Un relato donde el tiempo se convierte en el puente entre dos almas, Horacio y Damián, jóvenes de épocas dispares, que encuentran su conexión a través de un reloj antiguo, adornado con una inscripción en un idioma desconocido. Horacio, un dedicado aprendiz de relojero, vive en el año 1984, mientras que Damián, un estudiante universitario, habita en el 2024. Sus sueños se transforman en el medio de comunicación, y el reloj, en el portal que los une. Juntos, buscarán la forma de desafiar las barreras temporales para consumar su amor eterno.
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CAPÍTULO 17: ENTRE SUEÑOS Y REALIDAD
En el taller de relojería de Irvin, el reloj de pared marcaba las 8:30 pasadas. La luz del sol se filtraba tímidamente a través de las ventanas, iluminando las herramientas y piezas de relojes esparcidas por el mostrador. Irvin, con el ceño fruncido y los puños apretados, miraba con frustración la puerta aún cerrada de la tienda. Horacio, su empleado, no había llegado, y afuera, una fila de clientes impacientes comenzaba a formarse, sus rostros reflejaban la creciente molestia.
—¡Esto es inaceptable!, exclamó Irvin, con su voz resonando en el pequeño taller. — ¡Horacio vuelve a llegar tarde! Desde que su hermano falleció, esto se ha vuelto una constante, pero hoy ha colmado mi paciencia.
Irvin lanzó una llave inglesa sobre el mostrador, el sonido metálico resonó en el silencio tenso. Sofía, su esposa, que había estado observando desde la trastienda, se acercó con paso decidido. Colocó una mano suave pero firme en el hombro de Irvin, intentando calmar su furia.
—Irvin, por favor, ten un poco de paciencia, dijo Sofía, con su voz como un susurro de calma en medio de la tormenta. — Horacio está pasando por un momento muy difícil. La pérdida de su hermano no es algo fácil de superar. Deberías hablar con él calmadamente y buscar una manera de ayudarlo.
Irvin resopló, con su mirada aún encendida por la ira, pero la ternura en los ojos de Sofía lo hizo reflexionar. Sabía que su esposa tenía razón, aunque la frustración aún ardía en su interior. Miró hacia la puerta, esperando que Horacio apareciera, mientras los clientes afuera comenzaban a murmurar entre ellos, impacientes por ser atendidos.
—Tienes razón, Sofía, admitió finalmente, con su voz más suave. — Hablaré con Horacio. Debemos encontrar una solución para ayudarlo.
Sofía sonrió, satisfecha de haber logrado calmar a su esposo, y juntos esperaron la llegada de Horacio, con la esperanza de que el día mejorara.
...🕰️🕰️🕰️...
Apenas unos minutos después, Horacio llegó al taller, encontrándose con una fila de clientes impacientes en la puerta. Al ver la escena, sintió una punzada de culpa; había perdido la cuenta de las veces que había llegado tarde en las últimas dos semanas. Desde la entrada, escuchó a dos hombres murmurar:
— El dueño parece estar furioso, se escuchaban sus gritos desde aquí afuera.
Una señora, visiblemente molesta, se dirigió a Horacio con tono recriminatorio:
— ¿Por qué no han abierto aún? Esto ya se está volviendo una costumbre.
Con un suspiro resignado, Horacio abrió la puerta principal, permitiendo que los clientes comenzaran a entrar. Irvin, con una expresión de enojo en el rostro, lo saludó fríamente y le dijo:
— Tenemos que hablar muy seriamente a la hora de la comida.
Horacio, sintiendo el peso de la situación, asintió con la cabeza y respondió:
— Lo siento mucho, Don Irvin. Sé que he estado fallando y prometo que esto no volverá a suceder. Hablaremos a la hora de la comida, y estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para enmendar mi error.
Horacio sabía que la conversación con Irvin no sería fácil. Mientras atendía a los primeros clientes, no podía dejar de pensar en las posibles consecuencias de su constante impuntualidad. La tensión en el ambiente era palpable, y cada minuto que pasaba hacía que el peso de la situación se sintiera aún más sobre sus hombros.
La mañana transcurrió en un torbellino de actividad, con el taller sumido en un caos provocado por el retraso de Horacio y su evidente falta de concentración. Cada tarea parecía multiplicarse, y el ambiente estaba cargado de tensión y frustración.
