La muerte llega para darte una segunda oportunidad
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Arrestada
Manuel salió a fumar, pero apenas encendió el cigarro. No dio ni una calada. La frustración por lo ocurrido en la habitación de Regina lo tenía paralizado. El cigarro se consumió solo, hasta quedar reducido a un filtro chamuscado entre sus dedos.
José llegó en ese momento. Se detuvo en seco al ver a su jefe en ese estado inusual. Llevaba años a su lado, lo había visto enfrentarse al poder, al peligro, al desamor, pero jamás así… confundido. Las palabras se le atoraron en la garganta.
—José, ¿cómo va el caso de mi esposa… y de la señorita Aguilar? —preguntó Manuel, sacando a su asistente del trance.
—Mañana se llevará a cabo el arresto —respondió con firmeza—. Ya está todo preparado.
José conocía bien a su jefe, así que organizó para que el arresto fuera transmitido discretamente en vivo. No quería cámaras oficiales, pero sí ojos suficientes para impedir que los Aguilar pudieran fingir o maniobrar a su favor.
Y así sucedió.
A la mañana siguiente, Eylin fue arrestada en su casa mientras desayunaba con sus padres y su hermana. Salió esposada, gritando como si estuviera en una escena de teatro:
—¡No he hecho nada! ¡Papá, ayúdame! —sollozaba, y luego volvió su mirada desesperada a su hermana—. ¡Estela, por favor! ¡Tú tienes el apoyo de Óscar!
—Tranquila —respondió Estela, tratando de mantener la compostura—. No digas nada sin un abogado presente, ¿de acuerdo?
Pero ni ella tenía ya tanta fe en Óscar. Sabía que su posición estaba muy por debajo de la de Manuel. Tal vez... tal vez debiera considerar pedir piedad directamente a los padres de Regina.
El padre de ambas, mientras tanto, estaba rojo de furia.
—¡Ese bastardo no tiene respeto por sus mayores! —gritó, indignado—. ¡Exponer así a nuestra familia!
Estela buscó la ayuda de Óscar, pero como lo temía, él no pudo hacer nada. El único que podía frenar a Manuel era la abuela... y ella no movería ni un dedo por alguien que deshonró a la familia Carrasco.
—¿Pudiste hablar con Óscar? —preguntó su padre con tono cargado de rabia.
Estela negó con la cabeza.
—¿¡Entonces para qué diablos estás con ese inútil!? —tronó, lanzando su vaso de whisky contra la pared.
Estela se estremeció. Siempre había creído que Óscar podía superar a Manuel, pero esa ilusión se esfumó. No era más que "el sobrino del gran Manuel". Nada más.
Con los puños cerrados, Estela tomó una decisión: no volvería a conformarse. Su siguiente objetivo no sería un niño rico... sino el trono mismo.
Mientras tanto, Óscar, en su intento desesperado por ayudar a la familia Aguilar, fue a visitar a Horacio en la cárcel. Su propuesta era clara: que Horacio asumiera toda la culpa y así, Eylin podría quedar libre.
—¿Quieres que diga que la obligué? ¿Que fue todo idea mía?
Horacio soltó una carcajada amarga.
—¿Tú me vas a sacar de aquí? ¿De verdad crees que puedes más que Manuel Carrasco?
Óscar apretó la mandíbula. Esa comparación lo hería. Siempre había intentado superarlo... y siempre quedaba atrás. Por más que se esforzaba, seguía a la sombra del gran patriarca.
—No trates de venderme humo, Óscar —gruñó Horacio, sucio y ojeroso—. Sé muy bien cuál es mi destino... pero no pienso hundirme solo. Esa perra se va conmigo.
Las palabras de Horacio lo dejaron temblando de furia. Mientras él trataba de ayudar a Estela, su querida Estela... ya comenzaba a preguntarse si valía la pena seguir a su lado.