Anya despierta en el mundo de una historia que escribió hace años. Una historia sobre una bella princesa, un valiente caballero... y un despiadado dragón.
Decidida a mantenerse al margen de la gran guerra que se avecina, vive tranquilamente en un pequeño pueblo, hasta que accidentalmente salva a un pequeño niño y unos meses después un dragón aparece en su puerta.
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Misiones imposibles.
El mercado era un lugar vibrante y rebosante de vida.
La gente iba y venía, había diferentes aromas en el aire y colores que adornaban cada esquina.
Anya jamás había pensado que podría haber un lugar así en Demasco.
A decir verdad, la ciudad no se veía nada mal.
En general, estaba bien mantenida y la gente parecía contenta.
Claro que, ante la aparición de los caballeros de Demasco, las sonrisas desaparecían.
Y esa era precisamente la siguiente misión de Anya.
Ya había trabajado arduamente en mejorar la percepción de las personas sobre los dragones desde dentro de la mansión.
Ahora tenía que llegar a las personas de afuera.
A los habitantes de Demasco que temían a su señor.
Había pasado más de un mes desde que llegó al ducado y no había salido de la mansión más que para asistir al palacio real.
La princesa Lillian los había hecho prometer que volverían a visitarla para seguir practicando el hacer coronas de flores. Así que Anya y Rowan ya habían vuelto al palacio un par de veces desde entonces.
Curiosamente, en ambas ocasiones, el segundo príncipe "por casualidad" había visitado el jardín al mismo tiempo. Empeñado en conseguir una revancha, practicaba de la misma manera que su sobrina.
Anya no disfrutaba particularmente de su compañía, pero su presencia hacía a Lillian feliz y, aunque era irritante, no había hecho nada especialmente ofensivo. Solo se dedicaba a hacer sus coronas mientras lanzaba comentarios mordaces a los que Anya disfrutaba responder con igual ingenio.
Mientras que la princesa mejoraba su habilidad rápidamente, Johannes solía perder la paciencia y arrojaba sus intentos en medio de lo que solo podría ser llamado un "berrinche de adulto".
A veces los niños jugaban juntos alrededor de los jardines y la chica no pudo evitar notar la manera en que Lillian seguía a Rowan a todas partes. La manera en que lo miraba y se sonrojaba era muy obvia.
Una parte de ella se preocupaba, aunque no era la misma situación que en la historia original, la posibilidad de que la princesa causara la muerte de Rowan aún la incomodaba. Por otra parte, le parecía tierno presenciar el nacimiento de un primer amor infantil.
Aunque no estaba segura de que su hijo correspondiera a la princesa, ya que muy apenas y le prestaba atención cuando la niña le hablaba, sabía que le hacía bien convivir con alguien de su edad.
Así que sus visitas al palacio se habían hecho una situación habitual.
Por otro lado, finalmente Anya pidió permiso al duque para salir de la mansión y visitar el pueblo.
Tuvo que negociar la cantidad de caballeros que debería llevar como escolta.
Ella quería llevar la cantidad exacta de cero, mientras que Raenor firmemente proponía el modesto número de dieciséis.
Al final, después de múltiples argumentos en pro y en contra, acordaron que sería escoltada por cuatro de los mejores caballeros disponibles, escogidos personalmente por el duque.
El propósito de Anya no solamente era conocer el pueblo, sino identificar las necesidades de la gente, escucharlos y encontrar alguna forma de mejorar sus vidas usando el nombre de Demasco.
Si podía hacer que su opinión de los dragones mejorara aunque fuera un poco, podría considerarse una misión exitosa.
No era sencillo.
Descubrió que, en realidad, el duque ya había iniciado diversos programas de ayuda y financiamientos para cubrir muchas de las necesidades de las personas en el ducado. Sin embargo, la desconfianza hacia los dragones hacía que la mayoría de la gente se rehusara a utilizarlos.
"Si no puedes pagar un préstamo al dragón, terminarás siendo su cena" ese tipo de pensamientos evitaban el desarrollo de tales programas.
Así que Anya había dedicado el último par de semanas a ganarse la confianza de las personas. Siendo humana, no estaban tan renuentes a tratar con ella. Algunos sentían curiosidad, preguntaban cómo era vivir en la mansión, si el duque era tan aterrador como decían y si alguna vez había visto a la bestia de cerca.
La chica contestó a todas sus preguntas con una sonrisa sincera, siempre a favor del duque.
Ya que Rowan la acompañaba, algunas personas incluso habían interactuado con él de manera amable. Al principio se acercaban con cautela, temerosos de él. Pero, dado que Anya estaba a su lado, el niño sentía la confianza necesaria para saludar abiertamente y su dulzura finalmente se ganaba los corazones de cualquiera a su alrededor.
Poco a poco, las miradas recelosas disminuían y Anya sentía que comenzaba a ver la luz al final del túnel.
Estaba a punto de volver a la mansión, cuando algo llamó su atención en uno de los puestos.
Era un broche, un rubí con decoraciones de oro. Seguramente era una imitación, pero la mente de Anya inmediatamente pensó en los ojos del duque. Esos ojos que podían ser como oro derretido o como rubíes brillantes.
Pensó que ella jamás le había regalado nada.
Él le había dado vestidos, zapatos y joyas tan pronto como había llegado a la mansión.
Tal vez no era una joya costosa, pero sintió curiosidad de saber si a él le gustaría recibirla como un obsequio de ella.
- Disculpe, ¿cuánt...? - su conversación con el vendedor fue cortada por un sonido atronador que atravesó los cielos y congeló al pueblo entero en su lugar.
El suelo retumbó y de nuevo se escuchó un furioso rugido que mandó un escalofrío por la espalda de la chica.
Era un rugido que conocía.
El dragón había despertado.