En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO DIECIOCHO: LLANTO DE DOLOR PURO
—Así que eres tú, la Lith encargada de proteger la caja —dijo el demonio, su voz cargada de sarcasmo—. Lamentablemente, la caja ya ha sido abierta por mi señor Astaroth.
Victoria sintió un escalofrío recorrer su espalda, su mente luchando por procesar la noticia. Su primera reacción fue de incredulidad, pero el brillo malicioso en los ojos del demonio no dejaba lugar a dudas.
—¿De quién hablas? —preguntó Victoria, su voz temblando con una mezcla de furia y asombro—. ¿Quién es ese Astaroth?
El demonio levantó una ceja, disfrutando del caos que sus palabras habían causado.
—Vaya, vaya —se burló—, pensé que sabías. Astaroth, el Gran Demonio, ha tomado la caja. La abrió y solo espera a que el tiempo se concluya para liberó el poder contenido en su interior. ¿No te das cuenta de lo que eso significa?
Victoria no podía creer lo que estaba oyendo. El poder contenido en la caja no solo era peligroso; era una amenaza existencial. Si Astaroth había liberado esa fuerza, el equilibrio del mundo estaba en grave peligro.
—¡Habla ya! —ordenó Victoria, su voz ahora llena de desesperación y determinación—. ¿Qué planea hacer Astaroth con ese poder?
El demonio sonrió con satisfacción, sabiendo que tenía la ventaja.
—Astaroth busca abrir un portal permanente entre el Infierno y este mundo —explicó—. Un portal que le permitirá traer a sus legiones de demonios, sumergir a la humanidad en el caos y la desesperación. Pero para eso necesita a todos los demonios de la caja, pero sobre todo a él, el demonio que surgió de la nada. ¿Cuál era su nombre? —pensó mirando al cielo—. Oh, lo olvidé, no puedes saber su nombre.
Victoria sintió un peso abrumador caer sobre sus hombros. El destino del mundo estaba en juego, y la batalla que creía que había comenzado se estaba revelando como solo una pequeña parte de una guerra mucho mayor.
—¿Dónde está Astaroth ahora? —preguntó, su voz grave y firme.
El demonio observó a Victoria con una mezcla de diversión y desdén, mientras ella avanzaba con una flecha en mano, lista para lanzarla. Su provocación estaba diseñada para herir, para desestabilizar la determinación de Victoria. La atmósfera a su alrededor estaba cargada de tensión, y el eco de su cruel comentario resonaba en el bosque.
—Tal vez, en este preciso momento, él debe estar frente a esa repugnante mansión con miles de demonios listos para exterminar a cada miembro de tu familia. Creo que alguien se quedará solita —dijo el demonio con un tono burlón.
Victoria sintió que una ola de dolor y rabia la invadía, el comentario sobre su familia cortándole como un cuchillo afilado. Su corazón latía con fuerza, y sus ojos se llenaron de lágrimas que no iban a derramarse. El miedo y la furia se mezclaban en su pecho, y se sintió impulsada a defender a los suyos con cada fibra de su ser.
—¡Maldito! —rugió Victoria, su voz cargada de dolor y rabia.
Se acercó al demonio con una flecha en mano, su determinación férrea. Pero el demonio, con un gesto despectivo, apartó la flecha con facilidad, como si fuera una simple mosca molestando. Su expresión no mostraba ni una pizca de preocupación.
—¿Qué crees que podrás hacer tú sola? —se burló—. Tu familia está condenada a morir, y tú lo sabes. Astaroth tiene razón.
Victoria sintió el peso de sus palabras, pero no permitió que el desánimo la venciera. El odio y la determinación ardían en su interior, más intensos que nunca. No iba a dejar que la desesperanza la dominara. Su voz se alzó con un grito desafiante, resonando con una fuerza que parecía desafiando la misma oscuridad que los rodeaba.
—¡Jamás! —respondió Victoria con una determinación feroz—. Un simple demonio jamás tendrá la razón. Lucharé hasta el último aliento para proteger a mi familia y a este mundo. No voy a permitir que Astaroth y sus secuaces se salgan con la suya.