Cuando finalmente llegó la hora del almuerzo, Horacio se dirigió con paso vacilante hacia la mesa donde solían comer juntos. Allí estaban Irvin y Sofía, esperándolo con expresiones serias y expectantes. Irvin fue el primero en romper el silencio.
—Horacio, esto no puede seguir así —dijo Irvin, con su voz firme pero sin perder la calma. — Tu impuntualidad está afectando al negocio.
Horacio, sintiendo el peso de las palabras de su jefe, tomó una profunda respiración antes de responder:
—Don Irvin, Doña Sofía, necesito ser honesto con ustedes. Mi impuntualidad no es solo una cuestión de descuido. Me siento severamente deprimido desde la muerte de mi hermano. Además, en mi pueblo natal, he sufrido maltrato por parte de mi padrastro y las habladurías de la gente me han afectado profundamente. Cada mañana, me cuesta encontrar el ánimo para levantarme; solo lo hago porque mi sentido de la responsabilidad me lo exige.
Sofía, con una expresión de comprensión y preocupación, le preguntó:
—Horacio, ¿por qué no nos dijiste antes? Esto es muy serio. Necesitas ayuda.
Irvin asintió, con su rostro suavizándose un poco.
—Horacio, lo siento mucho. No tenía idea de lo que estabas pasando. Pero necesitamos encontrar una solución. ¿Has considerado hablar con un profesional? no deberías enfrentar esto solo.
Horacio asintió lentamente, sintiendo un alivio al haber compartido su carga.
—He pensado en ello, pero no sabía por dónde empezar.
Sofía le sonrió con calidez.
—Podemos ayudarte a encontrar a alguien. Lo importante es que tomes el primer paso.
Irvin añadió:
—Estamos aquí para apoyarte, Horacio. Pero necesitamos que te comprometas a buscar ayuda. No queremos perderte, ni como empleado ni como amigo.
Con el paso de los días, la depresión de Horacio se hizo cada vez más evidente. Sus llegadas tarde al taller se volvieron una constante, y aunque Irvin intentaba ser comprensivo debido a la situación de Horacio, llegó un momento en que tuvo que tomar una decisión firme.
Una mañana, después de otra llegada tardía, Irvin llamó a Horacio a su oficina. Con una expresión seria pero comprensiva, le dijo:
— Horacio, sé que estás pasando por un momento muy difícil, y he tratado de ser paciente. Pero la situación no puede continuar así. Necesitamos que tomes medidas concretas para mejorar tu situación. Si no puedes comprometerte a buscar ayuda y a cumplir con tus responsabilidades, me veré obligado a tomar decisiones difíciles.
Horacio, con los ojos llenos de tristeza, asintió lentamente y solo bajó la mirada.
...🕰️🕰️🕰️...
Horacio solo hallaba un efímero consuelo en medio de su tormento diario, en los momentos en que el insomnio no lograba atormentarlo y el agotamiento finalmente lo vencía, permitiéndole dormir a intervalos. En esos breves momentos de descanso, se refugiaba en los brazos de Damián, quien lo aguardaba con ansias en su forzado letargo. Era en esos sueños donde Horacio encontraba el alivio y la paz que tanto anhelaba, aunque solo fuera por unos instantes.
En esos momentos oníricos, Horacio y Damián se convertían en seres indestructibles, fusionándose en uno solo. Eran la fuerza y el refugio mutuo, y esos sueños se transformaban en su verdadera vida, donde juntos podían hacer lo que quisieran.
En sus sueños, Damián y Horacio, bien podían aventurarse caminar descalzos por una playa solitaria, mientras se abrazaban, sintiendo como el tiempo se detenía a su alrededor; o bien podían surcar los cielos en un globo aerostático viendo el mundo desplegarse bajo ellos, mirándose a los ojos en una profunda conexión y sensación de libertad absoluta. En esos sueños, todo parecía posible, y el mundo era un lugar lleno de maravillas por descubrir.
...🕰️🕰️🕰️...
Damián, con una mezcla de sorpresa y alegría en su rostro, exclamó:
— ¡Horacio, has vuelto!
Horacio sonrió ampliamente, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.
— Sí, el camino fue arduo hoy, pero finalmente he regresado, mi amor, dijo Horacio con una sonrisa cansada pero llena de afecto.
Damián sonrió con ternura y tomó la mano de Horacio.
