Los Moretti habían jurado dejar atrás la mafia. Pero una sola heredera bastó para que todo volviera a teñirse de sangre. Rechazada por su familia por ser hija del difunto Arthur Kesington, un psicopata que casi asesina a su madre. Anne Moretti aprendió desde pequeña a sobrevivir con veneno en la lengua y acero en el corazón. A los veinticinco años decide lo impensable: reactivar las rutas de narcotráfico que su abuelo y el resto de la familia enterraron. Con frialdad y estrategia, se convierte en la jefa de la mafia más joven y temida de Europa. Bella y letal, todos la conocen con un mismo nombre: La Serpiente. Al otro lado está Antonella Russo. Rescatada de un infierno en su adolescencia, una heredera marcada por un pasado trágico que oculta bajo una vida de lujos. Sus caminos se cruzan cuando las ambiciones de Anne amenazan con arrastrar al imperio que protege a Antonella. Entre las dos mujeres surge un juego peligroso de poder, desconfianza y obsesión. Entre ellas, Nathaniel Moretti deberá elegir entre la lealtad a su hermana y la atracción hacia una mujer cuya luz podría salvarlo… o condenarlo para siempre.
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Solo negocios
Milán—Italia
La puerta se abrió sin que ella se molestara en mirar. Reconoció de inmediato el perfume de Gianna.
—¿Y ahora qué pretendes hacer? —la voz firme de su prima cubrió la habitación.
Anne alzó la vista, ladeando la cabeza con una sonrisa maliciosa. Gianna, impecable con su traje negro, le extendía un sobre manila con el sello de la empresa.
—Aquí están los documentos que pediste —dijo, apretando los labios—. Pero quiero que escuches algo muy claro, Anne. No creo que unirte con esos despreciables de los Dragos sea una buena decisión. Tú sabes que ellos manejan tráfico de personas… y sí, entiendo que eres ambiciosa, pero no deberías cruzar esa línea.
Anne chasqueó la lengua y soltó una risa baja, burlona.
—Tal vez fue una mala idea que me ayudaras. Me lo imaginaba, prima. Con lo mucho que crees en tu “justicia hipócrita”, era cuestión de tiempo que me salieras con este discursito.
Gianna la fulminó con la mirada, pero no se movió.
—Agradece que te estoy ayudando —replicó con calma—. Y lo hago porque eres mi prima, porque eres como una hermana para mí. Pero entiéndelo: esto lo estoy haciendo oculto de Dominik. Él prácticamente me ordenó que no te pasara ningún documento ni información de la empresa.
Anne dejó el sobre sobre la mesa con un golpe seco, sus uñas tintineando sobre la madera.
—Ese idiota de Dominik… siempre queriendo sabotear todo lo que hago.
—No es sabotear, Anne. Es proteger a la familia de ti —dijo Gianna, con la sinceridad brutal que solo alguien que la quería podía tener.
El silencio volvió a caer entre ellas, espeso, hasta que Anne sonrió de lado, esa sonrisa que era más amenaza que gesto de cariño.
—Te equivocas, Gianna. La familia no necesita protección de mí. Necesita que yo la salve. Y lo haré… con o sin la bendición de todos.
Gianna respiró profundo, resistiéndose a rodar los ojos, y giró sobre sus tacones para marcharse. Sabía que había sembrado una advertencia, pero también sabía que Anne era una serpiente: cuanto más intentaras frenarla, más fuerte atacaba.
Anne, en cambio, tomó una copa de vino y levantó el sobre, murmurando para sí:
—Ya veremos quién termina salvando a quién.
Anne salió de la mansión Moretti con el sobre bajo el brazo, todavía con la sonrisa de quien planea incendiar medio mundo. El aire fresco de la tarde le rozó el rostro cuando se topó, de frente, con Dante.
—Mira quién decidió salir del manicomio—dijo él, apoyado con total desparpajo en su motocicleta—. La mismísima víbora de la familia.