El demonio frunció el ceño, su diversión desapareciendo lentamente mientras Victoria se mantenía firme, sus ojos fijos en él con una intensidad ardiente. La atmósfera entre ellos era tensa, cargada de la inminente batalla que estaba por venir.
— No seas una niña berrinchuda.
Los ojos de Victoria brillaban como brasas ardientes, y sus palabras se desataron como llamas furiosas. Con un movimiento decidido, atravesó al demonio con la flecha, convirtiéndolo en piedra antes de desintegrarlo en polvo.
— No me llames niña berrinchuda.
Luego, dirigió su mirada hacia la torre, que se alzaba cada vez más imponente. La lucha interna que la atormentaba era palpable: debía elegir entre avanzar hacia la torre o salvar a su familia, a su padre.
A pesar de que la familia nunca había sido una preocupación para ella, su padre era lo único que le quedaba, y no podía permitir que le sucediera algo malo. Sin pensarlo dos veces, Victoria giró y corrió en dirección contraria a la torre. Tenía que salvar a su padre, él era todo para ella. Sus pies se despegaron del suelo y, en cuestión de segundos, ya estaba en la orilla del río, a unos minutos del sendero que llevaba a la mansión.
— Por favor, perdonadme.
No le importó mojar su vestido al adentrarse en el agua. Al llegar al sendero, se dio cuenta de que estaba destruido. Cuanto más se acercaba a la mansión, más risas demoníacas resonaban en el aire. Se ocultó detrás de un árbol, observando cómo las sombras se mezclaban con los demonios que infestaban el lugar. Debía encontrar una manera de infiltrarse sin ser detectada.
Sus pulmones jadeaban por la falta de oxígeno, y su corazón latía desbocado. En ese momento, se arrepentía de no haber pedido ayuda a Thaddeus; su presencia habría sido invaluable. Sus orejas intentaban captar los sonidos que provenían de la mansión. Corrió en dirección contraria, con la esperanza de encontrar la puerta en la tierra que la conduciría a las mazmorras de la mansión, aunque sabía que estaba a varios minutos de distancia. Cada minuto parecía una eternidad, y Victoria temía por la seguridad de su padre mientras corría contra el tiempo.
Finalmente, después de una interminable caminata en la oscuridad, la puerta emergió del suelo ante ella. Sin dudarlo, Victoria la abrió y descendió por las escaleras que se extendían hacia las profundidades ocultas de la tierra. Las mazmorras estaban inundadas de agua que le llegaba hasta los muslos, aumentando aún más la urgencia y la dificultad de su misión.
Las piedras húmedas de las mazmorras brillaban con un resplandor mortecino, revelado únicamente por el débil reflejo de la luna. Cada una de ellas parecía susurrar historias oscuras, llenas de secretos y horrores. El aire estaba cargado y pesado, agravando el peso que Victoria llevaba en sus hombros. El ambiente era opresivo, y cada paso en el agua helada que le llegaba hasta los muslos aumentaba la sensación de desesperanza.
Dentro de la mansión, Astaroth se encontraba con los brazos extendidos en un gesto que simulaba una falsa alegría. Su mirada recorrió a la familia Lith, deteniéndose en cada uno de los presentes hasta centrarse en uno en particular: el mayor de ellos. Su odio se hizo palpable cuando sus ojos se posaron en Salazar, a quien detestaba profundamente.
Astaroth avanzó hacia Salazar, sus movimientos eran agitados y su voz resonaba con un eco vibrante que parecía llenar cada rincón de la habitación.
— Mi más dulce venganza, ¿no crees? —dijo Astaroth, con una mueca cruel en sus labios—. ¿No lo creen ustedes, familia Lith? —gritó, dirigiendo su mirada a todos los presentes—. Por mucho tiempo esperé este momento. Siglos esperando enfrentarme a ustedes por lo que hicieron contra mí en aquel entonces. Disfrutare tanto acabar con ustedes.