— Lo importante es que estás aquí ahora, dijo suavemente. — Te he extrañado tanto.
Los dos se abrazaron, sintiendo que, a pesar de las dificultades, su amor y sus sueños los había reunido una vez más. Horacio, con una chispa de curiosidad en sus ojos, preguntó:
— ¿Qué estabas haciendo?
Damián, esbozando una sonrisa traviesa, respondió:
— Estaba observando todos los objetos extraños que tienes en tu habitación y tratando de adivinar qué son.
Horacio soltó una risa suave. Se acercó a Damián, y juntos comenzaron a examinar los misteriosos artefactos, cada uno con su propia historia y enigma, sumergiéndose en un juego de descubrimiento y complicidad.
Damián señaló una pequeña caja negra colocada sobre un mueble y preguntó:
— ¿Qué es esto?
Horacio, sonriendo, respondió:
— Es una consola de videojuegos llamada Atari.
Horacio se acercó al televisor y conectó la consola.
Damián, con curiosidad, preguntó:
— ¿Qué estás haciendo?
Horacio, sonriendo, respondió:
— Estoy conectando el Atari al televisor para mostrarte cómo funciona.
Damián, con los ojos muy abiertos, exclamó sorprendido:
— ¿Eso es un televisor?
Horacio, riendo a carcajadas, respondió:
— Sí, mira, con este botón se enciende y aquí cambiamos los canales.
Damián sonrió y comentó:
— En mi época, los televisores se manejan con control remoto y hasta se conectan a internet, jajajaja.
Horacio, con una expresión de curiosidad, preguntó:
— ¿Qué es internet?
Damián sonrió y respondió:
— Internet es la comunicación del futuro amor, hasta podemos comunicarnos a distancia y vernos las caras sin problema, a través de una simple pantalla.
Horacio se acercó al televisor y conectó la consola. Con movimientos hábiles, insertó un cartucho y encendió el aparato.
— En fin, déjame mostrarte cómo se juega, dijo Horacio, entregándole a Damián uno de los joysticks. — El objetivo es guiar a Pac-Man a través del laberinto, comiendo todos los puntos mientras evitas a los fantasmas.
El tiempo pasó volando mientras jugaban, y cada nivel se volvía más desafiante. Sin embargo, la verdadera magia no estaba solo en el juego, sino en la conexión y la alegría compartida entre ellos.
Mientras jugaban, Horacio preguntó:
— ¿Te gusta la música?
Damián, sin apartar la vista de la pantalla, respondió con entusiasmo:
— Sí, muchísimo. La música siempre ha sido una parte importante de mi vida.
Horacio tomó una pequeña caja plástica y, con cuidado, extrajo un casete de música. Damián observó con curiosidad mientras Horacio lo colocaba en un equipo portátil de sonido, algo viejo pero que funcionaba a la perfección.
— ¿Qué es eso?, preguntó Damián, intrigado.
— Es un casete de música, respondió Horacio con una sonrisa. — Déjame mostrarte cómo funciona.
Horacio encendió el equipo y, tras unos segundos de silencio, la habitación se llenó con los cálidos y nostálgicos sonidos de una melodía rítmica…
“But girls, they wanna have fun
Oh, girls just wanna have”
Damián, con una sonrisa de reconocimiento, exclamó:
— He escuchado esa canción antes, me encanta.
Sin pensarlo dos veces, tomó la mano de Horacio y lo guió al centro de la habitación. La música llenaba el aire, y juntos comenzaron a bailar, dejándose llevar por la melodía. Sus movimientos eran suaves y sincronizados, como si la música los envolviera en un abrazo invisible. La habitación, con sus objetos curiosos y el viejo equipo de sonido, se transformó en un escenario mágico donde solo existían ellos dos. Cada giro y cada paso reforzaban su conexión, y en ese momento, cualquier preocupación desapareció, dejando solo la armonía de su amor y la música que los unió.
De repente, Horacio despertó, continuaba con el antiguo reloj aún apretado en sus manos. Lo miró fijamente, sintiendo cómo los recuerdos y las emociones se agolpaban en su mente. Con un suspiro profundo, murmuró:
— He regresado a mi tormento.
La realidad se imponía una vez más, y el dulce sueño compartido con Damián se desvanecía, dejándolo solo con sus pensamientos y el incesante tic-tac del reloj, que parecía marcar el paso del tiempo con una precisión cruel.
Que emoción