Anne frunció el ceño y, sin previo aviso, intentó hacerle una llave, girando su brazo para atraparlo. Dante apenas se movió. La dejó enredarse sola y, cuando Anne quedó a medio camino de la maniobra, él soltó una carcajada.
—Patética, enana, de verdad —dijo, sacudiéndose el saco como si ella hubiera intentado ensuciarlo—. Te juro que cada vez que lo intentas, me das más risa.
Anne bufó, cruzando los brazos con gesto teatral.
—Y yo que pensaba que habías perdido sentido del humor con tu aburrida vida.
—Me maravilla —replicó Dante, inclinándose para mirarla de cerca—. Al menos no tengo que rezar todos los días para despertarme vivo.
Anne sonrió con descaro, aunque sus ojos chispearon.
—Tocaste mi punto débil, primo. Qué cruel.
Él alzó una ceja y cambió de tema con la naturalidad de quien lanza gasolina sobre el fuego:
—Por cierto, ¿no fuiste a Mónaco? Tu hermanito está corriendo. Casi nunca te pierdes sus carreras.
Anne levantó la barbilla.
—Iré… pero directo a la gala después de la carrera. Tengo unos asuntos pendientes primero.
—Ya veo. —Dante asintió despacio, como si saboreara cada palabra—. Pues te perdiste de la primicia. Lo vi en redes sociales… estaba acompañado. Muy bien acompañado diría yo.
Anne parpadeó, sus labios curvándose en una sonrisa gélida que no alcanzó sus ojos.
—¿Muy bien acompañado? —repitió.
Dante ladeó la cabeza, disfrutando de cada segundo de incomodidad que le provocaba.
—Oh, sí. Lo bastante como para que hasta yo me lo pensara dos veces.
Anne le sostuvo la mirada un instante antes de soltar una risa seca.
—Siempre tan bocón, Dante.
Él sonrió con cinismo, subiendo de nuevo a su moto.
—Y tú siempre tan fácil de provocar.
El rugido del motor tapó las últimas palabras, pero Anne no necesitaba escucharlas. Ya tenía suficiente veneno en la sangre como para saber que Nathaniel había encontrado otra distracción… y eso, simplemente, no le gustaba nada.
...⚜️...
Anne no fue directo a Mónaco. Primero tenía una parada obligada.
El edificio donde se encontraba la oficina “privada” de los Drago no tenía nada de sutil. Vidrios polarizados y autos lujosos en la entrada.
Ella entró como si fuera su casa, sus tacones resonando fuerte contra el mármol negro. Dos hombres armados se movieron a sus costados, pero antes de que pudieran abrir la boca, una voz rasposa retumbó desde el fondo del pasillo.
—Déjenla pasar.
Anne sonrió de lado. Dorian Drago siempre tenía esa manera suya de sonar con prepotencia.
El despacho estaba en penumbras, iluminado apenas por la luz roja de un par de lámparas modernas. Dorian estaba sentado en un sofá de cuero, camisa medio abierta, tatuajes a la vista, una copa de whisky en la mano. Sus ojos recorrieron a Anne con un descaro que era tan habitual como peligroso.
—Serpente —dijo, alzando la copa en un saludo que era más provocación que cortesía—. Qué gusto.
Anne se dejó caer en el sillón frente a él, cruzando las piernas con elegancia retadora.
—Dorian —respondió con una sonrisa torcida—. Veo que sigues viviendo como si el mundo girara solo para complacerte.
Él soltó una risa grave, mirándola de arriba abajo sin disimulo.
—Y tú sigues entrando aquí como si no tuviéramos cuentas pendientes.
Los guardias cerraron la puerta detrás de ella. El ambiente se tensó, cargado de electricidad. Anne sabía que con Dorian las conversaciones eran cualquier cosa menos “normales”. Sus saludos siempre tenían esa mezcla peligrosa de palabras algo bruscas y un deseo violento que ninguno de los dos disimulaba.