De repente, la puerta se abrió de par en par, y Victoria parpadeó ante el súbito resplandor que inundó la sala. Salazar la miró con asombro, ¡ella había llegado! Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, Astaroth giró su mirada hacia Victoria, sus ojos cargados de furia.
— ¡Victoria! —rugió Astaroth con una voz profunda y grave—. ¡No te esperaba! Es una grata sorpresa tenerte aquí.
—¿Por qué atormentas a mi familia? —exigió Victoria, su voz cargada de indignación.
Astaroth esbozó una sonrisa sardónica, su expresión reflejando una falsa cortesía.
— No lo veas de esa manera, querida. Solo estoy aquí de visita… Tengo asuntos pendientes con tu familia, especialmente con esos dos —dijo, señalando al patriarca y a Salazar con una mueca de desprecio. — Vamos, querida, toma asiento. No es necesario que te quedes de pie observando el espectáculo.
— ¿Fuiste tú quien abrió la caja? —preguntó Victoria, su voz temblando de furia.
— No. Fuiste tú por no estar atenta a ella —respondió Astaroth con desdén.
— ¡Mientes! —gritó Victoria, su odio creciendo en intensidad. Sus ojos ardían con un fuego rojo mientras se acercaba a Astaroth. Pero Salazar se adelantó rápidamente, interponiéndose entre su hija y el demonio para protegerla.
— ¡Victoria, no! —advirtió Salazar, pero sus palabras fueron en vano. Victoria, decidida a proteger a su familia, lanzó un hechizo aún más potente que el anterior. La energía mágica se desató con furia, haciendo que Astaroth comenzará a tambalearse, su figura distorsionada por la fuerza del hechizo.
— Vaya, veo que le has enseñado algunos truquillos a tu hija, Salazar —comentó Astaroth con un tono irónico, sus ojos chisporroteando de malicia mientras intentaba recuperar el equilibrio—. Siéntate, Victoria. Quiero que mi invitada vea la obra de teatro cómodamente.
Simultáneamente, los primos de Victoria se agruparon, aunque los más jóvenes seguían ausentes. Thaddeus había logrado liberarse del demonio, pero su pierna derecha estaba gravemente herida, lo que le obligó a sentarse bajo un árbol con una expresión de dolor. Con dificultad, se levantó y comenzó a caminar, decidido a regresar al lugar donde todo había comenzado. El camino resultó ser más confuso de lo esperado, y la oscuridad no ayudaba en absoluto.
Cuando finalmente llegó al lugar, encontró a los primos de Victoria y se acercó rápidamente. Ellos lo recibieron con preocupación y prisa.
— ¿Sabes dónde está Victoria? —preguntó uno de los primos.
— No, yo… —respondió Thaddeus, su voz entrecortada por el dolor—. Fui arrastrado por un demonio, y ella quedó sola con dos de ellos. Pensé que aún estaría en este lugar.
Draxar miro hacia el lugar donde estaba la caja abierta. Pensaba que tal vez su prima ya estaba en ese lugar. Descartaba la idea de que ella estuviera muerta y no quería pensar en eso por el momento. Mirando a todos les dijo que deberían retomar el camino hacia el lugar
— Debemos llegar al lugar donde está la caja abierta — intervino Draxar, mirando con firmeza a sus primos. — Hay posibilidades de que Victoria esté ahí. No quiero pensar en que esté muerta.
De vuelta en la mansión, Victoria estaba sentada al lado de su padre, sus ojos llenos de desesperación mientras observaba la escena caótica que se desarrollaba a su alrededor. Su tía Lilibeth estaba en un rincón, con la mirada fija en el demonio que caminaba de un lado a otro, sin pronunciar una sola palabra. La tensión en el ambiente era insoportable para Victoria, quien no podía soportar la idea de que algo malo le ocurriera a su familia.
De repente, un estruendo sacudió la mansión: las ventanas fueron destrozadas por golpes brutales y una multitud de demonios irrumpió en el interior, atacando a los miembros de la familia sin piedad, salvo a su padre y su abuelo, que se mantenían a salvo por el momento. Victoria volvió la vista hacia su tía, quien intentaba defenderse desesperadamente. La llegada de los demonios había sido tan repentina que nadie había tenido tiempo de prepararse.
