Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada- Que me pasa
El día transcurría de manera lenta. La escuela parecía un lugar normal, la gente pasaba por los pasillos, los profesores dictaban sus clases.
A lo largo de la mañana, nadie parecía notar nada diferente en mí. Me sentaba en mis clases, prestaba atención, pero mi mente divagaba. Sin embargo, había algo extraño en el ambiente. Un vacío. Sayuri no apareció en todo el día. Y aunque pensaba en ella, algo dentro de mí me decía que estaba bien, que no necesitaba su presencia constante para sentirme… nada olvídalo.
Era un descanso, y como siempre, algunos chicos se acercaron a mí. No era nada raro. Solían burlarse de mí o ignorarme por completo, pero esta vez había algo diferente. No sabía qué, pero algo en sus miradas me decía que no estaba ante una conversación común.
Uno de ellos, un tipo alto con una chaqueta de cuero y una mirada desafiante, dio un paso hacia mí.
—Oye, ¿por qué no nos presentas a Sayuri? —dijo, sonriendo de manera forzada, como si estuviera bromeando.
Mi respuesta fue rápida, impulsiva, casi arrogante, sin pensar realmente en las consecuencias.
—¿Para qué? —les pregunté, cruzando los brazos—. No creo que sean lo suficientemente interesantes para ella. Es una psicópata.
Los otros chicos se rieron, pero algo en sus risas no me pareció natural. La tensión en el aire aumentaba. Había algo detrás de sus ojos, algo que me decía que no se lo tomaban como una broma. Sentí un cambio en la atmósfera, algo que solo un par de personas podían comprender: el miedo. Sin embargo, ahora yo era el que controlaba la situación. Ya no sentía esa presión agobiante, esa inseguridad que solía tener.
—¿Qué dijiste? —dijo el tipo de la chaqueta de cuero, acercándose peligrosamente. Me tomó por el cuello con fuerza, levantándome un poco del suelo. Su aliento era cálido y desagradable.
—No bromees con nosotros —gruñó, mientras los otros chicos se acercaban con una actitud hostil.
El miedo que solía sentir se desvaneció de inmediato. Mi respiración se calmó, mi mente se aclaró. Algo había cambiado en mí, como si una chispa de valor se hubiera encendido en mi interior. Ya no me veía como la víctima. No iba a serlo más. Con una agilidad inesperada, agarré su muñeca con ambas manos, lo empujé hacia atrás y lo tiré al suelo con un movimiento rápido y decidido.
Lo miré fijamente, mis ojos llenos de una calma tensa. Mi corazón latía fuerte, pero mi mente estaba clara. Pude ver el miedo en su rostro, como si no esperara que alguien como yo reaccionara así.
—¿Quieres que te mate? —le dije, con una voz que ni siquiera reconocí como mía. Sonaba fría, calculadora, como si realmente tuviera el poder de hacerlo.
Los chicos se quedaron paralizados por un momento, sorprendidos por mi cambio repentino. Podían sentirlo en el aire, esa aura de seguridad, de peligro que rodeaba mis palabras. La verdad es que no estaba mintiendo. No solo podía matarlo, podría hacerlo con una sola palabra, como había hecho con los otros que habían cruzado la línea.
—¡Eres un loco! —dijo uno de ellos, levantándose rápidamente del suelo.
El chico de la chaqueta de cuero no dijo nada más. Al ver mi expresión decidida, se levantó con los otros y, sin decir una palabra, se alejaron rápidamente, alejándose de mí como si fuera una bomba a punto de estallar. No podía creer cómo me había comportado, cómo había reaccionado de esa manera. Pero, por alguna razón, no me sentía arrepentido. Tal vez esa era la parte más aterradora: no me sentía culpable.
Me quedé allí, observando cómo se alejaban, y de repente, sentí una presencia detrás de mí. Era ella.
Sayuri.
Me giré lentamente, y la vi de pie a unos pocos metros de distancia. Estaba mirándome fijamente con esos ojos oscuros, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos. Su rostro no mostraba ninguna emoción en particular, pero había algo en su postura que sugería que había estado observando todo desde el principio. No me sorprendió verla allí. Había aprendido a aceptar que ella siempre estaba cerca, incluso cuando no la veía.
—¿Te divertiste? —preguntó en voz baja, sin inmutarse.
Me quedé en silencio por un momento, procesando sus palabras. No sabía qué decir. ¿Debería sentirme culpable? ¿Vergonzoso? ¿Aliviado?
—Lo que sea —respondí finalmente, encogiéndome de hombros.
