Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 18
El restaurante era pequeño y acogedor, con cálidos ventanales que daban a una calle tranquila bordeada de árboles. La luz del sol se colaba suavemente a través de los cristales, proyectando sombras danzantes sobre las mesas. Leonardo y Aldana se sentaron junto a una de ellas, en una mesa para dos, y pidieron sin pensarlo demasiado. Ambos tenían hambre, pero también una extraña necesidad de aferrarse a algo cotidiano, algo simple que les recordara que, a pesar de todo, la vida seguía su curso.
Mientras esperaban, hablaron poco. Leonardo jugaba distraídamente con la servilleta entre los dedos, haciendo pequeños dobleces que deshacía al instante. Aldana, por su parte, removía su vaso de agua con la pajilla, concentrada en el vaivén del líquido, como si allí pudiera encontrar alguna respuesta que no se atrevía a formular en voz alta.
Y entonces, ocurrió.
Una mujer de mediana edad, de cabello oscuro recogido en una coleta informal, se acercó a su mesa con una sonrisa amplia y entusiasta. Llevaba un abrigo color mostaza y unos lentes que colgaban de una cadenita sobre su pecho.
—¡Aldana! ¿Eres tú? —exclamó con alegría, deteniéndose frente a la mesa.
Aldana alzó la vista, parpadeando sorprendida. Al reconocerla, sonrió con cortesía.
—Clara… ¡qué sorpresa!
—¡Querida! ¡Tanto tiempo sin verte! ¿Qué haces aquí? ¿Sigues trabajando en el hospital San Gabriel?
—Sí, solo estoy de visita por unos días —respondió Aldana, manteniendo su sonrisa, aunque algo tensa.
—¡Vaya! Qué bueno. De verdad, amiga, debemos reunirnos para ponernos al día —dijo Clara, y acto seguido desvió la mirada hacia Leonardo. Al verlo, su expresión se transformó en una mezcla de curiosidad y picardía—. Supongo que él debe ser tu novio… ¿Sebastián, verdad?
El gesto de Leonardo se tensó al instante. Frunció el ceño, confundido. Aldana sintió cómo el suelo parecía desvanecerse bajo sus pies. Quería desaparecer. La incomodidad se le subió al pecho como una ola inesperada.
Clara, sin notar el silencio que se había instalado como una nube espesa, añadió con entusiasmo:
—Oh, por Dios, querida… ¡con razón no querías presentarlo! Tú sí que tienes buen gusto.
Aldana tragó saliva, incómoda, aunque mantuvo la compostura lo mejor que pudo.
—Tengo tu número, Clara. Te llamaré para que nos reunamos, ¿sí?
—¡Por supuesto, querida! Fue un placer conocerte, Sebastián. Espero verlos pronto —dijo Clara, guiñando un ojo antes de alejarse con pasos ligeros.
Leonardo asintió por cortesía, aunque su expresión se había endurecido. En cuanto Clara se alejó lo suficiente, el silencio volvió a caer sobre ellos como una losa. Una losa fría y pesada.
Aldana no se atrevía a mirarlo. Sentía su mirada clavada en ella, intensa, inquisitiva, como si buscara desentrañar una verdad que ella no había querido compartir. Finalmente, Leonardo habló con un tono bajo, casi susurrante, pero cargado de tensión contenida.
—¿Sebastián?
Aldana suspiró y bajó la vista, jugando con la servilleta que él había dejado.
—Tanto en la universidad como en mi residencia… yo… yo decía que tenía novio para no distraerme de mis estudios —comenzó, con voz trémula pero sincera—. Además, tú sabes… cuando me echaron de la casa de tu padre, Sebastián y yo… bueno, hicimos una promesa. Prometimos esperarnos. Pero ya ves… solo uno de los dos la cumplió.
Leonardo parpadeó, confundido.
—¿Alejabas a los hombres diciéndoles que tenías un novio a distancia? —preguntó con una mezcla de burla y desconcierto—. ¿Y quién se cree eso?
—No te burles —replicó ella, entre abochornada y divertida—. Lo hacía ver bastante creíble… Supongo que siempre he sido algo nerd. Me encanta leer, estudiar, investigar, hacer especialidades… Cuando mis amigos o compañeros me invitaban a citas o a fiestas, prefería quedarme en casa estudiando o trabajando. Me convertí en una de las mejores cirujanas del hospital San Gabriel, y este año me eligieron como jefa de residentes. Eso se lo debo a mi constancia… y también, en parte, a mi novio imaginario.
Leonardo la observó en silencio durante un instante… y luego soltó una carcajada tan repentina como contagiosa. El sonido rompió el hielo denso que los rodeaba. Intentó detenerse al notar la expresión de Aldana —mitad fruncida, mitad sorprendida—, pero le fue imposible. La risa le ganó por completo, y en cuestión de segundos, ella también comenzó a reír. Al principio con nerviosismo, luego con soltura.
—Ríete todo lo que quieras —dijo ella entre carcajadas—, pero gracias a eso, tu hijo va a tener una madre decente…
—No lo dudo —contestó él, aún sonriendo—. Pero admito que jamás imaginé que tú, tan seria, fueras capaz de inventarte un novio ficticio durante años. ¿Tenía apellido? ¿Una historia trágica? ¿Un perfil en redes sociales?
Aldana soltó una carcajada más fuerte.
—No seas ridículo. Solo decía que vivía en otra ciudad y que teníamos una relación a distancia. Lo justo para evitar preguntas. Nadie sospechaba nada. De hecho, todos creían que era muy romántico.
—Y dime… ¿mi hermano también sabía que estaba sirviendo como escudo?
—Sí —respondió ella, con un dejo de tristeza en la voz—. Lo sabía. Pero también sabía que no había nadie más en mi vida. Hasta ahora.
Leonardo la miró con seriedad. El ambiente había cambiado. Ya no estaba cargado de tensión, sino de una calma incierta, como si ambos caminaran por un puente angosto tendido sobre un abismo de recuerdos.
—No quiero competir con un fantasma —dijo él finalmente, con honestidad—. Si en algún momento decides que aún lo estás esperando… dímelo.
—No lo estoy esperando —respondió ella, mirándolo a los ojos—. Pero tampoco quiero apresurarme. Mi vida ha cambiado mucho, y la tuya también. Solo… necesito un poco de tiempo para confiar otra vez.
Leonardo asintió, aceptando esa verdad sin presionarla.
—Tómate todo el tiempo que necesites, Aldana. Pero cuando estés lista… estaré aquí. Aunque no me llame Sebastián.
Ambos sonrieron. La comida llegó poco después, y aunque las palabras disminuyeron, el silencio que compartieron ya no fue incómodo, sino sereno. Un silencio que hablaba de segundas oportunidades, de heridas que poco a poco comenzaban a sanar.
Fuera del restaurante, la tarde avanzaba lentamente. El mundo seguía girando, y dentro de aquella pequeña burbuja de madera, luz cálida y risas recuperadas, algo en ellos también comenzaba a moverse.