Victoria cerró los ojos con fuerza cuando vio cómo la cabeza de su tía era arrancada de su cuerpo, un acto brutal que convirtió la sala en un mar de sangre y caos. Cada grito y lamento era un recordatorio doloroso de su fracaso. Sentía una culpa abrumadora, pensando que si hubiera cuidado de la caja, nada de esto estaría sucediendo.
En ese momento, su padre le tomó la mano debajo de la mesa, su mirada era una mezcla de determinación y comprensión. Victoria entendió lo que él quería hacer y asintió con firmeza. Sin más demora, padre e hija se pusieron en movimiento, escapando del lugar. Subieron las escaleras rápidamente hasta llegar al pasillo, decorado con cuadros sombríos.
Victoria se detuvo por un instante al pie de la escalera, sus sentidos sobrecargados por los gritos de agonía y los ecos desgarradores que resonaban en el pasillo. Sus ojos se posaron en una pintura de una mujer vestida con una túnica verde oscuro, su rostro mostraba una expresión firme y lúgubre. El dolor y la desesperación de la situación la envolvieron, pero su padre la sacó de ese trance.
Ambos comenzaron a correr nuevamente, conscientes de que cada segundo contaba y que debían encontrar una forma de escapar y salvar a los que aún podían. Victoria y su padre avanzaban a toda prisa cuando, de repente, algo atravesó el estómago de Salazar, dejándolo inmóvil y colapsando en el suelo con una expresión de asombro y agonía.
Victoria, confundida y aterrorizada, bajó la mirada para entender lo que estaba ocurriendo. Su corazón se hundió al ver la cola de un demonio saliendo del cuerpo de su padre. Al levantar la vista, descubrió a Astaroth a pocos centímetros de ellos, su presencia imponente y su mirada llena de una malicia despiadada.
La incredulidad y el horror invadieron a Victoria mientras observaba a su padre caer en un charco de sangre. Los rostros de Victoria y Astaroth se encontraron, y la ira de Victoria se convirtió en una bola de fuego que crecía en su estómago. Su mente gritaba con rabia mientras veía a su padre agonizando en el suelo, tratando desesperadamente de contener la sangre que brotaba de la herida.
El dolor era profundo e intenso, un torbellino de emociones que atenazaba su alma. La tristeza y la impotencia se mezclaban con una rabia abrasadora, haciendo que sus manos temblaran. Era un dolor que nunca antes había sentido, una aguda punzada que le hacía cuestionar si todo esto merecía la pena. La visión de su padre en ese estado, su familia en ruinas, era un golpe devastador.
Victoria soltó un grito desgarrador mientras se arrodillaba junto a su padre, sosteniéndole la cabeza en sus brazos. Sus lágrimas caían incontrolablemente mientras él la miraba con una sonrisa débil, un gesto que solo intensificaba su dolor. En ese momento, una ola de recuerdos fluyó a través de ella: las risas compartidas, los momentos felices, y todo lo que había sido su relación. Cada recuerdo la rompía por dentro y quemaba su mente, pero su rabia y su voluntad eran aún más fuertes.
—Papá, no, no me dejes sola. ¡Por favor, no!—gritó—. Tu me dijiste que no me dejarías sola nunca, lo prometiste en nombre de mi madre. Cumple tu promesa, por favor hazlo.
El rostro de su padre reflejaba una mezcla de tristeza y aceptación, su sonrisa se desvanecía lentamente mientras sus fuerzas se desvanecían. Con un esfuerzo cada vez mayor, extendió su mano fría y temblorosa hacia Victoria, colocando la alianza en su palma con un gesto lleno de amor y resignación.
—Sabes algo, Victoria Annabelle —dijo con una sonrisa débil—. Antes de conocer a tu madre, viví en una atadura, en una especie de juego donde sabía que no sería el ganador. Pero cuando la conocí a ella, también conocí otra parte del mundo, una donde sí fui el ganador.
Victoria sonrió mientras sus ojos seguían llorando como nunca lo había hecho.