Sayuri no respondió de inmediato. En su lugar, me observó en silencio, como si estuviera evaluando mi comportamiento. No me sorprendió cuando, finalmente, se acercó con esa calma inquietante que siempre la rodeaba.
—Interesante —dijo, casi para sí misma— Con que de eso hablaba el jefe..
Mi respuesta fue un suspiro pesado, aunque lo dije casi en un susurro.
—Solo habla mierda. Es el diablo.
Sayuri sonrió, una sonrisa tan pequeña y fría que ni siquiera podía llamarla amigable. Era una sonrisa que no traía consuelo, solo una aceptación silenciosa de lo que estaba por venir.
—Sí. Lastima que ahora iremos a escuchar toda la mierda que el tiene para decirte.
La seguí en silencio, observando sus movimientos tranquilos y calculados. Sayuri no parecía apurada, y yo, por alguna razón, estaba más nervioso que nunca. No sabía qué esperar de lo que venía a continuación, pero algo en mi interior me decía que ya no podía dar marcha atrás.
Caminamos por los pasillos vacíos de la escuela, hasta que salimos al patio. La brisa fresca de la tarde me hizo sentir un pequeño alivio, pero a medida que pasaban los segundos, la ansiedad volvió a apoderarse de mí.
—¿A dónde vamos por aqui? —le pregunté.
Sayuri no me miró, pero su voz resonó fría y calculada como siempre.
—No sé cómo llevarte, por eso llamé a alguien más.
Antes de que pudiera preguntar quién, escuché una risa suave, algo burlona, proveniente del patio. Miré en esa dirección y vi una figura que se acercaba caminando con paso lento y confiado. Era él. Claude.
Mis ojos se abrieron en sorpresa y algo de irritación.
—¡Ay, no! No pudiste haber llamado a otro de ellos, ¿verdad? —le dije en un susurro, sin poder evitar el tono de frustración en mi voz.
Claude se acercó con esa sonrisa arrogante en su rostro. A pesar de todo lo que había sucedido, no podía dejar de sentir que algo en él me resultaba molesto. Su aire de superioridad me sacaba de quicio, pero, al mismo tiempo, no podía evitar cierta fascinación por su presencia.
—¿Qué pasa, no te gusta mi compañía? —dijo Claude, casi burlándose de mí. Luego, mirando a Sayuri, agregó—: Ya te lo dije, la vida es más interesante cuando estamos juntos.
Antes de que pudiera responder, él pareció escuchar algo que yo no había percibido, como si estuviera prestando atención a algo que ocurría en mi mente. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando escuché su voz, esta vez mucho más cerca de mí, como si estuviera de repente en mi oído.
—Oye, sabes que leo tu mente también ¿lo sabes? —dijo Claude, con una sonrisa todavía más amplia.
Me quedé petrificado por un momento, dándome cuenta de que, al igual que Sayuri, él también podía leerme. Al menos, eso explicaba cómo sabía lo que pensaba antes de que lo dijera en voz alta.
Mi corazón latió más rápido, y me sentí vulnerable por primera vez desde que todo esto había comenzado. No tenía ni idea de cómo funcionaban sus habilidades o de qué podía hacer para protegerme. Y, aún peor, no sabía si siquiera quería protegerme. Parte de mí había aceptado ya este camino, esta oscuridad que me envolvía. Pero otra parte de mí, la más humana, aún temía lo que vendría.
Sayuri, al ver mi reacción, no dijo nada más. Simplemente, dio un paso atrás y dejó que Claude se acercara más. La tensión en el aire era palpable, y por un momento, el tiempo pareció detenerse.
Claude me miró fijamente, y por un segundo, sus ojos se suavizaron, como si fuera capaz de ver a través de mí, de leer mis pensamientos más profundos. Algo en esa mirada me inquietó aún más.
—No te preocupes —dijo con tono burlón—. No necesitas ser tan paranoico. Solo ven con nosotros. No puedes hacer nada para evitarlo, y ya sabes que tus opciones son limitadas.
No respondí. En lugar de eso, seguí caminando detrás de ellos, sintiendo que mi destino ya estaba sellado de alguna manera. No importaba lo que hiciera, lo que pensara, o incluso si me negaba. Al final, estaría atrapado en este mundo oscuro, con Sayuri, Claude y los demás, y probablemente nunca podría salir.
Mientras caminábamos por las calles desiertas, la sensación de estar siendo observado se apoderó de mí. La brisa fresca ya no era suficiente para calmar mi ansiedad. No sabía qué esperaba encontrar, ni qué esperar de los otros demonios que aún no había conocido del todo bien, pero algo dentro de mí estaba comenzando a aceptar que todo era normal.