Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 18: Ecos entre las cenizas Maraton#6
El sol aún no asomaba cuando el mercado del barrio bajo de Aurum despertó con un estruendo inusual. No eran los pregoneros ni los carromatos lo que alteraba la calma habitual, sino una explosión que sacudió los cimientos de las tiendas más cercanas a la torre de abastecimiento imperial. Las llamas devoraron parte de los graneros, y los gritos de los aldeanos se mezclaron con el crujido de los techos colapsando.
Apenas unas horas antes, Liliane había terminado su ronda de inspección en las zonas de distribución. Había trabajado de la mano con los gremios y campesinos para garantizar que los víveres llegaran directamente al pueblo, saltando la corrupción burocrática impuesta por la corte. Su cercanía con la gente comenzaba a incomodar a más de un noble… y ahora, un “accidente” parecía demasiado oportuno.
La noticia del incendio se esparció como pólvora, y aunque muchos creyeron que fue un error de almacenamiento, otros susurraban que había sido algo más.
—Un saboteo —murmuró el maestro de gremio de panaderos, observando los restos carbonizados—. Justo donde ella organizó el nuevo sistema de distribución… demasiado conveniente.
En el ala este del palacio, Elenora observaba un informe manchado de hollín. A su lado, Aiden sostenía una copa de vino que no probaba.
—¿Fue suficiente? —preguntó la emperatriz madre, sin levantar la vista.
—Fue un mensaje. Pero no fue silencioso —respondió Aiden—. La gente ya habla. Y no como esperábamos.
Elenora cerró el informe con un chasquido seco.
—Que hablen. Que se confundan. Las dudas son más útiles que las certezas. Un imperio no cae con la verdad, sino con las sospechas correctas.
Liliane llegó a la plaza central antes del amanecer. Su cabello suelto, revuelto por el viento, y su capa oscura aún con ceniza. Muchos se acercaron a verla. Campesinos, comerciantes, curanderos, incluso miembros de la Guardia del Norte. Ella no lloró. No gritó. Simplemente habló.
—Lo intentaron. Quemaron comida. Querían que volviéramos a temer. A depender. A mendigar.
El silencio era espeso.
—Pero olvidaron algo —continuó ella, subiendo al estrado improvisado frente a la fuente central—. Que ya no estamos solos. Que esta vez, ustedes están conmigo… y yo con ustedes.
Un viejo leñador, con las manos llenas de quemaduras, levantó el puño.
—¡Estamos contigo, Lady Lirae!
Y uno a uno, los presentes alzaron la voz, el puño o el corazón. No por venganza, sino por esperanza. Una que la emperatriz madre no comprendía. Ni tampoco Aiden.
Tres días después, en una sesión extraordinaria del Senado Imperial, Liliane presentó un informe detallado del sabotaje. Pero no lo hizo sola.
—Este es el maestro Harven, responsable de los planos de seguridad del bastión de víveres. Y esta —dijo, señalando a una joven de ropas humildes— es Tyra, la curandera del distrito, que encontró rastros de aceite negro bajo las tablas antes del incendio.
Los senadores la escuchaban con atención creciente.
—¿Y qué propone usted, Lady Lirae? —preguntó uno de los ancianos.
Liliane miró al frente, hacia los retratos de los antiguos emperadores que colgaban en la sala.
—Propongo que formemos un Comité de Investigación Popular. Uno que incluya no solo nobles y eruditos, sino también ciudadanos que fueron afectados directamente. Si la justicia solo se mira desde arriba, siempre ignorará a los que están abajo.
El senador del ala oriental asintió lentamente.
—Eso… eso no tiene precedente.
—Tampoco lo tiene una princesa que limpia cenizas con sus propias manos —respondió otra senadora, ladeando la cabeza hacia Liliane—. Quizás sea hora de precedentes nuevos.
Elenora apretó los dientes al escuchar el veredicto de la asamblea. El comité sería formado. Su intento de desacreditar a Liliane había fallado… o peor, la había fortalecido.
—¿Cómo es posible que haya girado esto a su favor? —susurró entre dientes.
Aiden, sentado en la penumbra del salón privado, no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en un punto invisible.
—La gente la ve como una igual. Nosotros como una amenaza. Y lo peor… es que puede ser ambas cosas.
Elenora lo miró, sospechando el matiz en su voz.
—¿Empiezas a dudar?
Aiden levantó lentamente la mirada, y por primera vez, su expresión parecía quebrarse.
—Empiezo a recordar. Lo que prometí cuando era niño. Lo que creí que protegía. Y lo que ahora destruyo.
Elenora se acercó, con una sonrisa que era todo menos maternal.
—No hay lugar para sentimientos en el juego del trono, Aiden. Solo fichas. Y ella… aún puede caer.
Pero Liliane no estaba sola. El pueblo comenzaba a organizarse. Guardias antes leales al ducado ofrecían sus espadas. Las casas menores, atraídas por su reforma social, comenzaban a enviar emisarios. Incluso algunos miembros del clero, incómodos con los lujos de la emperatriz madre, empezaban a considerar un nuevo equilibrio.
Y entre los ecos de las cenizas, una frase empezaba a repetirse de boca en boca, en plazas, campos y tabernas:
—“Lirae no es la heredera del trono… es su redención.”
En lo profundo del palacio, un cuervo cruzó la ventana abierta del archivo sellado. En su pata, un mensaje cifrado que hablaba de alianzas rotas… y de una traición que aún no se había revelado.
Porque en el Imperio de Vellmont, los ecos del pasado siempre regresaban.
Y esta vez… con fuego.
Ah no ser q ella se hace la Marcela q no sabe nada o sea ?
Pero se están repitiendo los capítulos ya van 2.