—Quiero que también seas la ganadora, quiero que conozcas el mundo como tu madre lo hizo. Perdón por no darte una buena vida… Sé que es tarde para pedir perdón, pero no puedo irme sin antes decírtelo; has sido mi orgullo, mi alegría, la única razón por la que seguía con vida. Nunca me importaría morir en lugar de ti, y quiero que sepas que daría mi vida por ti una y mil veces. Te amo, mi pequeña bolita de fuego.
Victoria sintió un nudo en la garganta, sus emociones entrelazándose en una maraña confusa.
—Victoria, quiero que todo sea diferente —dijo con voz suave y llena de cariño. Sus ojos se llenaron de una ternura que reflejaba un profundo amor—. Quiero que seas feliz, que nunca más vuelvas a reprimir lo que sientes por el miedo a ser juzgada. Es completamente normal sonreír, amar, llorar... es normal ser feliz, amor mío.
Una pausa cargada de emoción siguió, mientras sus palabras se asentaban en el corazón de Victoria.
—Por favor, nunca más vuelvas a reprimirte solo por el miedo. Eres preciosa tal como eres, con todas tus emociones y sentimientos. No dejes que el temor te impida vivir plenamente.
—Padre…
Él la miró con una mezcla de tristeza y ternura en sus ojos.
—Quiero dejar este mundo sabiendo que ya no estarás bajo las reglas de nada ni nadie —dijo con un tono sereno.
Victoria sintió una oleada de sentimientos encontrados, con lágrimas asomando en sus ojos. Sabía que su padre quería para ella una vida sin ataduras, donde pudiera ser auténtica y feliz, pero, ¿Podría ser feliz sola?
— Victoria…
—Lo haré, padre. No me dejaré limitar por las reglas ni por el miedo. Viviré libremente y honraré tu deseo de que sea feliz.
—Nunca olvides que tu padre te ama —dijo él, sus ojos derramando lágrimas como nunca antes, su voz temblando con un arrepentimiento profundo—. Perdón por todo lo malo que hice.
Victoria, con el corazón en un tumulto de emociones, se despojó del velo que había ocultado su rostro durante tantos años. El suave tejido cayó a un lado, revelando una expresión cargada de dolor y determinación. Era la primera vez en su vida que mostraba su rostro a su padre, un acto cargado de una profunda carga emocional.
Con un gesto lleno de ternura, inclinó la cabeza y besó la frente de su padre, sus lágrimas fluyendo libremente. Era un llanto desbordante, una mezcla abrumadora de tristeza, amor y desesperación que nunca antes había experimentado. Cada lágrima parecía representar el dolor de todo lo que estaba perdiendo, el peso de una vida marcada por la lucha y la separación.
El dolor en su pecho era tan intenso que parecía consumir todo lo que era. Su hogar, su familia, su vida, todo se estaba desmoronando a su alrededor, y el sentimiento de impotencia y pérdida era abrumador.
—Te amo, padre —dijo Victoria con voz rota, mientras las lágrimas caían sin cesar.
Sus palabras estaban llenas de un amor profundo y sincero, una declaración que resonaba con la tristeza de una despedida inminente. El dolor de la separación, el anhelo por lo que se estaba perdiendo y la necesidad de abrazar el amor incondicional que su padre le ofrecía eran evidentes en cada palabra.
— Padres, no me dejes sola por favor. Tengo miedo, mucho miedo de todo. No se que hacer con lo que siento.
El suelo temblaba bajo Victoria con cada sollozo que ella emitía, como si la magnitud de su dolor hiciera que la misma tierra se estremeciera. La habitación se sumergía en una tormenta oscura de emociones desbordadas, y su llanto, puro y desgarrador, parecía transformar el espacio alrededor de ella. Era un llanto de dolor crudo y absoluto, una manifestación de su tormento interno que tenía un efecto devastador en los demonios cercanos.— ¡Padre!