Ella inclinó la cabeza, dejándole ver esa sonrisa que lo volvía loco.
—Ya sabes cómo soy. No vine a perder el tiempo.
Dorian apoyó la copa en la mesa, se inclinó hacia adelante y le tomó la muñeca con firmeza, demasiado brusco para llamarlo un gesto afectuoso.
—Lo sé. Y eso es lo que más me gusta de ti, mi bella…
Anne soltó una carcajada suave, dejando que sus uñas recorrieran lentamente la mano de él.
—Pues prepárate, porque hoy tampoco pienso suavizar nada.
Dorian la estampó contra la pared con una fuerza calculada, su boca aplastando la de Anne en un beso que más parecía una pelea. Ella respondió con la misma furia, mordiéndole el labio hasta hacerlo sangrar, disfrutando de la forma en que él gruñía en su boca.
Las manos de Dorian recorrieron su cuerpo sin delicadeza, jalando la tela de su vestido hasta que el sonido de la tela desgarrándose llenó el cuarto. Anne arqueó la espalda, dejándole el camino libre, y luego lo empujó con ambas manos contra el sofá de cuero.
Dorian tiró de su muñeca con un movimiento seco, haciendo que Anne cayera sobre sus piernas como si todo hubiera estado planeado. Ella no se resistió; al contrario, se acomodó de esa manera pícara que lo encendía.
—Sigues sin saber saludar —murmuró Anne, arqueando una ceja.
Él le agarró la nuca con fuerza, obligándola a mirarlo.
—Y tú sigues sin entender que conmigo no hay saludos comunes teniendo bellezas como tu.
Anne soltó una carcajada, ronca, casi desafiante.
—Eso es lo único que me gusta de ti, Drago.
Los movimientos eran bruscos, sin compás, un choque constante de poder disfrazado de placer. Anne lo dominaba con la misma mirada desafiante que usaba en las juntas de la empresa; cada arqueo de su cadera era una declaración de guerra. Dorian, sin embargo, respondía con la misma brutalidad, sujetándola de la nuca, tirando de su cabello, mordiéndole los hombros hasta dejar marcas.
—¿Así recibes a todas tus socias de negocios? —jadeó ella, riéndose en su oído.
—No —gruñó él, mordiéndole la mandíbula—. Solo a mí reina.
La ropa se convirtió en un estorbo que ambos destrozaron con la misma impaciencia con la que se amenazaban. No había caricias, solo arañazos, golpes leves en la piel, risas crueles y un choque constante de poder. Anne lo montó con la misma autoridad con la que cerraba tratos, cada movimiento un recordatorio de que ella no se sometía a nadie. Dorian lo sabía, y esa era la única razón por la que seguía buscándola: porque con ella la guerra era parte del placer.
El cuero del sofá crujía bajo el ritmo frenético de sus cuerpos, y el whisky derramado impregnaba el aire con un olor fuerte y amargo, mezclado con el sudor y el jadeo de ambos.
Anne se inclinó, rozándole el oído con sus labios.
—Algún día esto te va a costar la vida, Drago.
Él la sujetó más fuerte, con una sonrisa torcida.
—Entonces prefiero morir así.
Ella soltó una carcajada, acelerando los movimientos hasta que la tensión entre ellos explotó como una bomba. Un estallido de fuerza y rabia que los dejó temblando y sudando, aún aferrados el uno al otro como si no supieran si el siguiente segundo iban a besarse de nuevo o a degollarse.
Anne se levantó primera, acomodándose el vestido con calma, como si acabara de salir de una reunión aburrida. Dorian la miraba desde el sofá, con el torso desnudo, empapado de sudor marcado por arañazos, el cabello revuelto, y una risa grave en los labios.
—Necesitamos hablar de negocios —dijo ella, como si no acabaran de arrancarse el alma contra el sofá.
