Está historia trata de una joven hermosa y muy humilde,su principal objetivo es superarse para ayudar a su mamá.
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Cap. 19
— Ya nos conocemos. Hola, señor Peyles.
— Bienvenida.
La reunión comenzó, y todos daban diferentes opiniones, en cuanto al nuevo proyecto.
Anaís estaba verdaderamente nerviosa, podía jurar que era la reunión más larga de su vida. Ya que David, con sus insistentes mirabas, la hacía flaquear en todo momento.
Al terminar dicho encuentro, Anaís salió deprisa de la sala de juntas, sentía que no podía respirar allí dentro. Caminó unos cuantos pasos, cuando escuchó una voz a su espalda. “Caray, ¿Por qué a mí?”, se preguntó en un susurro.
— Señorita Ferrer, fue un placer verla de nuevo.— dijo David
— Gracias.— dijo sin más y continuó caminando.
— Estás bella, más que antes. ¿Cómo se encuentra su madre?— preguntó él, siguiendo sus pasos.
— David, déjate de formalismo. No me gusta la idea de tener que trabajar aquí. Y mi mamá está muy bien, gracias a Dios.
— ¿Te molesta tanto verme de nuevo?
— No, para nada, soy una profesional. Nuestra relación será solamente laboral, ahora, con tu permiso.— se adelantó y salió de la constructora.
Ella sentía que su cuerpo vibraba de los nervios. Aún lo amaba, quizás más que antes. Pero era un amor imposible, talvez estaba casado, y tenía hijos.
David volvió a su oficina, y se encerró. Todavía no lo podía creer, era ella, la mujer que amaba, y perdió por estúpido. Estaba feliz por lo mucho que se había superado, era una mujer emprendedora. Lo único que él sabía y lo comprobó, era que aún la amaba.
Margaret y David, tenían dos años casados, y su matrimonio era un infierno. Ella quería tener hijos, pero las pocas veces que tenían relaciones sexuales, era con protección. Por el descuido de él hacia ella, Margaret tuvo que buscar un amante. Tenía dos meses en una relación clandestina con Pedro, y la pasaban bien juntos.
Mientras tanto. David no dejaba de pensar en Anais, todos los momentos bellos que pasaron juntos, se repetían en su mente. Quería estar con ella. Él estaba perdido en sus pensamientos, cuando Robert le tocó la puerta, varias veces.
— Adelante.— dijo con un suspiro.
— Ya me contaron de la nueva arquitecta.
— No te imaginas, si la vieras, está tan hermosa.
— ¿Qué vas a hacer? Ella volverá a trabajar aquí, estarán cerca nuevamente.
— No puedo hacer nada. Además, no creo que después de todo lo que pasó entre nosotros, quede alguna posibilidad de estar juntos.— expresó con melancolía.
— Eso es cierto, pero tú la sigues amando, y con ella aquí, van a aflorar los sentimientos.
— Me pregunto, si aún sientes algo por mí.
Dos días después
Anaís se despertó temprano, y salió a correr, luego regresó, se tomó una taza de café. Su mamá siempre estaba pendiente de ella, para la señora siempre iba a ser una niña.
— Hija, ¿Qué vas a desayunar?
— No tengo apetito, mamá.
La joven mujer se dirigió a su habitación, se duchó, buscó en su armario algo que la hiciera ver muy sexy, pero decente. Ese día empezaría a trabajar en la constructora y quería lucir espectacular.
Anaís llegó a la constructora, entró al estacionamiento a dejar su auto. Al salir vio a David sentado en un banco, evidentemente triste, y decidió ir a saludarlo. — Buen día, ¿estás bien?
— Buen día, Anaís. Estoy bien.
— Vamos, David. Sé que no somos los mejores amigos, pero puedes confiar en mí.
— Sigues teniendo el don del convencimiento.— ambos sonrieron, y él continuó hablando.
— Mi tía está muy enferma, eso me tiene preocupado, ella es la madre que nunca tuve. Voy a pasar el fin de semana con ella, espero que no tengas ningún inconveniente con los trabajadores, yo voy a estar fuera.
— No, está bien. Me gustaría acompañarte, tengo deseos de ver a la señora Clara, digo, si no te molesta.— expresó ella temeraria. Volver al rancho donde empezó su historia de amor, no era buena idea.
— ¿Estás segura? No tengo ningún problema.
— Claro, estoy segura, te veo más tarde.
Anais entró a la constructora, organizó algunos planos, revisó los terrenos para la construcción, y todo estaba en orden.
Pasaron las horas. La joven mujer se retiró a su casa, al llegar habló con su mamá y le comentó que pasaría el fin de semana en el rancho de los Peyles. Esa decisión no le agrado a su madre, la conocía perfectamente y sabía que había algo detrás de ese paseo.
— Hija, ¿qué estás tramando ahora?-
Le contestó algo molesta. — Mamá, voy a ver a la señora Clara, no te preocupes por nada.
Después que terminaron hablar, se fue a su cuarto, hizo su aseo personal, empacó y llamó a David.
El teléfono sonó varias veces, pero nadie contestó. Ella volvió a intentarlo hasta que obtuvo resultado.
“Hola, David, soy Anais”— dijo al notar que tomaron la llamada.
“Desgraciada. Eres la amante de mi esposo”.— se escuchó del otro lado de la línea.
“¡Ay! Hola, querida. No soy la amante de tu esposo”.