El demonio que se acercaba con intenciones maliciosas se vio abruptamente debilitado por la intensidad de las lágrimas de Victoria. La tristeza de ella, intensa y pura, actuaba como una fuerza que contrarrestaba el poder demoníaco. Cada lágrima que caía al suelo parecía disipar la oscuridad que envolvía la habitación, creando una lluvia de lágrimas que iluminaba el entorno con un resplandor tenso y rojizo.
Victoria estaba inconsolable, su dolor era un torrente de energía roja y vibrante que parecía emanar de su propia alma. Esta energía, más poderosa de lo que ella podría haber imaginado, comenzó a acumularse en una fuerza que solo se siente una vez en un milenio. El demonio, al verse abrumado por esta inesperada oleada de poder, no tuvo más remedio que retroceder.
Consciente del peligro que representaba su proximidad a esa inmensa tristeza, el demonio se apartó rápidamente de la mansión. Sus pasos eran erráticos, casi desesperados, mientras su cuerpo se arrastraba en un torbellino hacia la salida. Sus ojos se mantenían fijos en el bosque, temiendo el efecto corrosivo de las lágrimas de Victoria. Mientras se alejaba, su cuerpo comenzaba a desvanecerse lentamente, desintegrándose bajo la presión de la energía emocional de Victoria. Su piel parecía derretirse, desmoronándose en la distancia mientras huía de la tormenta de dolor que ella había desencadenado.
La muerte de Salazar fue un sacrificio profundo, una elección consciente y voluntaria que nadie conocía en su totalidad. Salazar, con la valentía que sólo un padre podría tener, había alterado su propio destino para salvar a Victoria, sabiendo que ese acto de amor conllevaba un precio exorbitante. Ahora, con el demonio lejos y la amenaza más fuerte que nunca, el costo de ese sacrificio había sido pagado, y la habitación se sumía en un silencio denso y doloroso.
Victoria, inmersa en su propio dolor y confusión, nunca llegaría a comprender completamente el sacrificio que su padre había hecho por ella. Aunque el pasillo estaba silencioso, el peso de la muerte de Salazar seguía hirviendo en su alma, una herida abierta que no podía ser ignorada. A pesar del silencio que envolvía el pasillo, Victoria no podía apartar la vista de la figura de su padre. Su rostro, ahora inerte y desolado, le partía el alma. Aunque ella no lo sabía, cada línea de su rostro, cada arruga, contaba la historia de un hombre que había puesto todo en juego por el bienestar de su hija.
El dolor y la tristeza en los ojos de Victoria eran tan intensos que parecía que el aire mismo temblaba a su alrededor. Su llanto había cesado, pero la agonía persistía, un eco constante de lo que había perdido.
Salazar había cambiado el destino no sólo de Victoria, sino también el suyo propio, al tomar una decisión que reescribió su historia.
Victoria se sentía completamente consumida por la culpa. Las lágrimas brotaban de sus ojos nuevamente, como un río imparable de dolor y arrepentimiento. Se preguntaba cómo había podido dejar que todo llegara a este punto. Su familia estaba muerta, y ella creía firmemente que era su culpa. Había dejado a sus primos en un momento crítico para intentar salvar a su padre, pero al final, todo había sido en vano.
— ¿De qué sirve sacrificar tanto si al final, el destino será otro?
Mirando la figura inerte de su padre, Victoria sintió que su corazón se había ido con él, como si una parte esencial de su ser hubiera desaparecido para siempre. Su familia había pagado el precio de sus errores, y ella se sentía atrapada en un pozo sin fin de desesperanza. La ausencia de sus padres era una herida abierta en su alma, una cicatriz que no sabía cómo sanar.El peso de la pérdida la aplastaba, y cada pensamiento que cruzaba su mente era un recordatorio doloroso de que había fallado en proteger a los que más amaba. Sin padres, sin una familia que le quedara, Victoria se encontraba completamente sola, enfrentando un mundo que parecía haber perdido toda su luz. La culpa y el dolor eran abrumadores, como si la oscuridad de la noche hubiera penetrado cada rincón de su ser.
— Disculpa por haber asesinado a todos.
Un alma que nunca había conocido el dolor se encuentra en los brazos de las cenizas de un fuego que ella misma encendió y no pudo apagar.