—Negocios… —murmuró, recuperando la copa caída del suelo y llenándola otra vez de whisky—. Vamos, hermosa, dime qué planeas ahora.
Anne le sonrió, recogiendo el sobre que había dejado en la mesa, se lo arrojó a las piernas y cruzó los brazos con una mirada seria.
—Planeo resolver unos asuntos pendientes. Y tú vas a ayudarme… quieras o no.
Dorian dejó el sobre sobre la mesa, lo abrió con calma y comenzó a revisar los documentos que Anne había preparado. Sus ojos se movían rápido, calculadores, mientras el humo del cigarro que acababa de encender formaba espirales en el aire.
—Rutas de entrada por Marsella, conexiones en el Adriático… —leyó en voz baja, hasta que levantó la mirada hacia ella con una mueca—. Vaya, serpiente. Pensé que tu familia aún tenía reparos en ensuciarse con nosotros.
Anne se dejó caer en el sillón, cruzando las piernas, jugando con un mechón de su cabello como si no estuviera poniendo la mesa para un pacto criminal.
—Mi familia cree que sigo jugando a ser una niña rica con demasiado tiempo libre. Que sigan creyéndolo. Mientras tanto, alguien tiene que volver a poner el apellido Moretti donde pertenece.
Dorian soltó una carcajada.
—¿En la cima?
—Exacto —respondió ella—. Y yo no pienso quedarme esperando a que mis primos se decidan.
Dorian se inclinó hacia adelante, apagando el cigarro en un cenicero de cristal.
—¿Y por qué yo? Sabes que los Dragos no regalamos nada.
Anne lo miró fijamente, sin pestañear.
—Porque me necesitas tanto como yo a ti. Tú controlas el tráfico humano en el Mediterráneo, pero estás perdiendo territorio en el norte. Yo puedo abrirte rutas en Suiza y Alemania sin problemas.
Dorian hojeaba los documentos. Entre números, nombres y rutas, alzó la mirada con una ceja arqueada.
—Bien jugado, Moretti… pero me queda la duda: ¿qué quieres de nosotros realmente?
Anne se inclinó hacia adelante, sus labios curvándose en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Quiero que me ayudes a sacar del tablero a los Russo. Esa mina de oro que explotan debería ser mía, junto con las rutas y beneficios que se esconden detrás de ella.
Dorian rió entre dientes, prendiendo otro cigarro.
—Eso es guerra declarada, serpiente. Y los Russo no son fáciles de manejar.
Anne no pestañeó.
—Por eso necesito que estés a mi lado.
Él iba a replicar, pero entonces ella añadió:
—Y también quiero que me entregues a esa sucia muñequita.
Dorian ladeó la cabeza, como si no terminara de entender.
—¿Quién?
—La que nos dañó la misión en Sicilia —respondió Anne sin titubear.
El humo se detuvo un instante entre ellos. Dorian entrecerró los ojos, recordando.
—Ah, claro… —murmuró con un dejo de desprecio—. Esa zorra.
Anne asintió con lentitud, los ojos brillándole con rencor.
—Ahora anda detrás de mi hermano Nathaniel, pero sé que no es por capricho. Esa perra no hace nada porque sí. La otra vez la subestimamos porque su familia no anda metida en líos yivho menos en asuntos de la mafia, y porque tiene esa fachada de ángel con sus fundaciones. Pero ese día en Sicilia… solo yo pude ver lo que realmente es.
Dorian la observó en silencio unos segundos, hasta que dejó escapar una carcajada seca.
—Maldición, hermosa. Tú sí que sabes dónde clavar el cuchillo.
Ella se levantó, tomó el cigarro de sus labios y lo apagó lentamente en el cenicero, casi con ternura.
—Entonces… ¿lo harás?
Dorian sonrió de lado, ladeando la cabeza.
—Si significa ver a los Russo sangrar y desenmascarar a esa muñequita… claro que lo haré, mi reina.
Anne sonrió satisfecha.
—Perfecto.