sus investigaciones descubrió que Martín tenía un restaurante que se estaba haciendo muy conocido por su buena atención y el sabor de sus platos.
Después de pensarlo mucho, decidió ir a buscarlo.
—¿Vecina? —dijo Martín con tono burlón al verla en la puerta de su restaurante—. Mira, este es mi lugar. Ya que somos vecinos, tendrás descuento especial.
Renata entrecerró los ojos, cruzando los brazos.
—No soy tu vecina, Martín. Y no vine por descuentos.
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Entonces, ¿qué buscas? ¿Una mesa para dos? ¿O quieres que te cuente la receta del risotto?
—Quiero respuestas —respondió ella sin rodeos.
Martín arqueó las cejas, divertido.
—Vaya, directo al grano. ¿Respuestas de qué tipo? Porque de cocina puedo hablar horas…
Renata lo cortó en seco.
—¿Por qué escapaste de tu casa? —le lanzó con firmeza—. ¿Por qué te escondes de tu padre?
La sonrisa de Martín se borró de golpe. Bajó la mirada un instante y luego la clavó en ella, más serio.
—No sé de qué hablas.
Renata lo miró directo a los ojos.
__ Martín Herrera… ¿Acaso ese no es tu apellido? —lo desafió—. Ahora entiendo por qué nunca le dijiste a Valeria cuál era tu apellido.
Él dio un paso atrás, como si lo hubieran descubierto en pleno acto.
—¿Quién eres tú?
Renata apretó la mandíbula.
—Soy quien tu padre mandó a investigar a Valeria. Quiere saber con qué mujer escapaste el día que envió a sus hombres a seguirte.
Los ojos de Martín se abrieron con incredulidad.
—No puede ser… —murmuró, con un tono de rabia contenida—. Así que… ¿Trabajas para mi padre?
—Exacto.
Martín se pasó la mano por el cabello, alterado.
—Renata, no le vayas a decir dónde vivo. Por favor. Llevo mucho tiempo en ese edificio, me siento a gusto ahí… es mi lugar seguro, donde él no puede encontrarme.
Ella lo miró fija, midiendo sus palabras.
—Tranquilo. No diré nada. Pero me tienes que contar por qué escapas de tu padre.
Martín respiró hondo y su voz sonó más firme.
—Es simple. Mi padre siempre quiso obligarme a ser como él… formar parte de la unidad especial, igual que tú, ¿quizás un agente encubierto? —suspiró—. Pero esa vida no es para mí. Lo mío es dirigir un negocio, construir mi propia empresa… no ser una sombra bajo sus órdenes.
Renata asintió despacio, comprendiendo.
—Lo entiendo. Pero ahora tu padre quiere saber todo sobre Valeria… y yo no puedo darle su información. Dime, ¿qué quieres que le informe?
Martín pensó rápido, con el ceño fruncido.
—Dile que ella solo era una chica común, que me pidió llevarla al hospital porque se le hacía tarde a su cita. Desde ahora seré más precavido… no dejaré que me vean con ella.
Renata lo interrumpió, con un tono duro.
—¿De verdad crees que tu padre es un idiota? ¿Que puedes engañarlo tan fácilmente? No es en vano que dirige las fuerzas especiales.
por dar y no recibir uno se olvida de uno uno se tiene que recontra a si mismo