Luna siempre fue la chica invisible: inteligente, solitaria y blanco constante de burlas tanto en la escuela como en su propio hogar. Cansada del rechazo y el maltrato, decide desaparecer sin dejar rastro y unirse a un programa secreto de entrenamiento militar para jóvenes con mentes brillantes. En un mundo donde la fuerza no lo es todo, Luna usará su inteligencia como su arma más poderosa. Nuevos lazos, rivalidades intensas y desafíos extremos la obligarán a transformarse en alguien que nadie vio venir. De nerd a militar… y de invisible a imparable.
NovelToon tiene autorización de Luna de Tinta para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El enemigo invisible
Habían pasado apenas tres días desde nuestra primera operación oficial cuando nos llamaron nuevamente. Esta vez no hubo aviso previo, ni explicación detallada. Solo una orden directa: “Prepárense para misión de infiltración. Nivel Alfa. Salida en 45 minutos”.
No hubo tiempo para procesar, solo para moverse.
—¿Infiltración? —preguntó Dalia mientras nos equipábamos—. No es como las anteriores. Esto no es entrar disparando, es entrar sin ser vistos.
—Ni oídos —agregó Eliza, ajustando su micrófono de comunicación.
—Ni capturados —dijo Maya mientras cargaba el equipo de tecnología táctica—. Si lo somos… estamos solas.
Nos trasladaron en silencio a un hangar subterráneo. Allí nos esperaba el Teniente Gael con una expresión que no habíamos visto antes. No era solo seriedad. Era preocupación.
—El objetivo es una base no registrada a 70 kilómetros al noreste, en la frontera con la Zona Muerta —explicó—. El enemigo ha instalado una central de comunicación clandestina que podría comprometer nuestras operaciones internacionales. Necesitamos información. Planos. Códigos. Rostros. No pueden ser detectadas. No pueden dejar rastro.
—¿Y si lo somos? —pregunté.
—No hay respaldo. No hay rescate.
Lo dijo sin titubeos.
Nos dieron trajes de infiltración, negros como la noche, con capas de invisibilidad parcial que solo funcionaban bajo ciertas condiciones térmicas. Cada una tenía una función asignada.
Yo, líder de la incursión.
Maya, soporte tecnológico.
Dalia, control táctico y rutas de escape.
Eliza, francotiradora en cobertura remota.
Nos dejaron en el bosque a más de cinco kilómetros del objetivo. La caminata fue lenta, precisa. Cada rama evitada, cada sombra utilizada. El silencio era absoluto. Solo nuestros latidos resonaban en los oídos.
A medida que nos acercábamos, el ambiente cambiaba. El aire se volvía más denso, más oscuro, como si la misma naturaleza supiera que algo no andaba bien.
—Sistema térmico activado —susurró Maya—. No hay sensores activos hasta ahora.
—Dalia, ¿ruta de entrada?
—Por el túnel lateral, cerca del pozo abandonado. Hay un punto ciego cada 13 segundos. Tendremos que cruzar en pares.
Lo hicimos. Sin errores. Sin pausas.
Una vez dentro, el lugar era un laberinto. Pasillos oscuros, cámaras rotativas, sensores de movimiento.
Maya desactivó dos de ellos con un dispositivo EMP modificado. Dalia mantenía la vigilancia desde la retaguardia. Yo lideraba el camino con los planos que habíamos conseguido gracias al simulador anterior.
Llegamos a la sala de control central.
Maya se conectó al panel principal.
—Tengo acceso. Hay códigos. Localizaciones. Rostros… Oh, por Dios. Están espiando a nuestras bases aliadas. Esto es más grande de lo que pensamos.
—Descarga todo y destruye el sistema —le ordené.
—Eso alertará la seguridad.
—No podemos dejar esto funcionando.
Ella asintió.
Activó la descarga.
Al mismo tiempo, las alarmas estallaron.
—¡Nos detectaron! —gritó Dalia.
—Eliza, cobertura en salida este —le dije por el canal.
—Recibido. Estoy en posición.
Corrimos. Las luces de emergencia se encendieron. Los sensores térmicos detectaron nuestra presencia. Soldados comenzaron a movilizarse.
—¡Plan B! ¡Túnel de drenaje! —gritó Dalia, guiándonos.
El pasaje era angosto, húmedo, lleno de escombros. Pero era nuestra única salida.
Cuando salimos del otro lado, vimos una figura bloqueando el paso.
Un hombre alto, armado, con gafas tácticas.
Apuntó.
Pero Eliza disparó primero desde una colina lejana. El impacto fue limpio.
—El camino está despejado —dijo ella por el comunicador—. ¡Corran!
Cruzamos el último tramo hacia el punto de extracción. Un dron aéreo ya nos esperaba para llevarnos de vuelta. Mientras subíamos, los disparos quedaron atrás.
Pero algo no se quedó atrás.
El miedo.
La certeza de que habíamos sido vistas. Que alguien en ese lugar conocía nuestros rostros.
—
De regreso a la base, todo era distinto. Nos hicieron pasar por un proceso de descontaminación, luego por interrogatorios internos, protocolos de seguridad reforzada.
—¿Crees que alguien nos haya reconocido? —preguntó Dalia mientras esperábamos en la sala de descompresión.
—No lo sé —respondí—. Pero sentí que ese último hombre… me miró como si supiera quién era.
—Estás paranoica —dijo Maya, pero su voz temblaba.
Eliza llegó más tarde.
—Revisé el archivo del tipo que disparé. No estaba en la base de datos. Pero tenía una insignia falsa. Esto no era solo una operación rebelde. Era algo más.
—¿Qué tan más?
—Como si estuvieran esperando que llegáramos.
Nos miramos sin hablar.
Esa noche no hubo celebración. No hubo café robado, ni fogata. Cada una se quedó en su habitación. A solas con sus pensamientos.
Por primera vez desde que llegamos… me sentí vigilada. Incluso dentro de mi propia cama.